© Sergi Panizo

Una Violetta memorable

Barcelona. 18/01/2025. Gran Teatre del Liceu. Verdi: La traviata. Nadine Sierra (Violetta). Javier Camarena (Alfredo). Artur Rucinski (Giorgio Germont). Gemma Coma-Alabert (Flora). Patricia Calvache (Annina). Albert Casals (Gastone). Josep-Ramón Olivé (Barón Douphol). Pau Armengol (Marqués D´Obigny). Gerard Farreras (Doctor Grenvil). Carlos Cremades (Sirviente). Pau Bordas (Criado). Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. David McVicar, dirección de escena. Giacomo Sagripanti, dirección musical.

Recordaré siempre la final del concurso de canto de Montserrat Caballé, en Zaragoza, en 2013. Una jovencísima Nadine Sierra se impuso entonces cantando un 'Je veux vivre' que nos dejó a todos con la boca abierta. Desde entonces, en poco más de una década, la trayectoria de la soprano estadounidense se ha impuesto con una autoridad de las que hacen historia. 

En 2023 Nadine Sierra fue una magnífica Manon, aquí mismo en Barcelona, y una memorable Julieta en Bilbao. Sin temor a exagerar, bien puede decir que estamos ante una de las sopranos de referencia en nuestros días, en un momento dulce de madurez interpretativa y suficiencia vocal.

Su Violetta anoche en el Gran Teatre del Liceu fue de las que hacen historia y se recuerdan por mucho tiempo. Padrona assoluta, que dirían en Italia. Autoridad interpretativa y dominio instrumental, de una facilidad vocal casi insultante, su Violetta tuvo una naturalidad y una madurez realmente asombrosas, otorgando a cada nota y a cada palabra el valor exacto. Voz nítida, carnosa, con un leve claroscuro en el centro, de grato vibrato y con un despliegue brillantísimo en el agudo, el instrumento de la cantante norteamericana impacta por su arrojo, capaz de todo, aunque sin caer en el puro despliegue de pirotecnia, siempre al servicio del drama; su legato es de primera clase y canta sul fiato con una naturalidad pasmosa, otorgando a su línea una redondez y un brillo que asombran.

Sorprendió Nadine Sierra incluyendo, al cierre del primer acto, una impactante cadencia elaborada a partir de la que en su día cantase Renata Scotto, una soprano a la que en ocasiones me recordó por cierto la intérprete norteamericana, en ciertos sonidos e inflexiones durante la función. Sea como fuere, el ’Sempre libera’ de Nadine Sierra queda ya en la memoria de todos los que lo pudimos disfrutar anoche. Memorable.

Quizá lo más sorprendete de la norteamericana fue su madurez interpretativa durante el segundo acto, viviendo como pocas veces hemos visto el conflicto emocional que precipita la irrupción de Giorgio Germont. Hubo aquí colores, acentos… en fin, frases y sonidos con una intención extraordinaria. Hubo aquí algunas frases memorables, como un expansivo ‘Amami, Alfredo, amami quant´io t´amo', de los que ponen los pelos de punta. 

El tercer acto discurrió quizá con un punto menos de magia, empezando por la sinfonía de toses que arruinó la lectura de la carta, como si el público liceísta se hubiera contagiado también de la tisis que aqueja a Violetta. Nadine Sierra estuvo aquí igualmente inmensa, pero su ‘Addio del passato’ quizá no tuvo el mismo impacto que todo lo escuchado anteriormente. En todo caso, nuevamente hizo gala de un manejo inteligentísimo y generoso de sus medios.

Y por qué no decirlo, Nadine Sierra aporta también una figura sumamente creíble en escena, de una sensualidad bien entendida, arrastrando consigo a cuantos la rodean durante la función, con un magnetismo al alcance de muy pocos. 

Nadine Sierra está en un momento excelente. Si tienen ocasión no duden un minuto en escuchar su Violetta en el Liceu, porque es histórica.

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Caluroso y valiente, el Alfredo de Javier Camarena se impuso a las inclemencias de la salud, arrastrando el mexicano un constipado que le había mantenido fuera del ensayo general. Su Alfredo, en el primer acto, es un enamoradizo con aires de Nemorino, en manifiesto contraste con el borrachín despechado que aparece en la fiesta de Flora. Camarena convenció especialmente aquí, con un centro más consistente y con su habitual buen gusto e intenciones en el fraseo.  

Camarena brilló con luz propia en la página donde más se le esperaba, el célebre ‘Lunge da lei… Dei miei bollenti spiriti’, coronada después por una cavaletta valiente en la que el mexicano no se ahorró, ni mucho menos, el esperado sobreagudo. Un compás a destiempo confundió sin embargo al cantante en el ‘Parigi, o cara’, donde la voz pareció perder un tanto sus hechuras

Consistente y sólido, cantante de garantías, el barítono polaco Artur Rucinski aportó robustez al rol de Germont, quizá falto de una mayor pátina de nobleza pero sostenido por una emisión de buen legato, con una respiración a prueba de record, incidiendo en frases larguísimas, un poco 'alla Cappuccilli'.

En todo caso Rucinski no desaprovechó su momento de mayor lucimiento, el consabido ‘Di Provenza’, expuesto de manera brillante, como en general todo el segundo acto, esmerado también el polaco en lo actoral.

Más que solvente el elenco de comprimarios, con voces estimables y profesionales esmerados como Gemma Coma-Alabert (Flora), Albert Casals (Gastone), Gerard Farreras (Doctor Grenvil), Josep-Ramón Olivé (Douphol) o Patricia Calvache (Annina), entre otros.

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Inspirada y detallista, la la dirección musical de Giacomo Sagripanti aportó tensión y un sentido genuino del drama a toda la representación. El maestro italiano encontró un buen equilibrio entre el foso y las voces, dejando espacio a los solistas para buscar y recrear su aliento, pero sin perder de vista lo escrito y la debida concisión de la acción sobre las tablas. Sagripanti aportó intensidad y poesía -fantástico el preludio del tercer acto-, generando contrastes donde debía haberlos y logrando un buen balance entre secciones en el foso. La orquesta del Liceu respondió a un gran nivel, confirmando una evolución ya más que asentada. También el coro titular del teatro estuvo a la altura de sus mejores noches.

Leo Castaldi se ha ocupado de reponer esta producción firmada por David McVicar y vista ya hasta la saciedad en los teatros de nuestro país y de medio mundo. Sin ser ninguna maravilla, resulta una propuesta convencional y sumamente realista, aunque bien resuelta y a la que se han introducido algunos cambios para estas representaciones en el Liceu. En general encontré la producción menos oscura -la recuerdo realmente oscurísima en anteriores ocasiones-, y el manejo del coro y figurantes me pareció más ágil y ordenado. Igualmente, Giorgio Germont se beneficia ahora de una lectura más benevolente, lejos ya del tenebroso retrato del rol que McVicar pintaba antaño.