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Una batuta en la recámara

Barcelona. 15/02/25. L’Auditori. Obras Xavier Montsalvatge, Prokófiev y Tchaikovsky. Orquestra Simfònica de Barcelona. Albert Cano Smit, piano. Stephanie Childress. dirección musical.

El gran momento en la temporada de Stephanie Childress, la directora invitada principal de la OBC, toca su punto álgido durante esta segunda mitad de febrero, con dos exigentes programas, en el marco del Festival Emergents. El del pasado fin de semana, constaba de dos obras “fijas”, alternando el concierto, o bien de violín, o bien de piano. La joven franco-británica, que asumió de facto el relevo de Gardolińska como principal directora invitada en noviembre, ha vuelto al podio para surcar uno de sus retos más personales, dirigir la Primera de Tchaikovsky mientras tenía lugar el ciclo Emergents, que, en esta octava edición, ha reunido grandes promesas de la interpretación. La velada ha contado con las manos del pianista Albert Cano Smit, que ha vuelto a reencontrarse con la orquesta barcelonesa, esta vez, para interpretar el Concierto para piano nº1 en re bemol, op.10 y una obra de Xavier Montsalvatge. 

Childress es una directora que, a pesar de su juventud, se ha hecho con las formaciones y el público de algunas de las salas más prestigiosas del mundo. La esbelta directora emana elegancia y precisión con sus largas manos, con un estilo ya propio, aunque todavía algo académico, en el que una precoz ambición musical convive con la amabilidad y la delicadeza propias de una persona que aspira a algo más que un gran artista. Buenas conexiones se transmiten en interpretaciones de alta factura, como la del pasado sábado, que atañe la presente crítica, y a sus veinticinco años, Childress, es un ejemplo de directora con carrera meteórica, lo que, inevitablemente le ha llevado, y le seguirá llevando a trabajar con intérpretes con mucha más experiencia, que no deberían sino enriquecerse con la experiencia de trabajar con directores con talento, independientemente de su edad.

A pesar de un comienzo algo imperfecto, el Caleidoscopi Simfònic, del maestro Montsalvatge, resonó con acierto y confianza, evocando los colores de una música llenísima de detalles que deben reproducirse con precisión. Childress recorrió bien las refracciones de esta pequeña suite sinfónica con reminiscencias impresionistas y guiños al folclore catalán, especialmente la parte rítmica y central del primer movimiento, y se divirtió en la caprichosa Havanera. Por último, activó la pirotecnia caribeña de la fila de las percusiones durante el tercer capítulo, equilibrando bien las sordinas de la sección de viento-metal, y sacando todo el potencial de una partitura que pide a gritos dejarse llevar.

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Smit, convertido en todo un pianista aclamado internacionalmente, acudió de nuevo a la sala Pau Casals, con el concierto de Prokófiev en su mente. Su paso por esta “breve” obra arrojó muchas luces y alguna sombra, pero en términos generales, el hispano-holandés ejecutó una magnífica interpretación, ya previsible desde el primer solo de piano, em el que se atisbó la seguridad y la precisión de las manos del pianista. Demostró cuántos matices dinámicos pueden caber en una misma tecla, durante el material de notas repetidas del primer movimiento, mientras la batuta de Childress conectó con él, conteniendo juntos el aliento en la pausa dramática.

Cano inició la incursión cromática hacia las entrañas del piano, durante el segundo movimiento, y firmó uno de los mejores momentos del concierto, del cual solamente se echó en falta algo más de firmeza en algunos pasajes decisivos, coronando una cadencia torrencial espectacular. Regaló el Contrapunctus 1 del Arte de la fuga en el que demostró su extraordinario control dinámico en las voces –quizá demasiado al ofrecer un considerable entre sujetos, respuestas y contrasujetos– y su gran conocimiento de esta obra maestra de la polifonía, que el pianista grabó este verano para Aparté Music. El piano permite profundizar en el contrapunto y así lo hizo Cano en concentración religiosa, a pesar de que algunos aplausos prematuros amenazaran con destruir la magia bachiana.

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Childress se embarcó hacia la Rusia invernal de Tchaikovsky afrontando lo que para ella es una de sus sinfonías favoritas, la “Sueños de invierno”, y adentrados ya en los primeros compasases de la obra, quedó claro que la joven, sabía lo que hacía. Exprimió el mejor legato de los chelos en el segundo tiempo y la orquesta se manejó bien en la nobleza musical del último tercio. También destacó el cuarto movimiento, con una sección de cuerdas empleada a fondo en las figuras rápidas, con Childress apuntando hacia una apoteosis bien equilibrada, que logró hacer estallar en aplausos el concurrido Auditori.

Fotos: © May Zircus