Ravel en casa
San Juan de Luz-Donibane Lohitzune. 21/08/2024. Iglesia de San Juan Baptista. Obras de Maurice Ravel. Isabelle Druet (Concepción, mezzosoprano), Jean Heuzenroeder (Torquemada, tenor), Benoit Rameau (Gonzalvo, tenor), Thomas Dolié (Ramiro, barítono) y Nicolas Cavallier (Iñigo Gómez, bajo). Orquesta Les Siècles. Dirección musical: Pierre Bleuse.
A apenas seis kilómetros de la frontera de Behobia está Ziburu, localidad natal de Maurice Ravel y que es hoy un pequeño pueblo de unas seis mil personas, de gran atractivo para pasear por él, rodeado de montes verdes y con el mar Cantábrico a apenas unos pocos metros. Si continuamos hacia el interior nos encontraremos con San Juan de Luz-Donibane Lohitzune, con casi quince mil personas en invierno y muchas más en verano, porque este pueblo tiene hermosas playas y merece mucho la pena visitarlo.
En esta zona, y desde hace cuatro años, se organiza el Festival Ravel y este año hemos tenido la oportunidad de acercarnos para comprobar que la idea está muy bien planteada, desarrollada y cargada de ilusión, como ya se escribió en estas páginas el verano pasado. El programa, que camina desde este concierto inaugural y hasta el próximo 4 de septiembre, es muy diverso en su planteamiento aunque, lógicamente, todo gira en torno a la figura de este vasco universal. Y parece de Perogrullo que el concierto inaugural se dedique, de forma monográfica, al compositor que da nombre al evento, con un programa interesante y plural.
Por desgracia, estos pueblos de la costa vasca no tienen una infraestructura adecuada para conciertos grandes y así, el que nos ocupa, se ha celebrado en la iglesia de San Juan Baptista, sita en medio de toda la zona comercial del pueblo y que presentaba un lleno hasta la bandera. La iglesia, de nave única y con pasillos en las partes más altas de la misma, tiene un ábside y un altar espectacular y lo cierto es que la fotografía de la orquesta Les Siècles desplegada en el presbiterio y ante toda la rica decoración del retablo es espectacular.
Toda la primera parte se dedicó a L’heure espagnole, una ópera breve –de hecho, toda la producción operística de Ravel apenas sobrepasa la hora y media de duración- y que fue ofrecida en versión concertante aunque los cinco solistas hicieron esfuerzos por darle cierta forma actoral a la trama. Colocados sobre una tarima y dando la espalda a la batuta, los cinco cantantes nos ofrecieron una versión muy emotiva; Isabelle Druet fue una pizpireta Concepción, con la voz bien emitida y mucha intención. Thomas Dolié nos ofreció un Ramiro vocalmente noble –quizás la voz más interesante de la noche- y un personaje de gran credibilidad; Benoit Rameau con su Gonzalvo enseñó una voz muy bonita pero que tiende a palidecer en la zona aguda. Nicolas Cavallier quizás esté falto de rotundidad para el Iñigo Gómez pero actuó muy bien. Finalmente, muy de estilo francés la voz de tenor de carácter de John Heuzenroeder, haciendo un Torquemada de manual, libidinoso y aprovechado.
Toda la segunda parte se dedicó al Ravel orquestal, por ello enlazo la valoración de grupo y batuta con las tres obras que se interpretaron tras el descanso. Pierre Bleuse consiguió transmitirnos una compenetración y una fe en el grupo contagiosas. Eterno sonriente, todo fluía con enorme naturalidad y las tres piezas despertaron el entusiasmo de un público entregado. Programadas las obras en una especie de crescendo orquestal, la Alborada del gracioso abrió esta parte, quizás con exceso de decibelios, supongo que en parte condicionados por la acústica del recinto.
La Rapsodia española se planteó muy bien, con un preludio a la noche esplendoroso, bien matizado y un cuarto movimiento assez animé más sosegado que la obra anterior, con un final muy musical. Finalmente, y jugando a caballo ganador, el concierto se cerró con el célebre Bolero, obra tan famosa como tramposa. En su aparente sencillez se esconde el peligro. Aún se recuerda en Madrid el desastre de la Orquesta Filarmónica de Viena -20 de enero de 1998- cuando el error de un músico provocó una cadena de problemas hasta terminar por desvirtuar la obra. Pues bien, verle a Bleuse bailar con cada uno de los solistas, pedirles casi con gestos jazzísticos que sintieran y moldearan la música se tradujo en una interpretación brillante y que provocó el delirio popular.
Ya se sabe que por aquí la máxima aprobación se muestra con aplausos rítmicos y ya pueden imaginar cómo terminaron primera y, sobre todo, segunda partes. Es más, cuando cada uno de los solistas –y el primero el de la caja, como tiene que ser- saludó al respetable parecía que estábamos más en una presentación de un equipo de fútbol que en un concierto de música clásica.
El Festival Ravel ha comenzado con el listón muy alto y en los próximos días asistiremos a más conciertos, donde podremos comprobar la originalidad y la valentía del planteamiento, proponiendo una programación bastante más audaz que otros que parecen vivir encerrados en un bucle. Eso sí, el comienzo fue “fácil” porque Ravel jugó en casa… y ganó por goleada.
Fotos: © Festival Ravel - KOMCEBO