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Jóvenes aunque suficientemente schubertianos 

Espejo. 13/07/2024. VII Schubertiada de Valdegovía/Gaubea. Iglesia de El Salvador. Patricia Cordero (violín), Cristina Cordero (viola), Montserrat Egea (violonchelo), Jorge Martínez (contrabajo) y Juan Barahona (piano), con obras de F. Schubert.

Como si de una típica reunión de amigos melómanos se tratara, la Schubertiada de Valdegovía nos propuso en su segundo concierto de abono –y tercero de la temporada- un recital de cinco jóvenes intérpretes. Estos, a lo largo del concierto, alternaban la composición desc los grupos instrumentales para proponernos caminar a través del mundo camerístico de Schubert. Porque convendrán conmigo en que nada más coherente que la Schubertiada programe un concierto monográfico en torno al compositor origen del proyecto. 

Podríamos habernos encontrado en cualquier salón de estar de la Alemania del siglo XIX, época de grandes transformaciones políticas, económicas y sociales y en las que la burguesía emergente, imitando las formas de la nobleza en decadencia, convocaba a sus amigos músicos para tocar la música de los intérpretes entonces en boga y los anteriores. Franz Schubert, como tantos otros a través de la historia, no supo de famas y fortuna en vida. Sin embargo, hoy es venerado como una de las cimas de la música clásica occidental y uno de los pocos compositores que ha sido capaz de generar festivales en torno a su obra hasta el punto de hacer surgir el concepto schubertiada para hablar de esos festivales en torno a su música y a la de sus contemporáneos. Un modesto pero entusiasta ejemplo es el que nos ocupa, la de Valdegovía.

Pues sí, al modo de una reunión de amigos en un salón de estar en el palacio de un alemán de la época del compositor se nos presentaron en la iglesia de Espejo cinco jóvenes –creo no equivocarme al afirmar que cuatro de ellos aún no han llegado a los 30 años- que nos deleitaron con la interpretación de cuatro obras en distintas formaciones. Comenzó el concierto con el Trío para cuerdas en si bemol mayor, D. 471, la obra más juvenil e ingenua del programa, de una ligereza abrumadora. La siguiente obra fue la célebre Sonata para arpeggione y piano, D. 821, en su transcripción para viola que nos permitió escuchar a Cristina Cordero, la nueva componente del Cuarteto Casals como hace pocos días se anunciaba en esta publicación. En compañía del pianista Jorge Barahona nos ofreció una interpretación plena de gusto, de justo equilibrio entre instrumentos y con gran musicalidad. Los Impromptus nº 1 y 3, D. 899 interpretados por el mencionado pianista cerraron la primera parte del programa; el inicial, sombrío y catedralicio, el segundo más lírico resonaron en la pequeña iglesia muy bien interpretados y con ajustada sonoridad, algo siempre complejo en este tipo de recintos. 

Siendo como era el programa sustancialmente más largo de lo habitual, se hizo un descanso, tras el cual llegó el plato fuerte del programa; y es así porque el Quinteto para piano en la mayor, D. 677, La trucha es una de las obras capitales del género camerístico  y de una extensión considerable. Como ocurrió en la primera parte, en esta segunda el quinteto, ahora con la presencia añadida de Patricia Cordero, Montserrat Egea y Jorge Martínez, además de los antes mencionados, transmitió placer porque a ellos se les veía disfrutar. Con una interpretación hermosa, apuntaría la sobriedad elegante y medida del Andante y la belleza volátil del Tema andantino, es decir, del dueño de la melodía del lied Die Forelle, de la cual procede. El éxito popular fue evidente y los cinco, reunidos en torno a grandes sonrisas, nos enviaron a la cama a dormir (sic) en un bis regalo cargado de ironía. Eran pasadas las diez de la noche, fuera teníamos una de esas noches que envidian en tantas partes, con viento fresco, de esos que pide una chaqueta ligera y nos fuimos a casa tarareando el lied y pensando que en esta provincia tenemos mucha suerte con este festival.