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Apabullar al público

Vitoria-Gasteiz,02/11/2017. Teatro Principal. Obras de Maurice Ravel y Dimitri Shostakovich, con Joaquín Achúcarro (piano) y la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Dirección musical: Robert Treviño.

Justo al final del último acorde un percusionista ha golpeado la campana y el eco de su sonido permanece durante segundos largos y serenos en el recogido Teatro Principal. A ello acompaña el bendito silencio de un público que, intuyo, se sentía apabullado por la obra que acabábamos de escuchar: la Sinfonía nº 11, Año 1905, de Dimitri Shostakovich. El eco de la campana golpeaba nuestro ser porque acababa de terminar la que en mi modesta opinión, ha sido la mejor interpretación que recuerdo de la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Ya comentábamos tras su primer concierto que la época de Robert Treviño puede ser fructífera pero escuchado el segundo concierto estas sensaciones no hacen sino confirmarse.

El próximo 7 de noviembre se cumplirán cien años de la Revolución Bolchevique y el músico más representativo del periodo soviético, Dimitri Shostakovich nunca pudo abstraerse del hecho histórico que no solo convulsionó y transformó su país natal sino que, literalmente, estremeció al mundo. En esa casi absoluta coincidencia cronológica la dirección artística de la OSE ha tenido el buen ojo de colocar esta obra para disfrute de todos aunque la obra haga referencia directa no tanto a la revolución de 1917 sino a su predecesora, de 1905 y sin la cual muchas cosas no pueden entenderse.

El lenguaje sinfónico de Shostakovich se mueve en las fronteras de la música programática si atendemos al carácter descriptivo que tienen no ya solo los títulos de cada uno de los movimientos sino la música en sí misma. Esta nos permite asistir en un primer movimiento apuntalado por los rítmicos motivos que marca la cuerda al caminar de los manifestantes en la plaza situada en las inmediaciones del Palacio de Invierno, residencia oficial del zar de todas las Rusias. Más tarde, en el segundo movimiento, la violencia musical, con la implicación de metales y percusión nos lleva a la represión de la manifestación, a lo que luego se conoció como Domingo Sangriento, momento histórico en el que la credibilidad del zar Nicolas II y el mismo sistema político cuasi absolutista quedó cercenada de forma irreversible.

Más tarde, en el siguiente movimiento Shostakovich plantea su particular réquiem por las víctimas para, finalmente, en el cuarto movimiento y tras recoger las repetitivas células musicales del segundo, llegar al clímax musical que supone el toque de alarma (Tocsin en ruso, nombre dado al cuarto movimiento) para la que despiertan las campanas, esas campanas que avisan, alertan pero también alientan y nos invitan a un futuro mejor, previendo lo que sería doce años más tarde la Revolución de la que cumple este año el centenario. Esa misma campana es la que quedó suspendida sobre todos nosotros, silenciados, apabullados, incapaces de digerir lo escuchado.

Robert Treviño, de gesto radical y concluyente en muchos momentos, hizo una lectura extraordinaria de esta partitura. Exigió a sus distintas secciones entregarlo todo y estas estuvieron a la altura de las circunstancias. Sobresalientes la cuerda grave, especialmente contrabajos y la sección de violas; sobresalientes, así mismo, los distintos solistas de viento y metal, subrayando la labor de los trompetas. Sobresalientes, finalmente, los percusionistas, esenciales en la música de Shostakovich. ¿No les ocurre a ustedes que, por ejemplo, escuchan el sonido de la caja y el nombre de Shostakovich les viene a la mente de forma inmediata?

Mitigado el eco de la campana el gélido público vitoriano respondió con aplausos medidos. A la salida del teatro todo eran parabienes pero está visto que en esta ciudad mostrar entusiasmo por la música debe de estar prohibido.

En la primera parte retornó a la capital alavesa Joaquín Achúcarro, quizás el músico vasco más universal de la actualidad y que merece el respeto inmenso de todos los aficionados a la música, siquiera como forma de respeto a su longeva y extraordinaria carrera. En cualquier otro lugar el pianista hubiera sido recibido con aplausos de reconocimiento pero en esta ciudad se le recibió como se recibe a cualquiera. Su interpretación del Concierto para la mano izquierda, de Maurice Ravel, más allá de algunas brusquedades –como por ejemplo, en el momento final del mismo, donde faltó cierta coordinación- fue ejemplar y sorprendente; no olvidemos que Achúcarro está activo y bien activo a sus 85 años, lo que provoca la lógica admiración de todos.

Robert Treviño, consciente de la importancia del solista y del momento, supo ceder protagonismo al bilbaíno en los saludos finales; este tuvo la generosidad de regalarnos un nocturno de Scriabin para la mano izquierda, demostrando coherencia y lógica con respecto a la obra tocada.

Un concierto excepcional que nos indica que con este director musical podemos vivir tardes especiales de aquí en adelante. Que así sea.

Foto: OSE.