Einojuhani Rautavaara: mucho más que el Cantus Arcticus
Puede haber cierta tendencia a considerar al recientemente fallecido Einojuhani Rautavaara (1928-2016) como compositor de una única obra: su obra para orquesta Cantus Arcticus, creada en 1972 a instancias de la Universidad de Oulu para la fiesta de graduación en primera forma de cantata y que adquirió, finalmente, forma de Concierto para pájaros, lo que no deja de ser una genialidad.
Rautavaara no puso demasiada ilusión en tal encargo, pensando que su obra sería flor de un día; sin embargo, y tras arrinconar la primera intención ya apuntada de componer una cantata al uso para coro y orquesta, observó el espacio inabarcable que se le abría ante sus ojos. Oulu, al norte de Finlandia, es la puerta al Circulo Polar Ártico y Rautavaara no tuvo sino aceptar lo que la misma naturaleza le daba. Y buscando instrumentos para completar la obra, ¿qué más que aceptar como tales los que con su canto natural son, por su sencillez, perfectos?
Rautavaara ha fallecido y los mass media musicales (porque haberlos, haylos) se han referido al compositor como el que nos aportó Cantus Arcticus, dejando de lado una obra prolija que incluye ocho sinfonías (compuestas entre 1956 y 2003), conciertos para distintos instrumentos solistas que incluyen tanto habituales como piano o violín a los más infrecuentes como contrabajo o percusión; compuso así mismo numerosas obras sinfónico-corales, orquestales, cuatro cuartetos de cuerda, trabajos para agrupaciones de metales, otras obras de cámara, para piano, trabajos para masas corales, media docena de ciclos de canciones y ocho óperas, estas últimas compuestas entre 1958 Kaivos (La mina) y 2003, Rasputin.
Así pues, la aportación de Einojuhani Rautavaara a la música clásica europea es mucho mayor que un éxito de ventas como Cantus Arcticus. Rautavaara pasa por ser uno de los nombres más significativos de la música europea tras la II Guerra Mundial y se convierte en abanderado de una escuela tan prolija en nombres importantes como lo es la finlandesa a la que han pertenecido, además del protagonista de la reseña, algunos compositores anteriores como Leevi Madetoja, Oskar Merikanto y su hijo Aarre y otros contemporáneos del fallecido como Aullis Sallinen o Joonas Kokkonen, además de quienes pueden considerarse legítimos herederos, sobresaliendo en este caso la figura de Kaija Saariaho. Y todos, siempre, mirando el faro de Jean Sibelius.
Revisar la obra de Rautavaara merece la pena. En esta labor cumple papel fundamental el hecho de que la casa discográfica finesa Ondine y otras tuvieran a bien grabar la mayoría de sus trabajos dando una vez más ejemplo de lo que hay que hacer desde un país demográficamente tan pequeño y que, sin embargo, acaba siendo envidia y ejemplo musical en todo el continente.
Haciendo el esfuerzo por conocer la obra de Rauvaara descubriremos, por ejemplo, obras tan peculiares como sus óperas, ignoradas por la miopía de la mayoría de los teatros europeos y así se nos harán familiares esas obras de carácter biográfico tan habituales en el compositor finés, como son Vincent (inspirada en la figura de Vincent van Gogh), Aleksis Kivi (dedicada a glosar la figura de la gloria literaria finesa) o Rasputin, basada en distintos episodios de la vida del enigmático asistente de la corte Romanov y que fue compuesta a mayor gloria de la voz de Matti Salminen.