Conocer al otro Sorozábal
Pamplona-Iruña. 22/11/2024. Teatro Gayarre. Pablo Sorozabal: Don Manolito. Itsaso Loinaz (Margot), Leire de Antonio (Leocadia), Iker Casares (Emilio), Cesar San Martín (don Manolito), Darío Maya (Guillermo) y otros. Coro de AGAO. Orquesta Sinfonía Navarra. Dirección de escena: Ekaitz González. Dirección musical: Arkaitz Mendoza.
Si tuviera que clasificar las zarzuelas de Pablo Sorozabal –para muchos, el máximo exponente de la creación en este género- lo haría en tres grupos, por aquello de abreviar e ir a lo concreto: por un lado, las tres grandes, reconocidas e interpretadas en multitud de plazas, a saber, Katiuska, La tabernera del puerto y La del manojo de rosas. Por otro lado estarían las olvidadas, entre las cuales podemos diferenciar aquellas de las que consta siquiera una grabación discográfica, caso de La eterna canción o Las de Caín y aquellas de las que no queda vestigio alguno de ningún tipo, por ejemplo La guitarra de Fígaro o Cuidado con la pintura. En el medio quedarían aquellas a las que se recurre de vez en cuando en las programaciones y, por ello, muchas veces nos suenan casi como nuevas; en este último grupo podríamos incluir Black, el payaso, Entre Sevilla y Triana o Don Manolito. Por ello es de agradecer que la Asociación Gayarre de Amigos de la Ópera (AGAO), de Pamplona haya apostado por esta última para su habitual cita zarzuelera de fin de año en el teatro principal de la ciudad.
Don Manolito fue estrenada en 1943, es decir, en los primeros años del franquismo, en su momento más cruel política y económicamente. Europa estaba inmersa en la segunda parte de la Segunda Guerra Mundial, a Hitler parecía haberle cambiado la suerte y Franco ya estaba sospechando que sus aliados no las tenían todas consigo. En el interior, en un país arrasado, el régimen impone una férrea dictadura, una represión desmedida y, en el ámbito artístico, una censura inimaginable. Por ello, Pablo Sorozabal, un hombre nada afecto al régimen, no puede inspirarse ni en una revolución socialista (Katiuska), ni en el tráfico de drogas (La tabernera del puerto) ni en el conflicto social de señoritos y proletarios (La del manojo de rosas).
Sorozabal tiene que refugiarse en un libreto, de Luis Fernández de Sevilla, neutro, que sitúa la acción en la sierra madrileña (acto I) y en un bosque cerca de la misma capital (acto II) y en la que el deporte cobra sorprendente protagonismo en lugar de cualquier conflicto político-social. Escuchar Don Manolito obliga saber el contexto de esta obra, las especiales circunstancias que le rodeaban y, podemos imaginar, la férrea censura que acompañaba el proceso creativo de un músico instintivamente rebelde.
La AGAO presentó la función como la presentación del título en la capital navarra, lo que dice bastante del abandono de aquellos títulos que no están en esa lista existente de 20 o 30 zarzuelas que se repiten ad nauseam en todas las ciudades. Era, por lo tanto, una oportunidad a no perder. Y el resultado final ha sido notable, respaldado, además, con un teatro lleno en un 95% aproximado de su capacidad, lo que es motivo de felicitación.
Escénicamente, la propuesta dirigida por Ekaitz González ya la pudimos vivir en el Teatro Victoria Eugenia, de Donostia el pasado año y algo mejorada se ha puesto en el Teatro Gayarre. Prima la simplicidad; las montañas nevadas del acto I están proyectadas sobre el fondo del escenario mientras que el bosque veraniego del acto II está simulado con el uso del verde y la pertinente proyección de imágenes de bosque. El movimiento escénico está más trabajado que de costumbre, especialmente entre los cómicos, llegando a llevar al personaje de doña Cándida (impagable la actriz Amaia Iriondo) por la platea y los dos primeros pisos del recinto a grito pelado mientras buscaba a su sobrino.
Vocalmente, el resultado fue mucho más satisfactorio entre las voces masculinas. Destacó sobre todos un Cesar San Martín que asume un papel de gran exigencia en todos sus registros y que llegó al final de la función con fuelle suficiente. Daba muy bien el personaje, tuvo alguna indecisión en la parte hablada pero en lo que a su canto se refiere, me pareció el más caudaloso, redondo y expresivo de la noche. Darío Maya, al que he disfrutado en numerosas ocasiones en papeles menores de óperas y zarzuelas, estuvo resuelto en su papel de Guillermo, el panolis adicto al deporte que no ve más allá de sus narices. Una voz de cierto peso, más abaritonada que otras veces y muy bien proyectada. Muy bien Iker Casares en la faceta actoral y suficiente en lo vocal, igual que Imanol Etxabe, algo hiperbólico en su Nica. El actor Koldo Torres, interpretando al deus ex machina de la acción, don Jorge, estuvo más que solvente, con empaque y credibilidad.
En el lado femenino las cosas fueron por otro cauce. Itsaso Loinaz tiene un agudo fácil pero el volumen de su voz es limitado y la zona central queda algo apagada; en los dúos con don Manolito el desequilibrio entre las voces era demasiado evidente. Y es una lástima porque en su única romanza supo sacarle brillo a su instrumento. Leire de Antonio estuvo brillante en faceta actoral y limitada en la vocal, como ocurre tantas veces.
El Coro de la AGAO estuvo bien sobre el escenario aunque en los momentos internos tiende al descuadre. La Orquesta Sinfonía Navarra cumplió su cometido, con reconocimiento para el solista de trompeta. Arkaitz Mendoza estuvo muy atento a todo y a todos, supo reconducir los pequeños desajustes y fue muy reconocido al final de la función. Queda dicho que la entrada ha sido muy buena aunque no me deja perplejo el efecto Pavlov que parece producir entre los oyentes el telón, que según comienza a bajar la gente aplaude, por mucho que la música no se detenga. Pero como Don Manolito no es muy conocida, apenas hubo tarareos, lo que es de agradecer.
Interesante iniciativa que nos ha permitido disfrutar de un Sorozabal infrecuente. Aunque solo sea soñar, quizás algún día alguien se acuerde de Las de Caín o La eterna canción y podamos vivirla sobre este o cualquier otro escenario. Porque pedir, todavía, es gratis.
Fotos: © Mikel Legaristi