Declaración de intenciones
Madrid. 1/02/2019. Teatro Real. Wagner: Das Rheingold. Greer Grimsley, Raimund Nolte, David Butt Philip, Joseph Kaiser, Albert Pesendorfer, Alexander Tsymbalyuk, Samuel Youn, Mikeldi Atxalandabaso, Sarah Connolly, Sophie Bevan, Ronnita Miller, Isabella Gaudí, María Miró, Claudia Huckle. Dir. de escena: Robert Carsen. Dir. musical: Pablo Heras-Casado.
Los críticos nos debemos a la verdad. Eso es precisamente lo que nos hace tan incomodos como necesarios. Y tan cierto es que mis expectativas con esta función no era muy elevadas, como que finalmente dichas expectativas se vieron no solo colmadas sino superadas. El reparto funcionó sin fisuras, con apreciable y meritoria homogeneidad. Y la batuta de Pablo Heras-Casado deparó una sorprendente lectura, muy personal, a veces arriesgada, siempre bien domeñada, muy superior a su primera tentativa con Wagner, hace ahora dos años y precisamente en el Teatro Real, con El holandés errante. El Wagner de Heras-Casado adolece aún de algunas fallas importantes, sobre todo en lo que respecta a esa narratividad que va más allá de los pequeños detalles, donde ciertamente logra destacar, con acentos firmes, entradas precisas y un trabajo detallado de la brillante y original orquestación wagneriana. La suya es una lectura de aires casi camerísticos, que adoleció quizá de poca espectacularidad en el climax final. En todo caso, Heras-Casado logró que la Orquesta Sinfónica de Madrid mantenga el pulso en alto durante toda la función, sin decaimientos, confirmándose por cierto el espléndido momento de forma que atraviesa el conjunto titular del Teatro Real, como ya apuntásemos al hilo de las funciones de Turandot. Hay quien observa en Heras-Casado la figura de un director talentoso, sí, pero que no termina de aterrizar, víctima un tanto del consabido ‘quien mucho abarca, poco aprieta’. Responsable artístico del Festival de Granada y batuta invitada en numerosas orquestas, Heras-Casado ha renunciado a la especialización, moviéndose con fortuna y comodidad desde Monteverdi hasta Zimmermann. A buen seguro su batuta no brilla con idéntico talento en todos estos repertorios, pero el maestro granadino confirma con este Rheingold que no va de farol, que la suya es una carrera de fondo, de esas que se hacen sin prisa pero sin pausa, atreviéndose, incluso equivocándose, pero con una musicalidad genuina como principio rector. Heras-Casado no tiene prisa por atarse, aunque hay quien dice que la Nacional de España lleva ya su nombre. Este prólogo de la Tetralogía wagneriana ha sido toda una declaración de intenciones. Queda por ver si en los años venideros, con las tres jornadas restantes de este Anillo, se consolidan los aciertos y las flaquezas se liman.
En el reparto no escuchamos nada memorable, pero casi todos los intérpretes rindieron a un nivel notable. Destacó con luz propia el intenso y teatral Alberich de Samuel Youn, quien logró las escenas más intensas de la velada, en un medido entendimiento con Heras-Casado en el foso. El Wotan de Greer Grimsley carece de la grandeza y autoridad de otros, pero no es menos cierto que resuelve la partitura con bastante seguridad y aplomo, más allá del cansancio que demuestra al final de la función. De la pareja de gigantes convenció más, sin duda, la contundente y humana prestación de Albert Pesendorfer, una voz a reivindicar. Gratísima sopresa el extraordinario Mime de Mikeldi Atxalandabaso, quien me atrevo a decir que ha encontrado todo un filón en este repertorio. El tenor Joseph Kaiser, con unos medios limitados, firmó sin embargo un Loge inteligente y elegante. Lo mismo cabe decir de la gran Sarah Connolly, algo ajena a este lenguaje wagneriano, aunque siempre gran intérprete. Quizá la voz más floja de todo el elenco fue el Donner de Raimund Nolte, ciertamente pálido; lo mismo que el taimado Froh de David But Philip. Convenció también la Erda de Ronnita Miller, de medios sonoros y contundente presencia escénica. Cumplidoras, por último, la Freia de Sophie Bevan y el trío de ondinas (Isabella Gaudí, María Miró y Claudia Huckle).