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Una frase como resumen

Oviedo. 21/12/2024. Teatro Campoamor. Giuseppe Verdi: Aida. Carmen Giannattasio (Aida), Ketevan Kemoklidze (Amneris), Jorge de León (Radamés), Ángel Ódena (Amonasro), Manuel Fuentes (Ramfis), Luis López Navarro (rey de Egipto), Carla Sampedro (sacerdotisa) y Josep Fadó (mensajero). Coro Titular de la Ópera de Oviedo. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Dirección de escena: Vivien Hewitt. Dirección musical: Gianluca Marcianó.

No se puede dudar que tras caer el telón al finalizar la última función del cuarto título de la temporada de la Ópera de Oviedo el público decidió que la misma había sido todo un éxito. Los aplausos eran generosos y algunos de los cantantes fueron reconocidos por su labor con ovaciones que no pondré en tela de juicio. Porque el público es –en gran medida, aunque no de forma absoluta- soberano y no puedo ni quiero negar lo obvio. Otra cosa es que un servidor, que a fin de cuentas es quien firma estas líneas, no compartiera en exceso tal entusiasmo. 

¿Y ello por qué? Porque para mí Aida es una ópera de contrastes entre la intimidad de un amor imposible, sometido a las leyes de la guerra y la política y el exceso de quien consigue el triunfo militar y el sometimiento del enemigo; ello supone una acusada antítesis que conviene reforzar desde la batuta y las voces y el no conseguirlo fue, en mi opinión, el mayor hándicap de la noche. 

¿Y por qué el título de este reseña? ¿De qué frase estamos hablando para tratar de resumir toda una función en la misma? Pues de aquella que nos retrata lo que fue el devenir de la función. Situémonos: acto tercero, Radamés acaba de delatar el sitio de paso de las tropas egipcias ante Amonasro y Ramfis y Amneris son testigos de la traición. El rey etíope trata de matar a Amneris, Radamés lo evita y una vez huídos los intrusos, Radamés se entrega, mientras canta 'Sacerdote, io resto a te!' Y ahí Jorge de León mantuvo, junto a un volumen imponente, sílabas prolongadas, efectistas, de esas que a uno le permiten pensar que estamos ante algo poco habitual. Y el público, contento a rabiar. 

Este es el símbolo de la función: exceso de volumen, voces grandes, efectos vocales de impacto por lo que la parte de la historia más ampulosa quedaba perfectamente retratada. Pero queda escrito que la historia que se nos narra en Aida es poliédrica y eché en falta la intimidad, el recogimiento que Verdi nos describe. Y quizás esperar ello era difícil por las voces que teníamos en el escenario. 

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Jorge de León construye un Radamés contundente aunque más heroico que romántico. Es indudable que tiene tirón popular y que los amantes de las voces grandes están felices con él pero eché en falta al guerrero más romántico, al enamorado más recogido. De León describe muy bien la parte guerrera del personaje y según avanzó la función su voz se colocó mejor pero, insisto, Radamés es más que un militar victorioso. Su amada, la esclava etíope, fue encarnada por Carmen Giannattasio, que me supuso cierta decepción en el acto terero, con un Oh, patria mia sin fiato, sin ligadura, entrecortada en exceso. Mejor en el dúo final de la ópera aunque su Aida quedó algo plana y limitada.

En la parte opuesta tenemos la mejor voz de la noche, la aportada por la Amneris de Ketevan Kemoklidze, con una escena en el cuarto acto que fue lo mejor de la noche con diferencia. Incapaz de admitir su sometimiento político a los sacerdotes, nos recuerda en su dolor el mismo que Aida sufre en el acto primero cuando, desnortada y víctima de sus contradicciones, suplica por la victoria de Egipto ante el ejército de su tierra natal. El mismo dolor siente Amneris cuando justifica la traición de Radamés por el amor que ella siente, ese amor que no es correspondido. La georgiana estuvo sencillamente excepcional en la escena del juicio. Ángel Ódena construyó un Amonasro de una pieza, imperturbable, rígido. Aún conserva esa voz de barítono de cuerpo y densidad y su labor colaboró en el buen hacer de la función.

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Soberbios los dos bajos, tanto el Ramfis de Manuel Fuentes, de hermosa voz que corre bien y que aunque es algo mate en el grave más profundo tiene un color precioso, como el rey de Luis López Navarro, al que me gustaría escuchar en papeles de más enjundia. Poco a poco se van asentado jóvenes bajos en la lírica española que hacen ver el futuro de la cuerda con un optimismo que hasta hace poco era impensable. Josep Fadó le dio enjundia al mensajero y audible la sacerdotisa de Carla Sampedro, en canto interno.

Quiero hacer mención especial a la labor del Coro Titular de la Ópera de Oviedo con una interpretación nada desdeñable. La labor de todos fue brillante pero especialmente subrayable el trabajo de sopranos y bajos, estos con matices y maldad suficiente en la citada escena del juicio. Recibieron un aplauso más que merecido. Gianluca Marcianó fue el responsable de esta Aida más aparatosa que íntima, con un segundo acto de trompetería y sonidos efusivos –muy bien, por cierto, los metales en escena- que nos puso a todos a tono. Es decir, que la dirección orquestal fue la estrictamente necesaria para redondear la apuesta de Oviedo con esta Aida.

La puesta en escena de Vivian Hewitt, con escenografía de Franco Zeffirelli, fue vistosa dentro de la necesaria sobriedad de esta temporada. Dos descansos que llevaron la función hasta superar las tres horas de duración; por cierto, no estaría de más que bien por escrito bien por megafonía se advirtiera del número de descansos y su localización durante la representación. Lo que desconocía es que en coincidencia con la función se celebrara en el teatro una conferencia de tísicos y adictos a las toses porque, de verdad, hubo momentos en los que el ruido fue insoportable. Y eso que la ciudad vivía en unas temperaturas que ya quisieran otros.

Me sorprendió que algunas decenas de butacas de platea estuvieran sin ocupar, quizás será la fecha, quizás el que hubiera cinco funciones pero no deja de sorprender que un título tan popular no venda todo el billetaje. Solo queda Mozart para terminar la temporada 2024/2025 y esta Aida ha sido un sonoro paso adelante. La gente estaba contenta, satisfecha del espectáculo y eso sigue siendo lo más importante, ¿no?

Fotos: © Iván Martínez