Paavo Järvi: "Debería preocuparnos que la música clásica quede reducida a un nicho"
En ocasión de su inminente gira por España con la Tonhalle Orchester de Zúrich, conversamos con el maestro estonio Paavo Järvi, uno de los directores con mejor reputación internacional de su generación. La entrevista tuvo lugar el pasado verano, en ocasión de mi visita al festival que Paavo Järvi impulsa en la localidad estonia de Parnu.
Estonia es un país con una singular y extraordinaria relación con la música, más específicamente incluso con el canto. No en vano el país se ganó su independencia con la llamada Revolución Cantada. ¿De dónde parte este hecho tan singular, esta imbricación tan íntima entre la identidad nacional y la identidad musical de los estonios?
Cada país tiene sus propias tradiciones musicales, pero lo específico y único del caso de Estonia es que la música está ligada a la supervivencia misma de nuestra lengua y, por tanto, de nuestra identidad. Estonia es un país muy pequeño, tanto en términos de territorio como en términos de población, y Rusia siempre ha querido hacerlo suyo, como también los alemanes o los daneses en su día.
¿Cómo preservar nuestra cultura en esas circunstancias? La clave ha sido la cultura oral, propagada a través del canto, de generación en generación. Nuestra memoria nacional, ligada a antiguas leyendas, está ligada a nuestra tradición oral. Durante la ocupación soviética fueron prohibidos muchos de estos cantos porque, directa o indirectamente, aludían a nuestra afirmación identitaria nacional. Pero las melodías no se prohibieron y la gente seguía difundiendo nuestra memoria incluso sin los textos de las canciones, a través de las melodías.
De una manera similar a cuando Sibelius compuso Finlandia, seguramente la pieza musical de oposición a Rusia más evidente que se haya escrito, sin necesidad de caracterizarla como tal. Era un ejercicio de afirmación nacional, lo mismo que nuestros cantos y melodías en Estonia tenían ese significado profundo; todo el mundo sabía lo que significaban, incluso sin texto.
Por otro lado, en Estonia tenemos mucho talento, en muchas áreas, son muchas las startups por ejemplo que tienen aquí su sede. Pero comparados con China, en cifras, somos un país residual. Somos una nación con mucha creatividad pero nuestras innovaciones tarde o temprano acaban en manos de algún otro gigante económico o tecnológico. Sin embargo, nadie puede comprar a Arvo Pärt, eso es nuestro, eso forma parte de nuestro valor intangible e incalculable.
En términos generales, quizá seamos el único país que ha alcanzado el reconocimiento internacional a través de la música. ¿Dónde si no en Estonia puede decirse que la persona más famosa y conocida del país es un compositor de música clásica, tal y como sucede aquí con Arvo Pärt?
Usted mismo, por otro lado, procede de una familia de músicos: su tío, su padre, su hermano… Tengo curiosidad específicamente por la figura de su padre como referente. Imagino que ha sido maravilloso tenerle ahí pero también habrá sido complicado verse siempre comparado con él, de un modo u otro. ¿Mucha presión?
Honestamente, para mí nunca fue un problema. La personalidad de mi padre es tan cálida, él siempre fue tan inclusivo conmigo, como creo que con todo aquel que haya trabajado con él… Nunca me sentí presionado o comparado con su figura. Durante muchos años se intentó ver entre nosotros algún tipo de competitividad o problema pero eso no ha pasado nunca, jamás.
Imagino que se buscaba en nosotros alguna historia truculenta como sí ha sucedido en otras dinastías de directores, como los Kleiber en su día, pero lo cierto es que la relación con mi padre ha sido siempre maravillosa, lo mismo que con mi hermano Kristjan. Siempre hemos estado unidos, hemos tenido suerte en este sentido.
Seguramente esa unión es lo que explica su extraordinario legado familiar en Estonia, entre otras cosas con este festival en Parnu, un evento realmente singular donde se respira música por todas partes.
Este festival retoma el espíritu del festival de David Oistrakh, combinando los conciertos con la formación. Nuestro festival en Parnu quiso desde el principio ser un compromiso con las nuevas generaciones de músicos. Por ejemplo, la concertino que tenemos estos días con nosotros en la orquesta del festival, Triin Ruubel, empezó aquí siendo una niña y ahora es la concertino de la Orquesta Nacional de Estonia. Y no es el único caso.
Lo fascinante de nuestra orquesta en el festival es que esos jóvenes talentos locales se combinan en los atriles con músicos de primerísima fila. Este año por ejemplo tenemos con nosotros al contrabajo solista de la Filarmónica de Berlín, tenemos al primer cello de la Filarmónica de Múnich, el oboe principal de Frankfurt, etc. Cuando estos músicos comparten atril con los jóvenes intérpretes, locales pero también internacionales, estamos creando unos vínculos extraordinarios entre distintas generaciones de artistas.
Su agenda en la actualidad se concentra, especialmente, en la temporada de la Tonhalle-Orchester de Zúrich, formación que lidera desde hace ahora cinco años. Tuve la ocasión de ver de cerca su trabajo allí hace algunos meses, con una sobresaliente Quinta de Mahler. ¿Qué se encontró en Zúrich al llegar y qué ha querido construir allí durante estos años?
He empezado ahora mi segundo contrato con ellos, por otros cinco años. La Tonhalle-Orchester es una formación fabulosa, estoy muy contento de poder trabajar con ellos. La orquesta estuvo en muy buenas manos con David Zinmann, un director de la vieja escuela, digamos, un maestro auténtico, de esos que hoy ya no abundan. Hoy en día parece que la carrera de los directores de orquesta se haya convertido en un concurso de belleza. Los directores deben ser pragmáticos, capaces de construir una orquesta. El respeto mutuo que se tenían gentes tan diversas como Karajan, Szell o Mravinski parte de ahí, de la capacidad que se reconocían unos a otros para liderar un grupo y llevarlo por un determinado camino. Nada que ver con algo que hoy en día sucede con algunos directores que gesticulan mucho pero que dejan poca huella por allí donde pasan.
Tenemos muchos de esos hoy en día (risas).
Demasiados (risas). Pero lo más preocupante es que ese perfil de director no consolida una orquesta, no la dota de personalidad propia. Bromas aparte, como le decía, la Tonhalle-Orchester de Zúrich estuvo en muy buenas manos con David Zinmann y durante estos cincos años en los que he estado al frente de la formación creo que hemos logrado encontrar también nuestra química, nuestro lenguaje, nuestro balance. Para mí es fundamental que todo esté tan preparado en los ensayos como para poder improvisar durante un concierto, por decirlo de alguna manera. Siempre busco ese nivel de excelencia que nos permita ser libres. Pero eso implica mucha exigencia, es duro y hay que ser inconformista para llegar ahí.
Suena exigente…
Sin duda, pero la Tonhalle Orchester ha querido acompañarme en ese viaje y ahora estamos disfrutando de ese trabajo de fondo que hemos hecho durante estos años. Hemos logrado que sea una orquesta rápida y flexible; es una gran formación sinfónica pero con la actitud de un grupo de cámara, siempre atentos, escuchándose unos a otros. Solo así se puede acceder al significado agógico de la música, a lo que no está escrito en las notas de una partitura.
El texto de una obra musical está ahí, es más o menos obvio y son muchas las orquestas que lo pueden interpretar, pero de lo que se trata en realidad es de llegar al subtexto, y eso es más complicado; requiere tiempo, escucha, constancia… La Tonhalle-Orchester está ahora mismo ahí, en disposición de lograr eso precisamente; disfrutan, disfrutamos haciendo música y eso es maravilloso. Sin ese bagaje no podríamos plantearnos una integral sinfónica como la de Mahler, tal y como estamos haciendo ahora.
En la actualidad creo que ha reducido sus compromisos estables a esta titularidad en Zúrich y a su ya extensa relación con la Deutsche Kammerphilharmonie de Bremen, dejando atrás su titularidad con la Orquesta NHK en Tokyo.
Así es. Con la orquesta de Bremen llevo 20 años de colaboración, oficialmente, pero en realidad han pasado ya 29 años desde la primera vez que trabajé con ellos; es realmente muchísimo tiempo el que hemos compartido juntos y tenemos una relación extraordinaria. Con ellos hemos terminado ahora el proyecto de grabar las sinfonías de Haydn y vamos a abordar próximamente las sinfonías de Schubert, algo que anhelo llevar a cabo desde hace años.
Y en efecto en el año 2002 dejé la NHK Symphony Orchestra de Tokio tras siete años maravillosos al frente de la entidad. Es una orquesta que adoro pero aquel es un mundo muy distinto y cada vez valoro más el tiempo que dedico a cada proyecto, incluyendo esos largos viajes internacionales.
Es curiosa esta cuestión que plantea acerca del valor del tiempo. ¿Qué piensa de estos jóvenes directores, con apenas treinta años, con agendas vertiginosas, visitando una orquesta distinta cada semana, a lo largo y ancho del planeta?
Hay un momento para todo. Cuando eres joven tu percepción del tiempo es otra y es perfectamente lógico que así sea. Cuando eres joven todo está por venir, todo está por llegar. Pero cuando ya tienes una edad, cuando ya tienes un bagaje, empiezas a escoger cada vez más dónde quieres poner tu tiempo y tu dedicación.
Afortunadamente, en este momento de mi carrera, no necesito llenar todas y cada una de las semanas de mi calendario si realmente no me siento atraído por tal o cual compromiso. Mi agenda está repleta, pero intento que sea siempre con proyectos que me motivan, no por la mera necesidad o inercia de llenar cada hueco del calendario con más y más actividad.
Usted lleva en el mundo de la música clásica desde hace ya unas cuantas décadas.
Sí, me debut oficial tuvo lugar en Trondheim, en 1985.
Y desde esa larga perspectiva, ¿cómo diría que ha cambiado el mundo de la música? La revolución digital, tantas cosas han cambiado… ¿Dónde pondría usted el acento?
Creo que lo principal, el mayor cambio durante estas décadas, es el lugar que la música clásica ha venido ocupando en nuestras sociedades. Ese espacio ha disminuido drásticamente y debería preocuparnos que se reduzca cada vez más. La música clásica ya no es más que un nicho cuando antes era una parte sustancial de nuestras sociedades.
La globalización ha traído consigo muchas consecuencias y una de ellas es esta que le indico, un lugar cada vez más pequeño para la música clásica. Es trágico decirlo así pero es una evidencia: la mayor parte del mundo no nos necesita. Por eso tenemos que luchar más que nunca por nuestra supervivencia; hoy, más que nunca, hay que poner en valor lo que la música clásica significa para nuestras sociedades, hay que luchar por ello.
Fotos: © Kaupo Kikkas