Manfred Honeck: "La tradición es lo que diferencia una interpretación brillante de una intepretación auténtica"
En ocasión de su gira por Europa de hace algunas semanas tuve ocasión de compartir un tiempo con el director de orquesta austríaco Manfred Honeck, al frente de la Pittsburgh Symphony Orchestra desde el año 2009.
Siempre me ha fascinado el sonido de la Pittsburgh Symphony. Creo que tan solo unas pocas formaciones norteamericanas y apenas dos o tres en Europa logran mantener un sonido propio y reconocible. En el caso de la orquesta de Pittsburgh, hablamos de una formación por la que han pasado Otto Klemperer, Fritz Reiner, Victor de Sabata, William Steinberg, André Previn, Lorin Maazel, Mariss Jansons... La nómina de batutas es imponente. Y ahora usted, desde hace más de una década y media, desde 2009. ¿Qué hace tan especial el sonido de esta formación? ¿Se ha esforzado usted de algún modo en mantener vivo ese sonido?
Es un asunto interesante este que plantea porque constantemente estamos incorporando nuevos músicos a una orquesta como esta. Me refiero a gente jóven, muy preparada, que no conoce necesariamente la historia de la formación y la tradición de su sonido. Y sin embargo, en cuanto se incorporan a la plantilla se amoldan a tocar como ellos. Al final todo depende de lo que el director musical quiera cultivar. Sé que hay formaciones especialmente conocidas por sus cuerdas o por sus metales; con Pittsburgh yo siempre he querido ver el conjunto, el sonido de todo el grupo. Por supuesto tenemos secciones increíbles, solistas de primerísimo nivel, pero lo importante es que el conjunto posea esa entidad solvente y reconocible que usted apuntaba.
En este sentido creo que durante estos años en Pittsburgh hemos logrado una combinación interesante entre la energía de los músicos y el estilo que yo puedo aportar como músico de origen austríaco, muy ligado a la tradición centroeuropea. Jamás he conocido una orquesta que se entregue como aquí sucede; su dedicación es máxima desde el primer minuto. Aquí no existe la rutina. Y eso también les convierte en músicos muy exigentes con quien está en el atril, necesitan mucho, demandan mucho y hay que seguir su intenso ritmo de trabajo en los ensayos, precisamente para evitar cualquier tentación de rutina.
Por otro lado, obviamente, es importante haber podido trabajar con estos músicos durante un tiempo extenso, durante quince años. Esto nos ha permitido consolidar un trabajo de fondo, insistir en unas formas de trabajar y perseguir un sonido que quizá logra separarse de esa sonoridad cada vez más globalizada que empieza a ser la norma en orquestas de cualquier parte del mundo. En cinco o seis años de titularidad es complicado consolidar un proyecto, francamente. Si buscas una manera de hacer las cosas, un determinado sonido, eso no lo puedes lograr de inmediato, nada más llegar, de un día para otro. Por eso estoy agradecido de la oportunidad que ha sido trabajar en Pittsburgh durante tantos años y en tan buenas condiciones.
Su titularidad en Pittsburgh es desde luego extraordinariamente extensa, en tiempos en los que muy pocos maestros duran más de seis u ocho años al frente de una orquesta.
Todo director de orquesta necesita una orquesta con la que desarrollar sus ideas. Creo que las cosas en Pittsburgh han ido bien porque esta es una orquesta que quiere trabajar, inconformista, siempre dispuesta a mejorar, etc. Y es que ya no se trata de "tocar bien", en el sentido, de ejecutar bien la partitura, las notas, lo que está escrito. Se trata de ir mucho más allá. Con la Quinta sinfonía de Mahler, por ejemplo, son muchísimas las orquestas que pueden ejecutarla de manera brillante, pero lo interesante está más allá, en un sinfín de pequeños detalles y aristas. Con Mahler por ejemplo yo intento recurrir a la tradición, al conocimiento de lo que era habitual en su tiempo. Para mí, como austríaco, es muy importante volver a las raíces.
Hablemos de esto un poco más a fondo. Creo que a menudo se malinterpreta o reduce el sentido de la tradición. Ni puede resumirse como algo tradicionalista, en el sentido conservador del término, ni tiene que estar ligado por fuerza a prácticas de índole historicista. Quiero decir, se puede asumir la tradición de muchas maneras, ¿no es cierto?
Absolutamente. Es imposible acercarse a una partitura sin pararse a pensar en lo que el compositor tenía en mente cuando la escribió, ya se trate de Bach, Händel, Monteverdi, Beethoven, Brahms o Schönberg. Lo importante no es lo que Manfred Honeck piense sobre una obra sino lo que su autor nos quisiera dar a entender con ella. Nosotros servimos a la obra, debemos sacarle el máximo provecho. Eso no significa que haya una única manera de ver las cosas; se puede hacer justicia a una misma partitura desde ópticas muy distintas, siempre y cuando todas estén debidamente razonadas e informadas.
Para mí, como austríaco, es por ejemplo fundamental manejar bien el rubato. Pero, ¿cómo se escribe el rubato en una partitura? El rubato forma parte precisamente de la tradición, es algo que se transmite de generación en generación, de músicos a músicos, de directores a directores. Por supuesto, los compositores indican en algunas ocasiones cómo quieren que se siga el rubato aquí o allá, pero hay algo que es imposible de escribir y eso es precisamente lo que la tradición preserva. En tiempos de Mahler, por ejemplo, se hacían muchos más portamenti que ahora. Para no exagerar con el rubato o para no caer en la tentación de evitarlo por completo hace falta conocer la tradición a fondo y tener gusto. Recuerdo una cita que me gusta mucho, en Escuela de violín de Leopold Mozart, donde viene a decir "hagas lo que hagas, hazlo con gusto, con estilo". Se trata de eso.
Hoy en día tenemos, seguramente, a los músicos mejor preparados de la historia, a nivel técnico, desde un punto de vista académico. Pero todo lo que tiene que ver con la tradición, eso solo se aprender en los atriles, con ensayos y conciertos. Yo siento que tengo de algún modo la misión de mantener viva la tradición, entendida como todo ese conjunto de secretos que hacen la música más genuina y auténtica. Precisamente lo que Mahler decía cuando afirmaba que lo más importante de la música es lo que no está escrito en la partitura. Por decirlo de otra manera, la tradición es lo que diferencia potencialmente una interpretación brillante de una intepretación auténtica.
Con la Pittsburgh Symphony han logrado atesorar una importantísima discografia, incluyendo una iniciativa particularmente interesante, los arreglos sinfónicos de algunas óperas como Rusalka o Elektra que usted mismo ha llevado a cabo con Tomáš Ille. ¿De dónde parte la idea de estos arreglos? El último ha sido el de Turandot y es fantástico.
El origen de estos arreglos es muy sencillo. Yo toqué durante ochos años en la Filarmónica de Viena y participé en muchísimas representaciones de ópera en la Staatsoper de la ciudad. Música maravillosa... Llegado un momento, ya como director de orquesta, me pregunté por qué debíamos privarnos de algunas obras maravillosas en las salas de música sinfónica. Así que tomé la iniciativa de plantear yo mismo estos arreglos, partiendo un poco de los que el propio Richard Strauss hizo con Der Rosenkavalier y Die Frau ohne Schatten. Y así, junto con Tomáš Ille, fuimos haciendo esta serie de poemas sinfónicos a partir de varias óperas: Rusalka, Elektra, etc. La idea no es sustituir a las óperas, es imposible reemplazar el papel de las voces en la lírica, pero cuando se trata de óperas con un gran valor sinfónico, como es el caso de estas que estamos mencionando, creo que tiene todo el sentido del mundo plantear estos arreglos para poder escuchar su música en nuestras salas de concierto.
Finalmente querría preguntarle por la violinista española María Dueñas, a quien usted acompañó en la grabación de su primer disco para el sello Deutsche Grammophon.
María Dueñas es extraordinaria, realmente fantástica. Como director musical, siempre recibo peticiones de jóvenes músicos para que les escuche y les oriente, jóvenes que quieren audicionar para mí. Yo siempre intento buscar algo de tiempo para ellos. Hará unos cinco o seis años, me preguntaron si podía escuchar a una joven violinista española que estaba en Viena. Y todavía recuerdo cuánto me impresionó esa primera audición con ella: qué gran sonido, qué técnica tan consumada y, lo mejor de todo, qué voz tan propia y singular. Que alguien tan joven haya encontrado ya su propia identidad como intérprete es algo que sucede una vez entre un millón. Ella va a tener una trayectoria impresionante, ya la tiene de hecho.
Fotos: © Todd Rosenberg