El escapista

Barcelona  14/02/25. Palau de la Música Catalana. 1a parte: P. I. Tchaikovsky: Sonata, en do sostenido menor, Op. Póstumo 80. F. Chopin: Vals, en mi mayor, Op. Pòstumo. Vals en fa menor, Op. 70, núm. 2, Vals en la bemol mayor, Op. 64, núm. 3, Vals en re bemol mayor, Op. 64, núm. 1, Vals en la menor, Op. 34, núm. 2, Vals en mi menor, Op. Póstumo. 2a parte: S. Barber: Sonata en mi bemol menor, Op. 26. P. I. Chaikovsky: Suite de “La bella durmiente” Op. 66 (Arr. Pletnev). Daniil Trifonov, piano.

Con un programa espejo, donde la Sonata póstuma de Tchaikovsky dialogó con una selección de Valses de Chopin, y la Suite de “La bella durmiente” formó díptico con la Sonata en mi bemol mayor de Samuel Barber, el pianista ruso Daniil Trifonov, volvió a demostrar la grandeza de una interpretación llena de personalidad y carisma.

En la Sonata en do sostenido mayor, Op. 80 Póstuma, casi costó vislumbrar el sello de un joven Tchaikovsky. Trifonov hizo hincapié en esa indefinición del entonces primerizo compositor ruso para ofrecer una recreación, marca de la casa, donde un trabajo pianístico de final de carrera, se transforma en los dedos de Daniil, en un apasionante ejercicio de estilo que mira al futuro, más allá incluso de la muerte del compositor. 

Así fue como entre los cuatro movimientos,  Allegro, Andante, Allegro vivo y Allegro vivo, la lectura se cristalizó en una especie de evolución en intensidades, gradaciones cromáticas y expresión donde el lenguaje tchaikovskiano pareció tener un sello de frescura, originalidad e inspiración, basado en guiños a la mazurca y a la escritura pianística de Chopin, abriendo una puerta a los Valses que iba a interpretar a continuación.

El Chopin de Daniil no es para nada acaramenlado, ni hedónico, ni casi se diría formal. Como buen intérprete que se precie, su lectura escapó de chichés y escuelas, marcando un sello donde la fluidez del fraseo, la limpieza de la digitación y el uso del pedal, certero, sin aspavientos y con un control del sonido que unió fantasía y certeza.

Así el Vals en fa menor Op. 70 núm. 2 no sonó melancólico, como lo han apodado muchas veces, si acaso nostálgico, pero con una atmósfera de sonrisa enamoradiza y juguetona. Qué uso del tempo y la elasticidad tan prodigiosos y a la vez que sonido tan sencillo y transparente. 

Si en el famosísimo Vals del minuto, Trifonov lo solventó en un visto y no visto, sorprendió un virtuosismo al servicio de una intencionalidad de nuevo escapista y cómplice, donde la cadenza final casi pareció durar igual que la obra. Otro prodigio del uso ilusionista del tempo por el ruso.

El fin de la primera parte fue otro guiño al estiramiento del tempo como juego musical. La transición del Vals Op. 34, núm. 2, con su carácter morendo de ritmo casi schubertiano, contrastó en un enlace al Vals en mi menor Op. Póstumo que cerró con frenesí y brillantez una primera parte que pareció un instante fugaz de genio y de figura.

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Si en la primera parte el contraste fue la de una obra de juventud de Chaikovsly con obras del Chopin más popular, en la segunda, la compleja y rica en armonías y disonancias, Sonata op. 26 de Barber, precedió a la Suite de “La bella durmiente” uno de los ballets más famosos de Chaikovsky.

Con Barber, Trifonov mostró su vertiente más cerebral, basado en la facilidad de manejar la complejidad estructural de la sonata, con una coloración y expresividad que le dieron la libertad formal y originalidad de sonido que le son propicias. El fraseo ensimismado en el Allegro energico, el control orgánico de las modulaciones en el Allegro vivace e leggero, el carácter teatral y misterioso del Adagio, con arpegios como gigantes que se esconden entre la maleza de las notas, y una Fuga: Allegro con spirito final, que incendió el Palau con un fuego de Prometeo solo al alcance de figuras míticas del piano.

El cierre del programa, con el arreglo para piano de Pletnev sobre el Ballet Bella durmiente de Chaikovsky, mostró al Trifonov más fantasioso y menos escapista. El rubor que produce su facilidad técnica, el uso cual prestidigitador del rubato, la magia sinestésica en la recreación de las escenas escogidas por Pletnev, quien deliberadamente no arregló ni incluyó el Vals en esta suite, aquí el escapista fue Pletnev, y la capacidad envolvente e hipnótica del piano de Trifonov, con una mano izquierda mágica y fugaz, coronó un recital memorable.