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Delicias holandesas

Barcelona. 27/01/2025. Palau de la Música. Obras de Unsuk Chin, Richard Wagner y Richard Strauss. Orquesta del Concertgebouw. Klaus Mäkelä, dirección musical.

Ansiedad. Eso es lo que se percibía en Barcelona ante la esperada visita de Klaus Mäkelä y la Royal Concertgebouw Orchestra de Ámsterdam al Palau de la Música. La presencia del conjunto de los Países Bajos en la capital catalana los últimos años ha sido, por desgracia, escasa y no especialmente lucida considerando que se trata de, si no la mejor, una de las mejores orquestas del mundo. Ese elemento por sí solo ya constituía un atractivo evidente, pero a eso hay que añadir la primera aparición en el podio del auditorio modernista del Wunderkind de la dirección orquestal a nivel internacional, el joven finés que está acaparando elogios, portadas e importantes cargos por doquier. Precisamente uno de estos cargos, a partir de 2027, será el de titular de la Concertgebouworkest con poco más de treinta añitos. Un nombramiento histórico y una colaboración que, visto lo visto en el Palau de la Música, promete convertirse en un tándem que puede marcar época.

A diferencia de muchos colegas de su generación y de tantos directores al inicio de sus carreras a lo largo de la historia, el gesto de Mäkelä en el podio pareció comedido y preciso, casi quirúrgico. Eso, más allá de su propia personalidad, puede deberse también al respeto mayúsculo de un joven prometedor al frente de un gigante musical como es la orquesta neerlandesa. Por momentos pareció que el director gozaba tanto como el público de la inigualable belleza de su sonido y de sus extraordinarios solistas, algo que más que ser una crítica, en el fondo demuestra la inteligencia de un joven con gran talento consciente de que le queda mucho camino por recorrer y que tendrá la oportunidad de hacerlo en un auténtico Fórmula 1.

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Abrió el concierto una pieza encargada en 2020 por la propia orquesta a la compositora surcoreana Unsuk Chin con motivo del 150º aniversario del nacimiento de Beethoven. Como buena alumna del gran György Ligeti, Subito con forza se podría definir como una especie de collage integrado por temas beethovenianos que aparecen y se desintegran a gran velocidad condensados en cinco minutos. Una pieza brillante que permite calentar motores y lucirse a las diferentes secciones de la orquesta. Y a fe que lo hicieron. Como también en el Idilio de Sigfrido que completaba la primera parte en la que las cuerdas mostraron esa transparencia, variedad de colores y calidez que son ya leyenda. Pero, además ¡qué sonido el de las trompas! Por sí solas, soportadas también por unas magníficas maderas, consiguieron crear desde el primer compás ese estado de ensoñación que preside la composición wagneriana, obra que plantea inevitablemente dificultades a cualquier director en cuanto al equilibrio de tensiones. Mäkelä mantuvo un tempo prudente en una pieza que fácilmente puede caerse si no echa a andar o perder todo su atractivo si no se frasea con deleite. El resultado fue una versión notable, con momentos de una belleza tímbrica absolutamente sobrecogedora.

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De carácter bien distinto fue la obra que se interpretó en la segunda parte, el poema sinfónico Vida de héroe, de Richard Strauss. La Orquesta del Concertgebouw ha hecho de este poema sinfónico una de sus especialidades con grabaciones históricas que van desde la mítica con Willem Mengelberg hasta las más recientes dirigidas por Bernard Haitink o Mariss Jansonss. No en vano, el propio Richard Strauss la dirigió en Ámsterdam y las particelle con sus propias indicaciones estaban en los atriles de los músicos en este concierto. El resultado fue una versión de un virtuosismo deslumbrante en todos y cada uno de los aspectos. No hace falta subrayar de nuevo la calidad del sonido y de los solistas (mención ineludible al concertino aparte), pero sí la claridad del juego contrapuntístico en el fugato de las maderas en el segundo número, el empaste y cohesión del conjunto, la flexibilidad y expresividad en los juegos dinámicos o la homogeneidad en los sutiles y tornasolados cambios de color. Una exhibición en toda regla conducida con complicidad, inteligencia y humildad por un director destinado a grandes logros y desafíos en el futuro. A una vida de héroe.

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Fotos: © A. Bofill