La tercera vía
16/12/2018. Bilbao. Teatro Campos Elíseos. Pablo Sorozabal: Katiuska. Ana Otxoa (Katiuska, soprano), Jesús Lumbreras (Pedro Stakof, barítono), Alberto Nuñez (príncipe Sergio, tenor), Josu Camara (Bruno Brunovich, bajo), Andoni Barañano (Boni, tenor cómico) y otros. Orquesta Sinfónica Labayru, Masa Coral del Ensanche. Dirección de escena: José Camara. Dirección musical: Iñaki Urkizu.
Los que peinamos canas hemos conocido la ópera en Bilbao, allá por el siglo pasado (¿a que dicho así parece que ha pasado mucho más tiempo?) en el ya desaparecido Teatro Coliseo Albia, en cuyo lugar hoy se encuentran un casino y un hotel. A escasos cien metros de este extinto recinto puede uno encontrar carteleras de espectáculos por llegar que anuncian la programación del tercer hueco lírico de la capital vizcaína. No puedo dejar de comentar la nostalgia que sentí, tras casi dos décadas, al pasear por las mismas calles que antaño nos recogían antes y después de aquellas funciones operísticas “en blanco y negro”.
Dando por hecho que el primer puesto del ranking lírico de la ciudad lo ocupa el palacio Euskalduna y la programación operística de la ABAO y otorgando la medalla de plata al Teatro Arriaga y sus episódicos títulos de ópera y zarzuela (episódicos y descoordinados, sí, pero muchas veces mucho más interesantes por lo que de novedoso tienen que otros de mayor recorrido mediático), este Teatro Campos Elíseos propone cada cierto tiempo un título zarzuelero, contado sobre todo con las voces del país y propuestas escénicas tan clásicas como modestas y abre así la tercera puerta al mundo lírico en Bilbao.
Un servidor, por cuestiones más prosaicas de lo que un hipotético lector pudiera imaginar, nunca había accedido a este recinto y así, aproveché el típico título zarzuelero previo a las fiestas que se nos acercan demasiado deprisa para conocer el local y, de paso, disfrutar de la opereta Katiuska, que ya se sabe es una de las tres mujeres que “mantuvo” económicamente a su autor, Pablo Sorozabal, junto a las celebérrimas chica del manojo de rosas y a la tabernera del puerto.
Así, quisiera confirmar que el teatro tiene un escenario más que suficiente y una platea hermosa, que merece nuestra atención. Sin embargo tuvieron algunas actitudes que, si se me permite, quisiera apuntar con la idea de corregir en el futuro. Así, me parece improcedente dejar entrar a gente con el espectáculo bien comenzado (algunos entraron ¡treinta y cinco minutos! después de empezar el mismo) y abrumar con una linterna mientras la gente que llega tarde se aposenta. Además, en el local no hay una triste máquina de bebidas y hacer un descanso de apenas cinco minutos atenta a la salud del vetusto público zarzuelero.
Público –que por cierto llenaba el teatro- de edad considerable, de comportamiento desquiciante, amigo del tarareo y de la ausencia de silencio que, sin embargo, disfrutó y mucho, como confirmaron los aplausos finales, del espectáculo ofrecido. Yo suscribo algunas apreciaciones del pueblo, que no todas.
En lo que al resultado artístico se refiere, tengo la sensación de haber vivido un déjà vu zarzuelístico pues lo que a continuación voy a escribir creo haberlo hecho en más de una ocasión. Y es que la función tuvo sus cosas positivas, sí, como es la prestación de la protagonista, Ana Otxoa, la mejor voz con diferencia, bien proyectada, cubriendo todo el teatro, sólida y adecuada al personaje.
El papel de Olga, en la voz de Adhara Martínez tambien tuvo calidad y solvencia vocal, así como el Boni del tenor cómico Andoni Barañano que, sin embargo, se excedió en la parte hablada, con cierta tendencia a la sobreinterpretación. Otros papeles menores también quedaron bien resueltos, como el Brunovich de Josu Camara. Una lástima que Iñaki Llamas no consiguiera catalanizar lo suficiente los diálogos de Amadeo Pich. En las partes habladas hubo más de una duda a la hora de desarrollar los diálogos.
Los dos papeles masculinos más importantes proyectaron luces y sombras. En el caso del barítono Jesús Lumbreras, porque teniendo voz más que suficiente, la misma se queda en el escenario, no corre lo suficiente y pierde esmalte y brillo en su proyección. Y en el caso de Alberto Núñez porque en su momento vocal más importante, su escena de entrada, quedó superado en el momento final por la tesitura y las dificultades vocales. Una lástima.
La Orquesta Sinfónica Labayru, bajo la batuta de Iñaki Urkizu, sonó de forma adecuada, con el volumen justo; sin embargo no puedo dejar de apreciar que en varios momentos desde el foso no se pudieron evitar momentos de descontrol, tanto con algunos solistas como con el coro. Este último, la conocida Masa Coral del Ensanche –bajo la dirección de Mario Hernández- tuvo momentos más afortunados que otros: entradas timoratas como la primera intervención del grupo, falta de empaste en algunas voces y descoordinación evidente en más de una escena con la batuta.
La puesta en escena, muy clásica y convencionales los movimientos de cantantes y coralistas. Nada que no hayamos visto mil veces antes. De todas formas, lo más importante es descubrir y presentar a través de esta crónica la tercera vía lírica de Bilbao, que no es poco. En una ciudad donde parece imposible programar de forma coordinada una temporada de zarzuela, bienvenidas sean iniciativas como esta. Porque lo más importante es que el público salió muy contento de la velada, lo que habla de la fidelidad de un tipo de espectador al género de la zarzuela.