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Tres en raya

Barcelona. 15/12/2024. Palau de la Música Catalana. Obras de Mozart, Beethoven y Schubert. Elisabeth Leonskaja, piano.

Si el pasado mes de noviembre la Franz Schubert Filharmonia recibió una invitada de renombre, la directora Laurence Equilbey, la temporada despidió el año con un evento pianístico de altura: un recital en solitario de la gran Elisabeth Leonskaja. Puede asumirse que junto a Maria João Pires y Martha Argerich, Leonskaja es actualmente una de las tres damas del piano por excelencia de nuestro tiempo. Con sus ya larguísimas y consagradas carreras a sus espaldas, y siendo cada una representante de una región muy distinta de las otras, las tres son adalides de una generación vital para la difusión pianística de nuestro siglo, especialmente en materia de intérpretes femeninas. 

Proveniente de la Georgia soviética, Leonskaja es sin duda una de las voces más importantes de la Europa del este. Casi exactamente once meses atrás, encontrábamos a la pianista en un programa de la FSF en el que interpretó el Concerto para piano y orquestra nº12 de Mozart, con Tomás Grau a la batuta. En esta ocasión, ha presentado un interesante tríptico sobre las últimas sonatas de Mozart, Beethoven y Schubert; testimonios que reflejan la cumbre pianística de tres autores con estilos bien diferenciados, acordes a su época, pero indefectiblemente emparentados entre sí, dada la influencia que Mozart ejerció en los otros dos, y la que Beethoven asímismo ejerció en Schubert; una influencia que a día de hoy no requiere ya de ningún apunte musicológico. 

Hace falta una gran devoción para que, ya a una considerable edad, alguien se lance a una grabación integral de las dieciocho sonatas de Mozart, y es que, tan solo hace un par de años, Leonskaja encaró ese proyecto en un espléndido registro para la Warner Classics. La georgiana comenzó sus andanzas sobre el Allegro, nada más irrumpir en escena, sin rodeos, y demostró que con setenta y nueve años se puede ser todavía experta y una devota de Mozart. Con precisión quirúrgica en el pedal, pinceló algunos pasajes de la sonata, interpretada con sabiduría y delicadeza sincera. Grupetos y escalas rápidas fueron testigos de la buena articulación que sus experimentadas manos todavía son capaces de dar ante un Palau que, la tarde del domingo, apareció bastante concurrido. Gran parte de la gimnasia pianística de la sonata recae también sobre el Adagio, aunque quizá fue el fragmento más tibio de todo el recital, por causas ajenas a su interpretación. En el Allegretto demostró la misma frescura que en sus grabaciones, sobre todo en los arpegios, y trató de dar un contraste convincente a las diferentes secciones del rondó, bien concentrada a pesar de los destellos extraños que uno de los focos empezó a emitir de manera intermitente durante varios minutos.

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Tampoco defraudó en el terreno beethoveniano. La georgiana hizo gala de su dominio del catálogo del genio de Bonn, especialmente destacable en las tres últimas sonatas de Beethoven, que con tanta asiduidad interpreta en recitales y festivales. La última de Beethoven, pasada por los dedos de Leonskaja, fue probablemente lo mejor del recital. Se recreó en la tormentosa introducción y asumió la trascendencia y la majestuosidad que esta pieza implican; algo así como una síntesis de todas las obras maestras, para piano o no, escritas en do menor. Se adueñó de los graves con seguridad y precisión, evitando el barullo caótico que tan fácil puede intoxicar la música en esas frecuencias, y su izquierda sacó su mejor nobleza en el Maestoso. La monumental Arietta fue otro de sus grandes triunfos de la noche, que sumieron a la artista en un trance muy profundo e inspirador.

Si con la integral de Mozart no era suficiente, ese mismo año (2022), también se embarcó en grabar todas las sonatas de Schubert. Demostró por qué el alemán es otro de sus autores predilectos y mostró un respeto religioso por su última sonata. Destacó con énfasis los crescendi del Molto moderato inicial, dejando cantar las notas largas, siemrpe controlando las dinámicas. Destacaron los pasajes de tonalidades menores y llevó los cruces de manos del Andante con naturalidad. Tras un ágil y dramático Scherzo, afrontó el cuarto movimiento sobrada de energía y coronó un final soberbio, que hizo estallar la sala modernista. 

Calmó la ovación con dos propinas de Debussy, primero Feux d'artifice, en una liviana y pirotécnica interpretación, y luego el vals La plus que lente, en una interpretación contemplativa que despidió una velada de lujo.

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