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Iván López Reynoso: "La música es el mejor vehículo para traspasar las fronteras"

El próximo 16 de marzo, el director mexicano Iván López Reynoso hará su debut al frente de la Orquesta y Coro Nacionales de España, en un programa que incluye el estreno mundial de una obra de Israel López Estelche y la Sinfonía no. 4 de Robert Schumann. En ocasión de esta cita tan importante para su agenda y coincidiendo también con su primer acercamiento al Macbeth de Verdi, en la Ópera de Atlanta, dedicamos nuestra portada web del mes de marzo al músico mexicano, un maestro especialmente ligado a nuestro país, donde ha dirigido en numerosas ocasiones.

Se encuentra estos días en Atlanta ultimando uno de sus compromisos importantes de este mes de marzo, su primera vez con el Macbeth de Verdi. ¿Cómo está siendo este primer acercamiento a esta partitura tan singular?

Encontrarme con esta partitura por primera vez es muy emocionante porque Macbeth fue una de los primeras grabaciones de ópera que yo tuve siendo apenas un niño, con once años. Fue un regalo de mi padre. Fue muy curioso porque mi padre no es músico pero preguntó a un amigo suyo que es melómano, y este le dijo que Macbeth sería un buen título para regalar a un niño, como si fuera una cosa ligera y sencilla (risas). El caso es que la obra me encantó y guardo un recuerdo increíble de aquel CD con Shirley Verret, Piero Cappuccilli y Claudio Abbado. Para mí sigue siendo la grabación de referencia absoluta para esta ópera; es un registro insuperable, imbatible.

Pero estudiar la partitura ha sido profundamente emocionante, lo digo sinceramente. Me he encontrado con un Verdi completamente nuevo y distinto del que yo había dirigido hasta ahora. De su producción he podido dirigir varios títulos durante estos años: Traviata, Rigoletto, Aida, Don Carlo, el Requiem… Pero nunca había visto lo que veo ahora en Macbeth, más allá de algunos esbozos sobre la religiosidad que se desarrollarán después en el Requiem o en Aida. Pienso específicamente en el fragmento de ‘La luce langue’, cuando dice ‘a loro un requiem, l´eternità’. Algunas armonías de las que hay ahí ya está anticipando lo que se verá mucho tiempo después en el Stabat Mater y en el Requiem.

En Macbeth me he encontrado un lenguaje fascinante, estremecedor, complejo y profundo. Para mí es todo un reto que creo que me llega además en un momento dulce de mi carrera. Me refiero con esto a que de haberme enfrentado antes a esta partitura, seguramente hubiera pasado por alto muchas de estas cosas en las que ahora me detengo con más detalle. 

Macbeth siempre ha pasado por ser una partitura radicalmente experimental, en el transcurso de la producción verdiana.

Es curioso hasta qué punto esta obra es experimental en el transcurso de la producción de Verdi. Porque él escribe aquí de una manera que nunca más va a retomar. No sé si él mismo fue consciente de esto en algún momento, imagino que sí. Pero lo cierto es que tras Macbeth en 1847 lo que sigue son I masnadieri, Il corsaro, Jérusalem y La battaglia di Legnano, que son obras que casi parecieran que pertenecen a otro compositor.

Es bien sabido que en los años de galera Verdi trabajó como una bestia y seguramente no tuvo el tiempo requerido para ahondar en esas obras con la misma profundidad que encontramos en Macbeth. Pero es ciertamente sorprendente que tras esa búsqueda experimental regrese después a un canto mucho más franco y lineal, por la senda del bel canto, algo que no existe en Macbeth en modo alguno.

Me interesa sobre todo la manera en la que Verdi desarrolla un lenguaje completamente nuevo, muy teatral, con una ciencia musical increíble. No hay nada gratuito o superficial en Macbeth. Es un trabajo minucioso en grado sumo. Por ejemplo, el gran duetto del primer acto, entre los dos protagonistas, es un tema con variaciones. Es algo muy moderno y a la vez muy antiguo, es realmente bárbaro lo que hace Verdi ahí, de una manera no demasiado explícita.

Y ya en Macbeth, por cierto, está lo que después Wagner llamó leitmotiv. Hay un leitmotiv poderosísimo en Macbeth que es el ‘tutto è finito’ que se convierte en un motivo obsesivo.

En su caso, siendo además cantante, entiendo que su aproximación a la lírica, como director, tiene que ser por fuerza distinta y más profunda que la que puedan tener sus colegas, menos experimentados en la faceta como intérpretes vocales. Desde este punto de vista, ¿qué se ha encontrado en Macbeth?

Por lo que hace a la escritura vocal de los dos protagonistas, lo cierto es que se aproxima mucho más a lo que Schönberg llamará tiempo después el Sprechgesang, un canto hablado que sirve más al teatro que la música. Incluso Verdi lo dice así en una de sus cartas: “Quiero que los cantantes sirvan más al poeta que al maestro”, dice en concreto.

En el caso del rol de Lady Macbeth, que es quizá el papel más difícil de la obra, el grado de búsqueda y experimentación es tal que resulta difícil catalogar exactamente qué tipo de soprano puede resultar adecuado para cantarlo cabalmente. Y es que requiere coloratura y agilidad pero también un gran dramatismo. El brindis del segundo acto es una cosa casi rossiniana pero luego la escena del sonambulismo está rozando el expresionismo.

Siempre hay en Macbeth la sensación del que el canto está al servicio de algo mayor, de una actuación más integral, de un dramatismo más complejo. Es como si Verdi estuviera pensando más bien en actores capaces de cantar y no tanto en cantantes capaces de actuar. Son infinidad las anotaciones en la partitura donde Verdi indica ‘senza voce’, ‘suono muto’ o ‘voce muta’. ¿Cómo se interpreta eso en la práctica? ¿Cómo debe sonar una voz sin sonido? Es como un oxímoron…

Es ciertamente sorprendente que esa manera de escribir para las voces quedase ahí, en esa única partitura, con Macbeth.

Sí, porque cuando Verdi vuelve a abordar a Shakespeare con Otello y con Falstaff, el compositor era ya un anciano que había vivido muchísimo y que era dueño absoluto de su plenitud artística. Pero Verdi tenía apenas treinta y tres años cuando compuso Macbeth, era muy aún muy joven. Por eso tiene todo el sentido ver esta obra como un experimento brillante e irrepetible. Para mí es, sin duda alguna, el Verdi más complejo y profundo al que me he enfrentado hasta ahora; ha sido toda una revelación indagar en esta partitura.

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Cambiando de tercio, la otra gran cita de su agenda para este mes de marzo es su debut con la Orquesta Nacional de España. Es bien sabido que su vinculación artística con nuestro país es intensa y extensa también en el tiempo; ha trabajado mucho en España, no hace tanto dirigió La bohème en Pamplona y L´elisir d´amore en Bilbao y fue durante varios años el principal director invitado de la Oviedo Filarmonía. Entiendo que tener la ocasión de dirigir a la orquesta de bandera de nuestro país, por así decirlo, supone una ocasión muy especial e ilusionante, más aún dado el momento que atraviesa la ONE, recién anunciado el nombramiento de Kent Nagano como sucesor de David Afkham al frente de la formación.

Así es. Pensando en ese niño de once años que antes le decía, yo jamás me hubiera imaginado todo lo que me ha sucedido a lo largo de mi carrera. Y por eso es una motivación enorme tener el honor de dirigir a la Orquesta y Coro Nacionales de España, una formación en lo más alto del panorama sinfónico del país.

El programa que dirigirá es ciertamente interesante y diverso, con un estreno y con una gran sinfonía de Schumann.

Sí, es un programa que representa muy bien dos afanes o dos búsquedas que me han acompañado siempre durante mis años en activo. Por un lado la atención a las nuevas partituras que merece la pena que se escuchen y que tengan vida; cada vez que puedo hay música contemporánea o reciente en los conciertos sinfónicos que hago. Y por otro lado el programa refleja también mi innegable vínculo con el Romanticismo, un lenguaje con el que me identifico y que disfruto muchísimo.

Esta invitación para debutar con la Orquesta y Coro Nacionales de España llega en un momento de mi carrera en el que estoy transitando de un lugar a otro, reconciliándome conmigo mismo como intérprete, disfrutando de cada compromiso, sin prisa, saboreando cada proyecto, sabedor de que todo llega a su tiempo y que todo pasa por algo. Y digo esto también porque justo el año pasado se cerraron dos ciclos importantísimos en mi carrera, con la titularidad de la Orquesta del Teatro Bellas Artes en mi país y la actividad que tuve durante seis años como principal director invitado de la Oviedo Filarmonía, en Asturias.

Por eso este año mi agenda se ha abierto a nuevos compromisos, con un ritmo ciertamente vertiginoso pero que me tiene muy feliz. Creo que era el momento de aprovechar este impulso, pues quizá sea la única temporada en la que realmente pueda hacerlo antes de tener futuros compromisos estables con otras entidades. Es un año de debuts y de reencuentros. Esto es algo que me decía mi querido y admirado Ramón Vargas, a quien debo tanto en mi carrera, pues él me dio mi primer título en Bellas Artes, con La flauta mágica cuando él fue allí director artístico. En 2014, cuando yo empezaba, Ramón me dijo: “Iván, es muy bueno debutar en un sitio pero es más importante que ese sitio te vuelva a llamar, porque eso quiere decir que hiciste bien tu trabajo”. Es una frase que atesoro siempre.

Volviendo al debut con la Orquesta Nacional de España, representa para mí ciertamente una gran ilusión pero al mismo tiempo supone también un gran compromiso, porque hay que defender un trabajo de calidad, a la altura del ejemplar momento que está viviendo el grupo. Estoy muy agradecido a Félix Palomero, a quien conozco desde que estaba en Pamplona, por su invitación a este debut en Madrid. Fue él también quien me invitó en su día a debutar con la Sinfónica de Navarra, otro conjunto con el que tengo una vinculación hermosa.

El programa es ciertamente exigente, empezando con el estreno mundial de una obra de Israel López, una partitura compleja pero muy bien escrita, para gran orquesta, coro y percusiones. Y después haremos la Cuarta de Schumann, una especie de testamento de lo que fue el tránsito del Clasicismo al Romanticismo ya en plenitud. Es una sinfonía que representa muy claramente un compendio de la historia de la música hasta ese momento.

En su agenda también me llama la atención otro compromiso en España, el debut con la Joven Orquesta Sinfónica de Cantabria haciendo el Requiem de Mozart.

Es un proyecto muy bonito y por el que estoy muy contento. Esa invitación me la realizo mi hermano español, el maestro Óliver Díaz, a quien considero de veras mucho más que un amigo; tenemos un vínculo afectivo y profesional extraordinario. Él me llamó para hacer este encuentro con la Joven Orquesta Sinfónica de Cantabria.

A mí me encanta trabajar con jóvenes porque es un lienzo en blanco, una oportunidad de oro. Muchos de esos jóvenes músicos, si no todos, se enfrentarán al Requiem de Mozart por primera vez y eso ya supone una emoción mayúscula. Tener la ocasión de descubrir desde cero una obra así con un grupo de gente entregada desde el primer minuto es un lujo.

Este tipo de iniciativas son fundamentales en es paso tan importante que es el salto entre la escuela y la vida profesional. Para mí este tipo de proyectos representan un compromiso tremendo porque realmente tengo la sensación de tener en mis manos parte del futuro de la música, en sentido literal; cuántos de esos jóvenes no estarán dentro de unos años en las orquestas profesionales de nuestros países.

Para mí será ya la tercera vez con el Requiem de Mozart, una obra que he dirigido ya en un par de ocasiones. Pero siempre es especial volver a esta música tan profunda e intensa. Y es una pieza perfecta para conocer el máximo al que puede aspirar la música combinando el texto y la partitura, las voces con lo instrumental, etc.

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Mencionaba antes el compromiso constante que hay en su agenda con la música contemporánea. Y lo cierto es que, echando un vistazo a otras citas con orquestas en marzo y en abril, llama la atención la constante presencia de obras infrecuentes o desconocidas, o bien autores de plena actualidad, creadores de hoy en día. Imagino que apostar por este repertorio implica también mucho que estudiar (risas).

Así es (risas). Y este es el reto mayor cuando viajo, todas las partituras que debo llevar conmigo. Porque a mí me gusta el papel, las partituras físicas; no he cedido a los soportes digitales. La tecnología no tiene palabra de honor y no hay nada como el papel a la hora de hacer música. Y en efecto, viajar con tantas partituras resulta complicado y costoso (risas). Y además hay mucho que estudiar, ciertamente. Además de mi primer Macbeth y del estreno de Israel López en Madrid, durante aproximadamente mes y medio debutaré partituras de Schubert, Bartók, Chin, Moncayo, Villalobos, Scriabin y Shostakovich.

Menuda vorágine de partituras…

Sí, pero se lleva con gusto. Cada vez que miro mi agenda me emociono y me aterro (risas). Mi agenda está llena de aquí diciembre, sin apenas una semana de descanso. No paro en verano porque estaré en Cantabria, no paro en verano porque estaré en Santa Fe… Pero cuando las cosas vienen así, hay que asumirlas y tirar para adelante.

Sea como fuere, mi agenda es un reflejo de varias cosas que me gusta mantener vigentes en mi trayectoria. De un lado mi doble faceta como director de ópera y director de música sinfónica; si bien tiendo a dedicar algo más de tiempo a la ópera, por mi pasión por la lírica y por mi propia vida como cantante, lo cierto es que intento mantener siempre un equilibrio entre ambas cosas.

En segundo lugar intento siempre tener un compromiso real con la música de nuestro tiempo, dialogando con obras clásicas, escritas en otro tiempo. Por eso en Madrid tenemos un estreno mundial al lado de Schumann, por eso tengo Villalobos con Schubert en la Sinfónica Nacional de México, por eso tengo Moncayo con Bartók en la Sinfónica de Xalapa, etc.

Y en tercer lugar está mi apuesta por la música mexicana, por la música de mi país. Yo creo de verdad que es fundamental romper las fronteras en un momento en el que parece precisamente que se están construyendo cada vez más. Y el mejor medio para traspasar esas fronteras es la música, que será siempre un lenguaje universal, que nos mueve y nos conmueve independientemente de cuál sea nuestro origen o nuestra ubicación geográfica.

Genuinamente creo que la música tiene la fuerza y el poder de derribar esos muros y por eso, siempre que puedo, yo viajo a otros lados con partituras escritas en mi país. He hecho música mexicana en España, en Alemania e incluso en Estados Unidos, donde ahora además es particularmente significativo.

La presencia de música mexicana en mi agenda refleja también mi compromiso con mi país, que ha sido tremendamente generoso conmigo. Por eso cada vez que puedo hay algo de Galindo, Moncayo, Revueltas, Marquez, etc. Y por supuesto música de hoy, con autoras como Gabriela Ortiz que están programadas en todo el mundo y que son un referente indiscutible para la música contemporánea.

Por seguir con su agenda, mencionaba antes su presencia en Santa Fe y también regresa a Zúrich, en ambos lugares con compromisos importantes, en los meses de mayo y junio.

Así es, en el caso de Zúrich debuté ya allí en 2022 cuando hicimos Il pirata de Bellini, con mi querida Irina Lungu como protagonista. Il pirata es una obra bellísima pero compleja y no en vano infrecuente porque es casi imposible de cantar; es una partitura magnífica pero muy ingrata.

El bel canto me ha abierto las puertas del mundo, desde el principio de mi carrera: Italia, España, Sudamérica, Estados Unidos… Y ahora regresaré nuevamente a Zúrich para hacer más bel canto, en concreto haremos Don Pasquale con Pietro Spagnoli, Olga Peretyatko, Andrew Owens y Florian Sempey.

No será en todo caso su primer Don Pasquale, creo que ya lo dirigió el año pasado en Bergamo.

Así es, el año pasado debuté ya Don Pasquale en el Donizetti Opera Festival de Bergamo, con Roberto De Candia y con Javier Camarena, en la nueva edición crítica de la obra. Fue maravilloso trabajar en esta obra con colegas a los que quiero y admiro.

Javier Camarena ha sido uno de los cómplices más importantes de mi carrera durante todos estos años. No en vano debuté en España de la mano de Javier, acompañándole en en Bilbao en un recital. Por eso es tan especial cuando nos reencontramos en proyectos así, en los que nos han pedido las fechas por separado y el destino nos reúne de nuevo.

Y en Santa Fe dirigirá La bohème, si no me equivoco.

Sí, en Santa Fe debuté en 2022 con un Barbero de Sevilla y ahora regresaré con una nueva producción de La bohème. En Santa Fe se trabaja tan bien… se disfruta tanto de ese teatro. Es realmente un oasis musical y cultural lo que se vive en el verano de Santa Fe.

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¿Qué otros compromisos destacaría de su agenda por venir, ahora que empiezan a desvelarse las próximas temporadas de los teatros?

Pues justamente se ha anunciado ya mi regreso a Atlanta, ahora que me encuentro aquí para Macbeth. Será muy hermoso porque la Turandot de Puccini se estrenó un 25 de abril de 1926 y nosotros haremos precisamente Turandot el 25 de abril de 2026, justamente cien años después de su estreno, con un elenco de ensueño: Angela Mede, Piero Pretti y Juliana Grigoryan.

Y en cuanto se anuncien las temporadas 25/26 podré confirmar mi regreso a España y a otras casas en Europa, junto con algún debut muy importante que estoy deseando que se anuncie. Este es un año muy importante en mi agenda.

Por cerrar la entrevista retomando algo que ha mencionado antes, me parece muy oportuno incidir justamente ahora en la idea de la música como un vehículo para traspasar fronteras y derribar muros. La situación geopolítica global es realmente compleja, con Donald Trump iniciando su segundo mandato en Estados Unidos y con Occidente fragmentado en torno a la invasión rusa de Ucrania. Como mexicano creo que su mensaje puede tener además un valor especial en este sentido.

Es increíble de qué manera la música, en realidad el arte en general, ha sido siempre un espejo de la sociedad. Y su labor muchas veces fue señalar lo que no estaba bien con la sociedad. Cuántos movimientos sociales no se iniciaron con una obra de arte, ya fue una obra literaria, una pintura o una partitura. Y cuántas partituras fueron reflejo a su vez de esos movimientos sociales.

Imagínese lo que supone para un mexicano estar dirigiendo precisamente ahora una obra como Macbeth, en la que hay un coro de prófugos refugiados escoceses cantando ‘Patria oppressa’, al inicio del cuarto acto. Escrita en 1847, en 2025 esta obra sigue reflejando esta incesante ambición de poder y sus terribles consecuencias.

La música tiene que ser siempre ese vehículo que se encargue de señalar esas injusticias. La música tiene además el gran poder, quizá el único que tenga, de cambiar vidas, a diferencia de ese poder ambicioso que solo destruye vidas. En el momento sociopolítico en el que nos encontramos, la música tiene que recuperar esa capacidad.

Vivimos además en un mundo en el que nos estamos acostumbrando a la inmediatez, todo es desechable y consumible, todo nos llega ya digerido de antemano. Las nuevas generaciones no están dispuestas a invertir más de un minuto en un reel, acostumbrados a videos de quince segundos en TikTok. Y cuando ven que una serie tiene tres temporadas, renuncian a verla y buscan una miniserie de seis capítulos, que acabe antes. 

Esa sociedad va en contra de la música, por desgracia. La tecnología puede ser una gran aliada pero puede ser también una gran enemiga, porque nos acostumbra a la inmediatez de un modo engañoso. Para la música hay que trabajar horas y horas… estudiar horas y horas, leer mucho y estar dispuesto a invertir mucha dedicación. La música nos puede servir para reencontrarnos con esa realidad alternativa y esperanzadora. No en vano esa esa la única arma que tenemos los músicos, la capacidad de conmover.