La austeridad hecha oración
Pamplona-Iruña. 19/12/2024. Auditorio Baluarte. Georg Friedrich Haendel: The Messiah. Hannah Morrison (soprano), Maarten Engeltjes (contratenor), Krystian Adam (tenor), Krešimir Stražanac (bajo), Barockorchester Stuttgart, Kammerchor Stuttgart. Dirección musical: Frieder Bernius.
Ya es conocida la tradición de programar en prácticamente todas las ciudades The Messiah durante las navidades, casi como si fuera una obligación. En este mismo auditorio he podido vivir dos conciertos más con esta obra en las navidades del 2015 con el Gabrielli Consort Players y Paul McCreesh y, más recientemente, en 2022 con la Akademie für Alte Musik Berlin, bajo la batuta de Justin Doyle. Tengo un recuerdo imborrable de ambos conciertos, de los que hicimos pertinente reseña en este medio y reconozco que no me costaba nada volver a la capital navarra para vivir una experiencia más. Y, sin embargo, me quedé sorprendido ante la propuesta de Frieder Bernius, sustancialmente diferente a las otras dos mencionadas.
Porque si algo ha caracterizado a este concierto que nos ocupa ha sido la austeridad en estado puro en el planteamiento del director, que por cierto presentaba un aspecto físico bastante debilitado. The Messiah puede ser exuberante, puede ser festivo u opulento y así lo he recibido tantas veces. Por ello la misma obertura de Bernius me dejó algo descolocado al encontrarme con una lectura de una sobriedad apabullante. Esta se presentaba a través de tempi premiosos y sosegados, casi klemperianos, si se me permite la boutade.
Si desde la perspectiva de un creyente la historia del mesías puede ser considerada una especie de fiesta de la esperanza Bernius nos coloca en una postura distinta; para el director toda la historia es reflexión y oración íntima. Llevó a la orquesta con mano de hierro desde su apariencia debilitada y marco unos tempi –muy evidentes en el Amen final, por ejemplo- donde parecía paladear cada una de las notas, cada uno de los amen hasta provocar cierta angustia en esa fuga sostenida hasta el límite del aliento. Para mí, una opción más que legítima y, sin embargo, totalmente contraria a las que hemos vivido en otras versiones más brillantes, sonoras, pletóricas.
Quien entienda que detrás de estas consideraciones hay alguna crítica solo querrá decir que no soy capaz de transcribir adecuadamente mis sensaciones. La orquesta, de sonido algo matizado o el coro, ajeno al frondoso estilo de otros, ayudaron a que The Messiah se convirtiera en una larga, infinita oración. Y los solistas también aportaron su estilo a tal fin. Y ello a pesar de que en este aspecto hubo que lamentar algunas pequeñas deficiencias.
Las dos voces más interesantes fueron la del tenor Krystian Adam, quizás la más redonda y la mejor proyectada, enseñando un volumen que destacaba en relación a sus tres compañeros. Quizás era la voz más “operística”. Krešimir Stražanac no le anduvo a la zaga y con graves solventes y volumen adecuado nos deleitó con una voz de recorrido. Las dos restantes mostraron más debilidades. A Hannah Morrison no se le puede reprochar buenas intenciones pero su voz quedó algo diluida, sobre todo en los momentos de coloratura. Finalmente, el contratenor Maarten Engeltjes no pudo estar a la altura con una voz que desaparecía por momentos, mostrando varios colores y sin terminar de ganar la autoridad necesaria.
El Kammerchor Stuttgart lo componían 32 voces y nos enseñó un alto nivel aunque personalmente no logró impactarme como otros alemanes o ingleses, dueños de una exactitud casi insultante. Quizás el único momento de cierto “desmelene” fue el celebérrimo Hallelujah, con el que se cerró la segunda parte. Ya queda dicho que la fuga final, el Amen fue el paradigmático ejemplo de lo contrario.
El bajo continuo lo conformaron órgano y violoncelo, en otra demostración de austeridad aunque fue suficiente para acompañar los numerosos recitativos. Muy eficiente la Barockorchester Stuttgart en la que destacaron los dos trompetas en sus escasas apariciones y un conjunto que entendió a la perfección el tono que quería construir el director.
El auditorio Baluarte presentaba un lleno casi absoluto y la actitud del público fue respetuosa –solo sonaron dos teléfonos- aunque dos docenas de personas salieron escopeteadas tras el Hallelujah como alma que lleva el diablo, renunciando a toda la tercera parte. Y es que quizás ciento cuarenta minutos de concierto siguen siendo para muchos más de lo que sus acomodadas vidas modernas pueden soportar. La respuesta popular fue notable aunque no se vivieron escenas de delirio como ha ocurrido otras veces con este oratorio. Y es quizás la austeridad fue demasiado evidente.