Fischer Budapest 

Infinito, como el mar

Donostia. 21/08/2016. Palacio Kursaal. Gustav Mahler: Sinfonía nº 3 en re menor, con Gerhild Romberger (contralto), Orfeón Donostiarra, Orfeoi Txiki, Budapest Festival Orchestra. Dirección musical: Ivan Fischer.

Detrás del palacio del Kursaal, junto a la playa de la Zurriola puede disfrutarse del espectáculo del mar en la capital guipuzcoana. Es algo que acostumbro a hacer casi siempre antes de cualquier cita musical. Así, apenas una hora antes del concierto de Ivan Fischer y su versión de la Sinfonía nº 3 en re menor de Gustav Mahler pude disfrutar de una mar viva, que salpicaba hasta hacer llegar el agua a nuestros pies, en un ir y venir infinito que no cansa a la vista. Y estando así, ensimismado, pensé que la música de Mahler tiene mucho de ese infinito devenir, de culminar y desaparecer, golpeando y así moldeando nuestros oídos y nuestro sentir. 

Apenas dos horas después, finalizado el concierto –porque Mahler sólo parece infinito, pero no lo es- mis piernas apenas eran capaces de sostenerme ante tanta emoción y tanto sentimiento desprendido de una versión fantástica, la que nos ofreció el mencionado director con su Budapest Festival Orchestra. Un concierto de muchísimo nivel, a la altura de la obra y que ha prolongado un año más esa magnética relación que mantiene la Quincena Musical con el compositor bohemio.

Ya antes de iniciarse el concierto llamaba la atención la disposición de la orquesta, con violoncellos incrustados entre primeros y segundos violines, y violas a la derecha del auditorio mientras que los contrabajos, limitados por sendos grupos de timbales, se colocaban tras los metales y ante las agrupaciones corales. El Kursaal, donde no cabía un alfiler, recibió a los músicos con sus tradicionales aplausos agónicos, sin que pudiéramos dejar de intuir que esa noche podía ser especial. 

Los primeros compases nos dieron una pista de lo que se avecinaba: la sección de trompas leyó con arte su nada sencillo comienzo y a partir de ahí asistimos a la exhibición de las distintas familias de instrumentistas de la orquesta, con especial relevancia de la cuerda grave, los ya mencionados violonchelos y contrabajos, que desde su atalaya sostuvieron con brío a la cuerda; excelente el grupo de trompas así como cabe subrayar la calidad general del grupo de metales, trombones y tuba, de limpieza y emisión magníficas.

Y en ese detalle de lo excelso, y a pesar de que no puedo mencionar su nombre por falta de la pertinente información, se me hace necesario apuntar la extraordinaria labor de sonido y coordinación del trompeta solista, colocado tras el escenario y que ayudó en el movimiento central a levantar la magia.

Por desgracia, Ivan Fischer dispuso que tras el largo y profundo primer movimiento se detuviera un momento la obra para la colocación de las agrupaciones corales. A riesgo de que se me considere poco menos que un esclavista siempre he pensado que quienes participan en un concierto han de asistir a la totalidad del mismo pues esos parones cortan la conexión entre músicos y espectadores, aunque no me cuesta reconocer que la alta calidad conseguida facilitó la recuperación de esa fusión. 

La contralto Gerhild Romberger enseñó una vez de bello y oscuro color y cantó con gusto exquisito, sin volumen excesivo, adecuado y bien medido. La breve intervención de la sección femenina del Orfeón Donostiarra y su escolanía fue modélica. Es un pequeño fallo de organización que no se dispusiera de traducción simultánea de los textos cantados.

Si el denso primer movimiento nos había enseñado el color de la orquesta y la impagable labor de Ivan Fischer por ir delineando las múltiples caras de esos treinta y cinco minutos, con adecuados contrastes -¡qué importante es esta palabra en la música de Mahler!- con el Langsam final la orquesta y su director –o Ivan Fischer y su orquesta, que tanto monta- levantaron ese romántico vuelo que a mí no me dejaba de recordar ese Cantábrico que golpea, incisivamente, las paredes de la ciudad. Y así, con ese fluir, con ese ir y venir tan mahleriano, con esa sensación de infinito sobrevolando sobre la audiencia del Palacio, concluyó un concierto modélico.

La reacción el público fue justa. En cualquier otra ciudad el palacio se habría venido abajo pero a nosotros nos corresponde ser austeros hasta en las explosiones de alegría. En los vomitorios escuché quien apuntaba a la calidad de la orquesta, otras personas a la labor de director; algunas más apuntaban a la obra y al compositor, pero el caso es que la sensación de haber vivido una noche mágica nos acompañó hasta la fresca noche. Una suerte de concierto.