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Un aniversario que dure años

Barcelona, 17/01/2025. Palau de la Música Catalana. Obras de Taltabull, Haydn y Shostakovich. Orquestra Ciutat de Barcelona i Nacional de Catalunya. Steven Isserlis, violoncello. Jaime Martín, dirección musical

Aunque no es novedad en el director, el programa que nos propuso Jaime Martín al frente de la OBC era un tanto extraño/ecléctico. Un autor catalán de principios del siglo XX, un concierto de cello de Haydn (esto para la primera parte) y una sinfonía de Shostakovich para acabar. Así se presentó Jaime Martín, director titular de la Melbourne Symphony Orchestra y la Orquesta de Cámara de Los Ángeles , junto al cellista ingles Steven Isserlis. Este último ha expresado indisimuladamente su admiración por Daniil Shafran y tuvo en su momento el honor de que John Tavener escribiera The protective veil para él. Precisamente un disco con conciertos de Haydn  le valió una nominación a los premios Grammy de 2017. 

La primera obra, el Prólogo sinfónico para un drama de Cristòfor Taltabull, fue escrito en 1910 y dedicado a Max Reger (del que fue alumno después de sus estudios con Pedrell), es el fruto de los estudios de Taltabull en Alemania y tiene un cierto sello wagneriano muy de la Barcelona de la época. Taltabull fue más reconocido ya en su tiempo como pedagogo que como creador, por lo que la ejecución de sus obras es muy infrecuente. La pieza en cuestión tiene un aire especulativo y cuesta saber si fue la instrumentación de Taltabull o cierta frialdad en la orquesta lo que provocó un punto de moderado desaliño en los equilibrios entre las voces. Hecho curioso si tenemos en cuenta que esta orquesta y este director ya grabaron esta obra en 2012 (en un disco llamado Modernisme simfònic a Catalunya).

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En cambio el Concierto para cello nº2 op.101 es una piedra de toque muy clásica y frecuente para los cellistas y ha sido interpretada y grabada por los más egregios virtuosos del instrumento. Naturalmente hubo que reducir la orquesta para este cometido. Desde el punto de vista del enfoque directorial la ejecución no fue todo lo limpia, sutil y detallista que un servidor de ustedes habría deseado. Los cambios en las dinámicas y la compartimentación de las diferentes secciones no siempre fueron del todo concretas, dándose un piano súbito  indeciso aquí, alguna otra vacilación allá.

Steven Isserlis toca con la muñeca suelta y poca presión sobre las cuerdas, y busca con ello un fraseo lo más flexible y ligero posible. Todo esto son grandes virtudes (si bien de ello se derivaba cierta oscilación de la pulsación tal vez discutible en Haydn) que Isserlis aplicó a una obra de exigencias virtusisticas notables. En términos generales la ejecución del solista fue de gran nivel a pesar de los embates de una acústica (la de la Sala Pau Casals del Auditori) a la que no me acostumbraré nunca, que añadia al fraseo revoloteador de Isserlis una vaporosidad de sonido bastante enervante y lo situaba en una especie de sala contigua respecto a la orquesta. Las brillantes prestaciones de Isserlis quedaron confirmadas en un bis que el que escribe no supo reconocer y que Isserlis ejecutó sin arco. Corto y virtuoso, el bis mencionado fue de lo más efectivo y le dio al cellista la gloria mundana que merecía.

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Desde el punto de vista orquestal todo fue mucho mejor en la segunda parte. Sea por el entusiasmo que suscita una obra como la Quinta Simfonia de Shostakovich, sea porque el respeto a la partitura guarda la viña o porque el maestro se sentia particularmente impelido por esta música, la verdad es que la segunda parte convenció rotundamente. El arranque abrupto de la obra, la frialdad intensa de los pasajes lentos, la violencia  de esas euforias sobreactuadas tan propias del autor (que lo conectan muy explícitamente con Mahler), todo ello fue servido con convicción y destreza. El porqué en ciertos momentos, desde las primeras filas de la platea lateral, los contrabajos llegaban completamente desempastados de los cellos es uno de los misterios insondables de la acustica del Auditori, aunque tal vez ayudó que la distancia entre ambas secciones pareciera deliberadamente larga. Ello no fue un impedimento para el goce pantagruélico de una sinfonía que pasa por ser un giro convencional respecto a obras anteriores, a consecuencia de la indisposicion de las autoridades soviéticas con Lady Macbeth de Mtsensk, que se había producido un par de años antes.

El lenguaje es, aparentemente, más inteligible que el de la ópera mencionada (en la jerga de la época se diría "menos formalista" de forma muy desatinada). Y tiene una estructura de lo más clásica con su primer movimiento vibrante, su scherzo (muy mahleriano), su adagio estupefaciente y un finale (que recuerda tambien por momentos al de la 1ªMahler) desbordante de pasión hasta el punto de que Jaime Martin, erigido en heroe de la noche, perdió su batuta en el fragor de la batalla y tuvo que rematar la faena sin ella. Sería bonito que el 50º aniversario de la muerte de Shostakovich durara años, para seguir disfrutando de sus obras y de interpretaciones entregadas y eficientes como esta.

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Fotos: © May Zircus