El rompedor y el comedido
Madrid. Auditorio Nacional. 12/10/2024. Obras de Mendelssohn y Berlioz. Sonja Leutwyler, soprano. Julian Hubbard, tenor. Hanno Müller-Brachmann, bajo. Orquesta y Coro Nacionales de España. Andrés Orozco-Estrada, director.
Muy interesante programa el propuesto por la ONE y que contraponía el universo completamente disímil de dos compositores coetáneos en el tiempo, pero con mentalidades y formas de hacer muy distintas. Por un lado la Sinfonía Fantástica op.14 de Berlioz, una de las obras más revolucionarias, audaces y rompedoras de todos los tiempos, y por otro la sinfonía-balada La primera noche de Walpurgis op. 60 de Mendelssohn, obra que surgió como respuesta a la de Berlioz, después de que el alemán sintiese la necesidad de responder, compositivamente hablando, a la sinfonía del francés después de escuchar su sinfonía.
“Caricatura pervertida” que moviliza “medios orquestales exagerados, para expresar nada más que tonterías, gruñidos, gritos y alaridos de un lado a otro” escribió Mendelssohn a su madre tras escuchar la ‘Fantástica’. Pero algo debió de remover al compositor, que inmediatamente sintió la necesidad de emular al músico francés con una obra que intenta recoger su universo mágico y tenebroso. Aunque las gigantescas oleadas de fantasía, mundo onírico y demoníaco de la Sinfonía Fantástica de Berlioz, con unos medios orquestales apabullantes e inéditos en la historia de la música hasta la fecha; en Mendelssohn, con sus bellezas e interés, se quedan en un mundo mágico de bastante más pequeño estuche, timbricamente mucho menos refulgente y orgiástico, y con una concepción y resolución, bastante más comedida y conservadora.
Hacía su debut con la Orquesta Nacional el director colombiano Andrés Orozco-Estrada, y nada más empezar la obra de Mendelssohn se pudieron apreciar sus características directoriales. La obertura comenzó con unas tormentosas oleadas que iban de arriba a abajo, y los tan afines al compositor ritmos apuntillados sonaban en los violines con propiedad, aunque uno se quedaba escuchando las ristras de semicorcheas de los bajos y violas que ‘ensuciaban’ y daban esa dimensión feérica y turbia al discurso. A falta de un último pulimento, la obra se fue desplegando de forma realmente notable. Orozco-Estrada, con su gesto nervioso e incesante, la llevó, con la ayuda de un estupendo Coro Nacional, a un ámbito más brillante y espectacular que el otras veces más apolíneo y transparente universo mendelssohniano, realzando palabras y sonidos clave y llenando el discurso -con su cierta carga de aparatosidad- de intensidad y nervio.
El bajo-barítono Hanno Müller-Brachmann, en sus largas y efusivas llamadas con el coro, consiguió uno de los más intensos momentos, y demostró con su redonda voz ser con diferencia el solista mas destacable. El tenor Julian Hubbard no tuvo mucho tiempo de remontar su un tanto inestable primera intervención; y la mezzo Sonja Leutwyler estuvo discreta y sin estar cómoda en su breve participación con la tesitura realmente grave de su parte.
Ya en la segunda parte, el inicio de la Sinfonía Fantástica de Berlioz fue dibujado con un muy bello clima lejano y ensoñador por parte de la cuerda con sordina, algo que la madera, mas presente de lo debido, consiguió en menor medida. Orozco-Estrada marcó muy bien los calderones de los silencios y enseguida supo cambiar el rumbo en los fragmentados momentos de picos sonoros. El director, siempre muy movedizo en la tarima, con movimientos cimbreantes y nerviosos, muy expeditivo, es ideal para una obra tan llena de retazos e impulsos.
El segundo movimiento tuvo una muy notable realización a pesar de algún instante borroso rítmicamente, y en el tercero se lució el corno inglés con su bellísimo sonido. Buena idea el situar al oboe que responde en el lateral del último piso. Pero fue a partir de entonces, en la Marcha al cadalso, y en el último movimiento, donde Orozco-Estrada, exhibiendo una completa y muy eficaz técnica directorial, logró vitalizar el discurso sonoro de forma extraordinaria. El director, siempre inquieto e impulsivo, marcando casi cada entrada, y siempre dinamizando energía, llevó en volandas a una Orquesta Nacional en plena forma. Habría que nombrar a infinidad de instrumentistas en este éxito, pero citaré especialmente a los trombones y a las dos tubas, que estuvieron extraordinarios.