La música infinita
Batxikabo. 02/07/2022. Schubertiada de Valdegovía. Iglesia de San Martín. Obras de Schumann y Beethoven. Cuarteto Hanson: Anton Hanson (violín), Jules Dussap (violín), Gabrielle Lafait (viola) y Simon Dechambre (violonchelo).
Quizás sea conveniente poner en antecedentes a los lectores de esta reseña sobre algunos datos significativos para entender la última intención de la misma: para comenzar, Batxikabo es un pequeño pueblo alavés situado muy cerca de la frontera con las tierras de Burgos y donde están censados 34 vecinos, es decir, un pequeño pueblo rural que es incluso desconocido para muchos de los habitantes de la macrocefálica capital de provincia (el 76% de la población alavesa vive en la capital, hecho que no tiene precedentes en el estado). Pertenece al municipio de Valdegovía/Gaubea, que dispone de 1.049 habitantes, es decir, apenas el 0.31% de la provincia en sus treinta concejos y pueblos. De Batxikabo a Vitoria/Gasteiz hay unos cuarenta minutos en coche, la mayoría de ellos a realizar por sinuosas carreteras comarcales que durante el día son preciosas de transitar aunque haya que estar siempre muy atento y por la noche –y de ello da fe quien escribe estas líneas- son dadas a dar sorpresas en formas de jabalíes, zorros y demás fauna que gobierna la noche rural con cierta libertad.
Pues bien, en este pueblo hay una iglesia en la que apenas podrán entrar 120 personas donde se ha celebrado el primer concierto de la V edición de la Schubertiada de Valdegobía, esa magnífica locura que se le ocurrió al anterior alcalde del municipio y que cuando parecía podría ser flor de un día se está consolidando como una de las referencias culturales alavesas en torno a la música clásica. Y ello está muy bien porque Álava es, por poco que le guste leer esta aseveración a los distintos gobiernos implicados –ya autonómico, ya foral ya municipales-, la última de la lista en esto de las programaciones culturales en lo que a la llamada música clásica se refiere.
En este tipo de conciertos se mezclan en paz y armonía melómanos de localidades más o menos cercanas con habitantes de la zona y visitantes ocasionales que asisten entre temerosos e ilusionados a un concierto “distinto”; también hay que mencionar que no deja de ser ilusionante ver una docena de personas, inquietas, sitas en el atrio de la iglesia, intentando entrar al concierto y suplicando por la benevolencia de los organizadores –proclives a ella, dicho sea de paso- y en busca de cualquier pequeño resquicio que les permita entrar en el recinto y disfrutar de la música.
En este caso ha querido la organización que el primero de esta edición lo protagonizara el insultantemente joven cuarteto francés (2013) Quatuor Hanson, liderado por el primer violín Anton Hanson. El programa propuesto, clásico entre los clásicos: dos cuartetos de cuerda, el Op.18, nº 1 de Ludwig van Beethoven y el Op.41, nº 3 de Robert Schumann. Es decir, dos referencias icónicas de esa denominada música clásica que significan, en el primero de los casos, la apertura de puertas al mundo del Romanticismo y en el segundo, tomando Schumann como referencia al mismo Beethoven, la consolidación de tal estética. Hay que reseñar que la actitud de este público, a diferencia de otros tan curtidos en apariencia en la coexistencia con la música, fue sencillamente ejemplar: un silencio respetuoso imponente y ausencia absoluta de ruidos extraños que cuando se producen solo denotan falta de consideración a intérpretes y demás espectadores.
El Cuarteto Hanson nos ofreció una interpretación sentida, que la pudimos vivir a escasos dos metros de los intérpretes; y es que en este festival todo es cercano y todo parece accesible, incluso la abstracta música de cámara de dos gigantes como los mencionados. Nos quedarán para el recuerdo ese Adagio affetuoso e appasionato del genio de Bonn por la finura de los piano, el sentimiento aportado y el contraste conseguido con otros momentos de la misma obra; o el Finale, allegro molto vivace, último movimiento del cuarteto de Schumann, ejemplo de coordinación y pasión transmitida por los cuatro intérpretes.
Un servidor nunca ha sido amigo de las propinas y menos aún de aquellos que rompen la unidad del programa ofrecido aunque solo cabe rendirse ante la apabullante maestría técnica del cuarteto en la obra regalo de Astor Piazzola, Four for Tango, que levantó a todos los presentes de los duros bancos de la iglesia. Y es que el público reaccionó con admiración y entrega tras el concierto y después de un comportamiento tan ejemplar fue capaz de intercambiar incluso palabras con los músicos y organizadores del festival en una actitud que destila interés y ganas de aprender. Es, además, ejemplo perfecto del carácter inabarcable de la música en cualquier de sus formatos cuando se ofrece con ilusión y se recibe con generosidad, como pasa habitualmente en este festival.
Todos los sábados de julio con excepción del último serán citas obligadas para el aficionado alavés u otro cualquiera que además de la hermosa música que se ofrece quiera descubrir unos parajes que aunque para algunos están geográficamente muy cerca, parecen estar muy lejanos. La Schubertiada de Valdegobía es, así, una cita consolidada e imprescindible en el verano musical vasco.
Foto: Sílvia Pujalte.