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El estilo y la técnica

Peralada. 19/07/2024. Festival de Peralada. Esglèsia del Carme. Piotr Beczala (tenor), Sarah Tysman (piano). Obras de Chaikovsky, Moniuszko, Dvořák, Verdi y Puccini.

Cuando lo que se ofrece es el recital de un tenor como Piotr Beczala, el propio intérprete resulta ser siempre el dato decisivo. Beczala se ha ganado por méritos propios la condición de divo y es sin duda uno de los mejores tenores de los últimos tiempos. En estas circunstancias se olvida demasiado a menudo que el núcleo de la cosa está en la música y no sería la primera vez que un artista de su nivel nos ofrece un programa previsible, lamentablemente ecléctico o ambas cosas a la vez.

No era este el caso por cuanto refiere a la primera parte del recital, dedicada casi toda ella a canciones (esto ya es una buena idea) y todas ellas del mismo autor. Piotr Ilich Chaikovsky compuso más de cien canciones, aunque en general se le recuerde más por sus sinfonías, sus ballets, sus óperas (dos de ellas frecuentes en el repertorio de los teatros) y los conciertos (tanto el de piano como el de violín son famosísimos). Dado que Beczala es polaco (y sin ánimo de encender tensiones geopolíticas - el este de Europa es ahora mismo un polvorín como todo el mundo sabe-) ese repertorio no le queda lejos, como tampoco las obras checas que nos ofreció en la segunda parte; por no hablar del repertorio polaco, que también tuvo su espacio. La verdad es que la cosa le dio al respetable lo que prometía y ya desde la primera canción pudimos apreciar las bellas dinámicas, los agudos brillantes y un excelente dominio del fiato que son el fundamento de una vocalidad incuestionable. 

Pentatone publicó el año pasado un álbum en que Piotr Beczala cantaba y Helmut Deutsch tocaba al piano, entre otras cosas, los nueves romances que ofreció esta vez al público de Peralada. Se trata de canciones que no pertenecen al mismo opus y por tanto no constituyen ningun ciclo, aunque el público (afortunadamente) se mantuviera en silencio entre pieza y pieza. Y son canciones bellísimas como To bylo ranneyu vesnoy, del op.38 y Otchego?, del op. 6. en que Beczala exhibió un fraseo precioso y Sarah Tysman (aquí no estaba Helmut Deutsch) lo secundó con delicadeza.

Beczala demostró ser un gran "liederista" aunque sus recursos vocales sean de gran formato, lo cual resulta muy adecuado para canciones como Sred’ shumnogo bala, del op.38 y algunas otras en que cierta contundencia operística es requerida por la propia partitura. El carácter reverberante propio de la acústica eclesial del templo en que se celebraba la velada no ayudó mucho a Sarah Tysman en el tortuoso acompañamiento de Khotel bi v edinoye slovo pero entretanto Beczala hacía una auténtica exhibición de virtuosismo en el apoyo, controlando los reguladores con una facilidad y una limpidez pasmosas. Y en Sred’ mrachnikh dney (del op.73) un despliegue fulgurante en la octava alta que es un rasgo de la vocalidad de Beczala que también es de agradecer. Las cosas se sucedieron así  (o sea, estupendamente) hasta la última de las canciones de Chaikovsky (Den’ li zarit, del op.47), en que la ortodoxia técnica del tenor lució enmedio de la bella atmósfera propuesta por la pianista.

Esto no fue todo por cuanto concierne a la primera parte. Beczala se dio un descanso y Tysman ejecutó con fluidez y color la Barcarola en Sol Menor de Las estaciones op.37. Y para acabar la primera tanda la pieza más popular hasta el descanso: el aria de Lensky del Yevgeni Onegin, que aparte de sus valores como parte de esa ópera es un clásico de los recitales de tenor. Era evidente que Beczala iba a provocar el jolgorio del público y lo hizo con los mismos mimbres que hasta entonces.

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La segunda parte venía con cambio de idioma, el del propio tenor para ser exacto. Stanislaw Moniuszko es considerado ampliamente como el padre de la ópera polaca. Entre sus obras de relieve está Straszny Dwór (La casa embrujada, 1865), estilísticamente coherente con el contenido de la primera parte y en la que pudimos recordar a Nicolai Gedda por ciertos gestos técnicos (y en parte el tipo de voz) que hermanan a estos dos tenores. Como los hermana el cosmopolitismo, ya que Beczala entró entonces en el repertorio checo y ofreció un aria de Rusalka en que la musicalidad, la elegancia y el estilo se combinaron con un registro agudo estrepitoso. Había que volver a descansar.

Hubo cierta distensión expresiva en la interpretación que Sarah Tysman ofreció de la Humoresque Op. 101, núm. 7 en sol bemol Mayor del propio Dvorák, pero esto no paraba y nos introdujimos en el campo de la música italiana. Había que darle al pueblo lo que es del pueblo y Un ballo in maschera y Tosca compusieron los postres. De la primera tocaba un Di’ tu sei fedele il flutto m’aspetta de tiempo excesivamente lento pero con un canto irreprochable y segunda estrofa bellamente matizada. Y, como no, la gran aria de Riccardo con su correspondiente recitativo: Forse la soglia attinse... Ma se m’è forza perderti.Y como siempre es de buen tono ponerse quisquilloso, se puede decir que Tysman no se desenvuelve tan finamente con Verdi como con el resto, que el tiempo que introduce "ah, si, Renato rivedrà d'Inghilterra" era otra vez demasiado moroso y que tal vez las últimas frases de esta aria no fueron las más cómodas para el tenor. Nada que no se cure con un whisky doble, como diría  aquel, porque la realidad es que hasta aquí no teníamos otra que reconocer la maestría de lo que tradicionalmente se ha venido en llamar un "tenorazo".

"Si me das a elegir", como cantaban Los Chunguitos, me parece que desde el punto de vista temperamental y estilístico Beczala es más de Verdi que de Puccini. Sin embargo, aunque la introducción de la pianista en Recondita armonia fue mejorable, la exhibición de Beczala en este número fue esplendorosa. Y todavía faltava E lucevan le stelle, infalible como siempre para encender al público. Tal vez ahí faltó, en las primeras frases, el recogimiento de un seductor pucciniano. ¿Quien iba a pensar en eso ya?

A los aplausos calurosos del respetable le siguieron copa y puro: Pamiętam ciche, jasne, złote dnie de Mieczysław Karłowicz y Core 'ngrato de Salvatore Cardillo (auténtica carnaza para acabar). En la primera nos regaló un piano en zona aguda verdaderamente estupefaciente y en el estribillo de la segunda debería haberse tomado la calma que se tomó con Un ballo in maschera. Pero más allá  de detalles interpretativos se impuso en todo momento el poder de un tenor que no canta como puede sino como quiere, que dio un auténtico master técnico y derrochó elegancia, musicalidad y estilo.

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Fotos: © Miquel González – Shooting