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El eterno grito

Fidenza (11/10/2024) Teatro Girolamo Magnani. Teatro Regio. Verdi: Attila. (versión concierto). Giorgi Manoshvilli (Attila), Marta Torbidoni (Odabella), Claudio Sgura (Ezio), Luciano Ganci (Foresto). Coro del Teatro Regio. Orquesta Filarmónica Arturo Toscanini. Dirección musical:  Riccardo Frizza.

¡Viva Verdi! se oyó un par de veces al acabar la primera parte de Attila en el precioso Teatro Girolamo Magnani de la localidad parmesana de Fidenza.El público sonrió y aplaudió. Y es que la exclamación, el grito, el lema, sigue vigente casi doscientos años después de que se oyera por primera vez. Sirvió para ensalzar a la gloria operística italiana del siglo XIX y como acrónimo para ensalzar a Victor Manuel II de Saboya que lideraba la unificación italiana, el conocido Risorgimento. Surgió como protesta contra los ocupantes austriacos y perduró hasta ahora como símbolo de admiración ante un compositor que consigue arrebatar a su público con una música inconfundible, de una marcada personalidad y de una calidad que se fue acrecentando hasta la gloria de un Otello o un Falstaff. Por el camino, una trayectoria que tiene obras maestras, grandes óperas y obras no del todo redondas pero siempre con un afán personal de realizar un buen trabajo. 

Attila, estrenada en Venecia en 1846 y considerada una obra irregular en cuanto a su argumento, y también, por algunos críticos, en cuanto a su música, es una ópera creada en plenos “años de galeras”, ese momento de la carrera de Verdi donde se veía muy presionado para crear obras para distintos teatros de Italia y que cumplieran las expectativas que había levantado con sus primeros éxitos. Trata del momento en que el jefe de los hunos invade Italia y está a punto de tomar Roma pero se detiene antes de cruzar el Po después de un encuentro con el papa León I el Magno en 452. Hasta ahí la historia. Sobre ese argumento crece la leyenda y nacen los relatos como Attila, König der Hunnen de Zacharias Werner, que será la obra dramática en la que se basará Temistocle Solera para crear el libreto de la ópera (que al final concluyó Francesco Maria Piave por diversos problemas personales de Solera). La traición, la venganza y la ambición política se mezclan en la narración, que tiene algunas contradicciones y que básicamente intenta ser un arma política contra el ocupante austriaco, pero en la que el personaje protagonista, el líder bárbaro, resulta ser el más honorable y justo de todos los personajes. Al final, en contra de la historia real, Attila morirá y los italianos se verán vengados y expulsaran a los invasores.

El Festival Verdi de Parma ha programado dos funciones en concierto de esta ópera en el precioso y recoleto Teatro Girolamo Magnani de Fidenza, a unos treinta kilómetros de Parma, y el resultado no ha podido ser más brillante. Decía más arriba que Attila no es considerada musicalmente de lo mejor de Verdi pero, personalmente, creo que tiene momentos de gran belleza y lucimiento para los cantantes. Sobre todo si la dirección musical sabe encontrar la esencia de Verdi en esta partitura temprana y profundizar en los momentos más líricos controlando los tutti más arrebatados sin que haya un desfase que descompense la obra. Riccardo Frizza es un maestro de absoluto virtuosismo en este repertorio y es el artífice final del éxito conseguido. Consiguió lo comentado, el equilibrio perfecto entre orquesta y cantantes, controló las medias voces, los detalles orquestales, la esencia, repito, verdiana. Una dirección extraordinaria a la que correspondió una inspirada Orquesta Filarmónica Arturo Toscanini, reducida dada las dimensiones del foso, pero totalmente implicada con la música interpretada.

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Y por supuesto hay que alabar las grandes voces que dieron brillo a la velada. En primer lugar la de Giorgi Manoshvili, que habíamos visto en la Gala verdiana del día anterior y que bordó el papel de Attila. Es un bajo con todas las de ley, de timbre bello y una expresividad vocal que le va perfecta al papel. Dominando toda la tesitura, con un torrente de voz que atronaba el pequeño espacio del teatro, nos deleitó con una maravillosa Mentre gorfiarsi l’anima parea, seguida de Oltre a quel limite t’attendo, o spettro, aria y cabaletta ejemplos palmarios del Verdi de esta etapa. Fue, muy merecidamente, el más braveado y aplaudido de todo el elenco.

Un elenco que tenía más grandes figuras como la Odabella, la vengativa italiana que enamora y asesina a Attila, interpretada por la excelente soprano que es Marta Torbidoni. La cantante tiene una voz carnosa, impecable en el agudo y en las coloraturas, como demostró en las que preceden a su primaria aria Allor che i forti corrono, braveada por el público. La fuerte personalidad del personaje tuvo una traducción perfecta en la expresión de su canto, que supo transmitir pasión y venganza. El lado más humano surgió en una perfecta  Oh, nel fuggente nuvolo, recordando a su padre asesinado por Attila.

Estupendo Luciano Ganci como Floresto, enamorado de Odabella y enemigo de Attila. En la Gala verdiana ya se pudo constatar la potencia de su voz, que corría como un cañón por todo el teatro y que posee un agudo restallante y seguro, pero además, en este papel protagonista pudimos apreciar que es un cantante que sabe apianar cuando es necesario, creando momentos de gran belleza, propios del tradicional canto tenoril verdiano. Ella in poter del barbaro es un aria maravillosa, con el sello inconfundible de Verdi, que él interpretó con elegante maestría. El cuarto personaje principal de Attila es Enzo, general romano que no duda en vender su honor si el jefe de los hunos le cede el poder en Italia.

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Claudio Sgura sustituía a George Petean, anunciado para este papel en el programa general del Festival. Es indudable que domina su rol (junto a Manoshvilli fue el que menos estuvo pendiente de su atril) y que posee la voz y el estilo verdiano exigidos, pero su canto resulta algo tosco y se ve lastrado por un vibrato excesivo que le resta brillantez a sus intervenciones. Prueba de ella fue la fría recepción del público ante una de las piezas más brillantes de esta ópera y que abre el acto segundo: Dagl’inmortali vertici. Bien los comprimarios, especialmente Gabriele Sagnona como Leone. Impecable trabajo del Coro del Teatro Regio que dirige Martino Faggiani. Atento siempre a la dirección, sonó bien empastado y muy integrado en la obra.

Al día siguiente pudimos ver en el Teatro Verdi de Busseto, donde se suele representar durante el Festival una obra verdiana encomendada a un reparto de jóvenes que comienzan sus carreras, algunos de ellos antiguos becarios de la Academia Verdiana, y con dos repartos diferentes en los papeles principales, Un ballo in maschera. Lo más atrayente de la propuesta era la dirección musical de Fabio Biondi, gran director en otros repertorios y que resultó convincente en el mundo verdiano. Intentó sacar lo mejor de una floja pero motivada Orquesta Giovanile Italiana y estuvo muy atento al escenario, donde se pudo disfrutar de interesantes voces jóvenes como la del Renato de Lodovico Filippo Raviza, la Amelia de Caterina Marchesini y una muy buena Ulrica de Dambi Lee. Musical y elegante pero menos brillante, el Riccardo de Giovanni Sala, que fue mejorando a lo largo de la representación. La puesta en escena de Davide Signorini convierte la ópera en una mascarada (no solo en el último acto) y la sensación que queda es que los aportes artísticos que plantea están ya muy vistos.

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