Vox_Luminis_Palau24_A.Bofill.jpg
© A. Bofill
 

Devoción simbiótica

Barcelona. 12/04/25. Palau de la Música Catalana. Festival Ciutat de Clàssica. Bach: La Pasión según San Juan. Raphael Höhn, tenor (Evangelista), Lionel Meunier, bajo (Jesús), Tabea Mitterbauer, soprano (ancilla), Erika Tandiono, Viola Blache, sopranos, Alexander Chance, contralto, Philippe Froeliger, tenor (servent), Christoper B. Fischer, Vojtěch Semerád, tenores, Sebastian Myrus, bajo, Lóránt Najbauer, barítono (Pilato), Vincent De Soomer, barítono (Pedro). Vox Luminis. Freiburger Barockorchester. Lionel Meunier, director.

En el pórtico de la Semana Santa, que este año llega más tarde de lo habitual, el Palau de la Música ha acogido una nueva producción de la imperecedera Pasión según San Juan de Johann Sebastian Bach, que compuso para el Viernes Santo de un lejano 1724. Como en 2023, cuando Vox Luminis y la Orquesta Barroca de Friburgo llevaron a cabo una gira con la Pasión según San Mateo por Europa, la excelente simbiosis entre ambos conjuntos ha fructificado en otra solidísima producción, una muestra más de que Lionel Meunier sabe lo que se hace cuando se trata de Bach, y en especial, de una obra sacra maestra que trasciende el credo y el tiempo. 

La filosofía de Lionel Meunier, líder del proyecto y director de Vox Luminis, sin duda lleva implícito el deseo de democratizar el protagonismo de los intérpretes, especialmente el de los cantantes. Algo que desde luego rema en el mismo sentido que su peculiar predilección de evitar el podio en los conciertos, o lo que es lo mismo, “dirigir sin dirigir”, en la línea de una práctica mucho cercana a como debió ser en tiempos de Bach. Tras ganar los premios musicales más importantes, Meunier se ha convertido merecidamente en una estrella de su campo, por lo que el liderar “desde la trinchera” –es decir, vivir la interpretación del concierto como un cantante más, junto al resto de voces masculinas– debe de ser uno de los ingredientes de su éxito.

Sea como sea, la Johannespassion que presentó el viernes en el templo modernista se desarrolló en una velada notablemente respetuosa por parte del nutrido público, sobre todo local, no solo por la contención de toses, sino por el silencio entre pausas y fue palpable cierta atmósfera de espiritualidad. A propósito, es de agradecer la disposición de subtítulos en directo por parte del Palau, aunque no estaría mal reconsiderar la duración de los mimos, o dicho de otro modo, replantearse la omisión de dicho texto cuando lo cantando se repite.

Con flautas en la vanguardia y las cuerdas medias empastando el conjunto desde el epicentro, la lectura de Meunier se desarrolló con la fidelidad histórica esperada, reduciendo al mínimo los elementos “escénicos” del oratorio, y con sus caras conocidas de confianza haciendo lo que mejor saben hacer. La contraparte instrumental, con la calidez de las cuerdas de tripa y la proyección de los instrumentos antiguos, encajó bien en la acústica del Palau, bien balanceada con la coral y vocal, especialmente la sección del continuo, muy atenta en las intervenciones solistas y en los recitativos, con un formidable Torsten Johann al órgano, todo supervisado por la experimentada concertino Petra Müllejans.

En cuanto a los verdaderos protagonistas del oratorio, los cantantes, ofrecieron una sólida interpretación, salvo alguna que otra nimiedad en la primera parte. Los de Meunier dejaron poco margen para la mejora, y todos los roles estuvieron sobrados de calidad e implicación. El experimentado tenor Raphael Höhn repitió en el pedestal como de costumbre, encarnando al Evangelista, con la teatralidad y las dotes narrativas necesarias para agilizar la acción con gran énfasis descriptiva, bien seguido de cerca por el mencionado continuo y por el propio Meunier, en el conveniente rol de Jesús. También en el plano recitativo, resultó idóneo el barítono Lóránt Najbauer que ofreció un incansable y orgulloso e incrédulo Pilatos, sin olvidar al barítono Vicent de Soomer, en el rol de Pedro.

El otro gran bajo de la formación, Sebastian Myrus también hizo lo esperable en sus arias, con su color profundo y su gran proyección. En los tenores sobresalió Philippe Froeliger y sacó a relucir su técnica melismática, quizá algo más que su compañero Christopher B. Fischer, que no logró deslumbrar con su exclamativa aria. El resto del elenco también cumplió con sus cometidos, en especial la soprano Erika Tandiono en la bella Ich folge dir gleichfalls –a pesar de alguna ligera imperfección– y de una espiritual Viola Blach, que lució su mejor fiato en Zerfließe, mein Herze poco antes del final. Mención aparte mereció el contratenor Alexander Chance, solventísimo en sus intervenciones solistas con su generosa proyección, como en Von den Stricken meiner Sünden, y en particular en la solemne Es ist vollbracht (“Todo se ha cumplido”), en gran sintonía con la viola de gamba, sintetizando el dolor por la muerte de Jesús, el punto climático de la pasión. 

Sin embargo, lo más destacado fueron los corales, donde demostraron una verdadera unidad, algo nada desdeñable teniendo en cuenta la ausencia de un director como tal. El preambular Herr, unser Herrscher marcó el listón de lo que serían el resto, y ningún número coral defraudó en absoluto, todos ellos bien insertados en la narrativa recitativo y con su particular tempo. Por mencionar algunos, no podría faltar el gran Petrus, der nicht denkt zurück, en el ecuador del concierto, tampoco Ach großer König, y los dos finales, que pusieron el punto y aparte de una velada protagonizada por una simbiosis fervorosamente devota de la música Bach.