Más vale tarde que nunca
Barcelona. Teatre de Sarrià. Manuel García: L´isola disabitata. 17/03/2018. Aina Martín (Costanza); Helena Resurreiçâo (Silvia); Carlos Arturo Gómez (Gernando); Guillem Batllori (Enrico). Piano: Viviana Salisi. Producción: Òpera de Cambra de Barcelona. Dirección artística: Raúl Giménez.
Es curioso que hasta después de màs de un siglo y medio de su desaparición, se haya suscitado ahora el interés por la obra escénica del que fue muy difundido compositor, tenor, maestro de canto y empresario de ópera sevillano Manuel del Pópolo Vicente García que ya había estrenado un par de óperas en Madrid a principios del siglo XIX, pero cuyo principal título de gloria es haber sido el primer Conde de Almaviva en el estreno absoluto de “Il barbiere di Siviglia” de Rossini, en Roma, el 20 de febrero de 1816. Fue un estreno aciago, como ha quedado consignado en los tetimonios del momento (incluso la contralto Geltrude Giorgi-Righetti, que participó en el accidentado estreno, explicó en un breve opúsculo el conjunto de desastres que marcaron el “bautizo” de una obra que después sería una de las más aplaudidas de Rossini. Como el tenor García era sevillano, Rossini se había dejado convencer por él para usar una “obertura de temas sevillanos” compuesta por García, pero después del fracaso del estreno, Rossini tomó la obertura y rasgó la pieza, motivo por el cual de hecho el “Barbiere di Siviglia” careció de obertura, y Rossini le antepuso la de su ópera anterior “Aureliano in Palmira” (de 1814). Pero durante mucho tiempo la ópera circuló sin obertura y cuando llegó al Teatre sde la Santa Creu (más tardePrincipal) de Barcelona, en 1818, su director musical de entonces, Ramon Carnicer, le colocó una obertura compuesta expresamente por él, muy “italianoide” y que se ha interpretó muchas veces en España durante un tiempo y aún hoy se ha oído algunas veces.
En todo caso, Manuel del Pópoplo Vicente García pasó más tarde a París, y con su esposa Joaquina, su hija Maria Malibrán, su hijo Manuel, el barítono catalán Pau Rosich y otros cantantes emprendió una gira por los Estados Unidos, actuando en Nueva York, en el Park Theatre, donde en 1825 dio las primeras representaciones de ópera que hubo en aquella ciudad, el “Barbiere” rossiniano y “Don Giovanni” de Mozart. Se dio la curiosa circunstancia dc que en aquellos años vivía en Nueva York el que había sido libretista de Mozart, Lorenzo Da Ponte, que ahora malvivía en la ciudad vendiendo libros y dando cases de italiano, el cual asistió emocionado a la representación de la ópera mozartiana cuyo libreto había escrito él en Praga en 1787, y que sin duda no había pensado volver a ver jamás en escena.
Luego la compañía de los García emprendió unas actuaciones en México, pero en el camino de regreso a la costa los cantantes fueron desvalijados por unos bandoleros y tuvieron que regresar a Europa sin un centavo.
En París, Manuel García emprendió entonces una actividad de profesor de canto que le dio un considerable prestigio. Para los alumnos de canto compuso varias óperas “de salón” (es decir, para voces y acompañamiento de piano), una de las cuales fue esta “Isola disabitata” que Metastasio había escrito en 1752 y que había sido puesto en música por más de treinta compositores, entre los cuales el más famoso fue Haydn (en 1779). Que García usara aún este lbireto nos revela claramente que su mentalidad musical era todavía la del tardío neoclasicismo del primer tercio del siglo XIX, que en el terreno operístico Bellini y Donizetti acabarían sepultando del todo en la década de los 1830 con sus célebres óperas románticas.
Es notable que la resurrección de estos títulos olvidados de autores de este período (Gomis, Hérold, García y otros) se esté produciendo ahora, cuando sus nombres han estado siempre ahí, en las páginas de innumerables historias de la ópera pero que no han suscitado la curiosidad de nadie hasta estos últimos años.
Por lo que a la iniciativa de resucitar la obra metastasiana de García, el origen radica en la reciente publicación de la partitura, realizada hace unos diez años por una musicóloga, Teresa Radomski, y la más reciente publicación de la primera biografía de García. Sin duda aquí hay que aplicar la conocida expresión “vale más tarde que nunca”.
La ópera de García se puede apreciar claramente que tiene una finalidad didáctica, para que los alumnos de su escuela aprendieran las ornamentaciones vocales todavía en uso en el repertorui pre-romántico, y por esto la obra tiene un atractivo musical reducido; incluso sorprende un poco que un autor que había estado en contacto con Rossini (que acababa de estrenar sus últimas óperas en el mismo París en que se movía García) no se pueda apreciar más que algún pálido destello de la inventiva rossiniana. Algo de esto hay en el terceto y cuarteto finales de la obra, en la que las cuatro voces (soprano, mezzosoprano, tenor y barítono) se unen para celebrar su reencuentro y su propósito de abandonar la isla deshabitada y volver a Europa. La interpretación de los cantantes de los participantes de Sarrià fue correcta, sobresaliendo algo más las dos cantantes femeninas, manteniéndose en un plano más discreto el barítono Guillem Batllori, y evidenciando cierta inmadurez el tenor Carlos Arturo Gómez. La pianista Viviana Salisi tuvo a su cargo la ímproba labor de acompañar constantemente la partitura durante los setenta y pico de minutos que dura la obra; la producción situó el piano también en escena, con unos atisbos de escenografía
(un par de rocas, un sillón y un baúl, con un movimiento escénico adecuado para expresar los momentos de amor y desamor de los personajes. La original iniciativa fue aplaudida con fuerte entusiasmo por el público que llenaba casi del todo el elegante teatro de Sarrià que hoy en día inyecta repertorio inusual de lo más original para los amantes del género que abundan en Barcelona