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Borrachera rusa

Barcelona. 26/05/2024. Palau de la Música Catalana. Rajmáninov: Concierto de piano nº3, op. 30. Stravinski: La consagración de la primavera. Franz Schubert Filharmonia. Anna Fedorova, piano. Tomàs Grau, director.

Rajmáninov estrenó su Concierto no. 3 en re menor op.30 en 1909 durante su primera gira en los Estados Unidos, sólo cuatro años antes del tumultuoso estreno en París de La consagración de la primavera de Igor Stravinski. Ambas obras, por lo tanto, nos muestran a dos compositores rusos en el período prerrevolucionario haciendo sus pinitos internacionales. Por contra, mientras Rajmáninov era ya en su tiempo y fue valorado posteriormente como un compositor esencialmente conservador, el mencionado estreno stravinskiano establece un momento icónico en el desarrollo de la vanguardia musical. Por todo ello la programación que nos ofreció el otro día la Franz Schubert Filharmonia era, si bien no original dado que ambas obras son muy frecuentes, sí muy pertinente. Pudimos contrastar dos lenguajes extremadamente alejados entre ellos pero muy próximos cronológicamente y, en cierto sentido, geográficamente. 

El Concierto no. 3 de Rajmáninov es famoso por sus exigencias virtuosísticas (el autor era un pianista brillante) y para hacerle frente teníamos a Anna Fedorova, pianista ucraniana que mantiene una estrecha relación con el Concertgebouw de Amsterdam. Bajo la dirección del titular de la orquesta mencionada la ejecución empezó con un sonido notablemente empastado entre la orquesta y la solista. El sonido orquestal se caracterizó en esta y otras fases por la belleza del fraseo de las cuerdas bajas mientras daba la sensación de que los metales estaban en otra onda. Entretanto Anna Fedorova desplegaba un discurso muy fluído, que culminó con una cadencia precisa e intensa.

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En este concierto los dos últimos movimientos van enlazados (attacca subito). Fue de agradecer porque el festival de toses de la primera (y única pausa) llegó a niveles entre espeluznantes y grotescos. Ya puestos en la faena la preeminencia del solista en estos movimientos es más notoria que en el primero y ahí Fedorova fue precisa y delicada en los pasajes de virtuosismo mientras los metales seguían enfrascados en una lucha contra sus denodados esfuerzos.

El hecho de que, además de ser una pianista brillante, Anna Fedorova sea una persona físicamente muy expansiva hizo de la coda un terreno abonado para una explosión de euforia en la sala un tanto excesiva que precedió interminables salvas de aplausos que justificaron perfectamente los dos bises con los que la pianista siguió luciéndose para deleite del público: la Danza ritual del fuego de Manuel de Falla y el Preludio op.32 no. 5 del propio Rajmáninov. En medio del furor, y a título anecdótico, un par de espectadores se empeñaron en lucir la bandera del Ejército insurgente ucraniano, destacado en la Segunda Guerra Mundial por practicar la limpieza étnica contra lospolacos. Desconozco si la solista se dio cuenta ni si tal cosa le hubiera generado entusiasmo. A algún trabajador del establecimiento le pareció que la cosa ya había durado suficiente y ahí quedó la cosa.

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Tremendo primer plato teniendo en cuenta que nos quedaba por delante La consagración de primavera, que no siendo una obra larga tampoco se puede considerar un plato ligero. Tomàs Grau no dirigió el famoso solo inicial de fagot, que fue ejecutado con amplitud. La complejidad de la obra es tremenda y aunque en general todo funcionó estupendamente no faltaron ciertos desequilibrios tímbricos en la primera sección. Es una obra extremadamente exigente para cualquier orquesta.

La Franz Schubert Filharmonia es una orquesta joven que, además, venía reforzada con elementos de la orquesta de la ESMUC (Escola Superior de Música de Catalunya). La cantidad de trampas y dificultades y de transiciones difíciles, la complejidad rítmica de la obra y en general la envergadura del desafío fue resuelto más que bien, brillantemente. En la vertiente más positiva hay que destacar la agresividad, la energía brutal que la obra exige y los (jovenes) profesores de la orquesta plasmaron espléndidamente. Es cierto que hubo turbulencias en las trompas (algún solo hacia el principio y alguna otra rareza en la segunda parte), una preparación demasiado distendida del sostenuto e pesante en  Rondes printanières (esto es sobretodo una responsabilidad directorial) y alguna atmósfera poco refinada marcada por la prisa.

Pero la sustancia de la obra estaba ahí, ejecutada con entusiasmo y precisión, con una violencia a veces tremenda que dice mucho de la calidad de los músicos y las capacidades de su director. El cierre de la obra cumplió con las expectativas de uno de los finales más escalofriantes del repertorio y la respuesta del público fue entusiasta como lo había sido en la primera parte, premiando la labor de una orquesta que se ha convertido en parte de la familia del Palau con ejecuciones de un nivel muy reseñable. Que siga así.

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