Bohemian Rhapsody
Khatia Buniatishvili graba los conciertos para piano no. 2 y 3 de Rachmaninov
Artista en indudable ascenso -el próximo día 25, por cierto, actúa en el Liceu, con el Concierto para piano y orquesta no. 1 de Tchaikovsky-, la joven pianista de origen georgiano Khathia Buniathisvili (Batumi, 1987) es a buen seguro una de los más probados talentos de la última generación de pianistas. Pocas manos amalgaman hoy un virtuosismo técnico y una expresividad semejantes. Son palabras mayores, pero lo cierto es que momentos recuerda a la prominente Martha Argerich que deslumbró al mundo en los años sesenta del siglo pasado. Virtuosa y expresiva, Buniathisvili es así una intérprete ideal para los conciertos para piano y orquesta de Rachmaninov, que acaba de grabar para Sony con la Orquesta Filarmónica Checa y bajo la batuta de un inspirado Paavo Järvi. A pesar de su juventud, Buniathisvili atesora ya un amplio catálogo de grabaciones: ahí está por ejemplo el estupendo álbum consagrado por entero a Liszt en 2011 o el singular Motherland publicado en 2014, a modo de viaje musical de tintes autobiográficos, recorriendo un amplio catálogo de autores, desde Bach a Pärt pasando por Scarlatti, Brahms o Ligeti, entre otros.
Aunque por momentos su pianismo pueda dar la impresión de ser más exterior que interior, más un cultivo de una forma y un fraseo que la indagación de un temperamento, lo cierto es que este rasgo viene ya impreso en la naturaleza misma de estos conciertos para piano de Rachmaninov, que juegan con riesgo y fortuna a un equilibrio entre el vértigo técnico y la trascendencia más genuina. Acostumbrados al Rachmaninov de Ashkenazy con Previn, Kondrashin o Haitink, al de Weissenberg con Karajan, al Zimmerman con Ozawa, al Rubinstein con Reiner y por supuesto el del propio Rachmaninov con Stokowski y Ormandy, cuesta considerar que quede algo que decir en torno a estas partituras. En este sentido el presente CD quizá no sea una revelación, pero sí es una confirmación sumamente relevante en un tiempo de fugaces jóvenes talentos. En el caso de Kathia Buniathsvili, estamos ante una solista que ha llegado para quedarse y que en ningún modo será flor de un día.
Los conciertos para piano y orquesta no. 2 y no. 3 de Rachmaninov constituyen un punto álgido en la creación del compositor ruso. Su exigencia técnica va pareja a su extraordinario pathos. Conviene recordar que el no. 2 está dedicado a Nikolái Dahl, el médico que trato a Rachmaninov con hipnosis para ayudarle a reponerse de la honda depresión en la que había caído tras el funesto estreno de su primera sinfonía, en manos de un Glazunov ebrio a la batuta. Hay pues todo un torbellino de emociones y viviencias en estos conciertos que a menudo resulta complejo canalizar. Cuántas veces los hemos escuchado reducidos a un exceso romantico sin el menor sentido. Buniathisvili en cambio acierta de pleno; consigue crear tensión, expectativa e intimidad, confirmando la impresión de que hay en ella mucho más que un virtuosismo técnico. Y es que su Rachmaninov no suena espectacular sino auténtico.
Al margen de la estupenda impresión que depara Buniathisvili, quizá lo más sorprendente de todo el disco sea la extraordinaria labor de Paavo Järvi a la batuta, al frente de la Orquesta Filarmónica Checa que se revela en estado de gracia y cuyo sonido parece echizado por un aura antigua, casi vintage. El brillo refulgente de tantas otras grabaciones de estas obras deja paso aquí a un aire melancólico, a un claroscuro bohemio sumamente propicio y atinado para estas partituras. Järvi y Buniathisvili ya haían trabajado antes, precisamente en el CD consagrado a Chopin en 2012, entonces con la Orquesta de París -de la que el maestro estonio fue titular hasta el año pasado-.
Por lo que se refiere a la labor de Järvi, lo cierto es que estamos ante una de esas felices y contadas grabaciones en las que una obra casi se redescubre desde cero a partir de mil detalles que a menudo han pasado desapercibidos en otras grabaciones. Sumamente minucioso, casi como un minuaturista, Järvi construye las frases a partir de cada compás, compone el paisaje considerando cada elemento, sin perderse en una impresión global alborotada y efusiva. Su Rachmaninov encandila y conecta con las manos de Buniathisvili, con quien respira al unísono. Ella suena grácil cuando debe serlo, rotunda cuando se requiere y virtuosa en los pasajes más endiablados. La Filarmónica Checa deslumbra por la belleza de su cuerda y sobre todo por el dibujo claro y poético de sus maderas. Un ropaje perfecto para el discurso pasional de Buniathisvili. Seguramente el mejor elogio que pueda hacerse a este CD es que consigue revitalizar el interés por dos conciertos que se han convertido ya casi en piezas manidas a fuerza de hacerse populares.