La tragedia infinita 

Milán. 16/12/2024. Teatro alla Scala. Verdi: La forza del destino. Anna Netrebko (Leonora). Luciano Ganci (Don Alvaro). Ludovic Tézier (Don Carlo di Vargas). Vasilisa Berzhanskaya (Preziosilla). Alexander Vinogradov (Padre Guardiano) y otors. Leo Muscato, dirección de escena. Riccardo Chailly, dirección musical.

Tras el ruido y el boato inherente a la prima de La Scala llega el momento de la valoración artística de esta producción de La forza del destino, un proyecto complejo por muchas razones. Encontrar hoy en día cantantes capaces de asumir con garantías los roles principales para esta ópera ya es un auténtico reto. Más aún en un teatro como el milanés, donde se mezcla ese vetusto orgullo verdiano con filias, fobias e intrigas palaciegas. De ahí, probablemente, que Jonas Kaufmann hiciera una intuida espantada para regresar a prados bávaros más apacibles. Hay que decir que La Scala, a pesar de todo, ha conseguido reunir un cast de gran solvencia para los tiempos que corren. Pero esa no era la única dificultad. 

La forza del destino es una ópera grandiosa de un Giuseppe Verdi a la búsqueda de nuevas vías formales y estilísticas. Todo ello redunda en una partitura que combina lo mejor y peor del autor, de lo sublime a lo obsceno, de lo más íntimo a las escenas más corales y concertadas de toda su producción. Verdi pretendió crear un gran fresco histórico que enmarcase el desdichado destino de una pareja de amantes y su verdugo y, en la recreación de ese marco temporal y espacial, con sus fiestas y batallas, su fervor religioso y patriótico, se encuentra la dificultad de una puesta en escena coherente y efectiva.

La primera sorpresa positiva de La forza del destino que ha abierto la temporada scalìgera ha sido, precisamente, la medida e inspirada producción firmada por Leo Muscato. A partir de una estructura giratoria en permanente transformación, Muscato consigue narrar con detalle prácticamente cinematográfico las peripecias de los personajes, creando ambientes dispares gracias a la magnífica iluminación a cargo de Alessandro Verazzi. Esta idea de partida, si se hubiese mantenido invariable durante toda la narración, hubiese podido desembocar en una lectura puramente literal con un enfoque un tanto kitsch de lamobra. Muscato, en cambio, consigue dar la auténtica dimensión que Verdi buscaba con este drama, situando cada acto en una época distinta sin, por ello, afectar en absoluto el relato. Al contrario, situando las peripecias en distintos conflictos bélicos como la Guerra de independencia italiana (Acto 2), la Primera Guerra Mundial (Acto 3) y uno que podría ser cualquiera de finales del siglo XX o XXI en la escena final, Muscato pone de relieve la eterna y fratricida confrontación que marca la trágica historia de nuestra civilización por los siglos de los siglos.

Si Muscato acertó con la dramaturgia, Riccardo Chailly lo hizo con la dirección musical, sin duda una de las mejores de los últimos años en el repertorio verdiano. Sin perder en ningún momento ese sonido pulposo característico de la Orquesta de La Scala, el director milanés ofreció una lectura por momentos nerviosa y llena de contrastes. Los grandes pasajes líricos de Leonora en el segundo acto fueron de una transparencia sobrecogedora. Mención aparte merece un cuarto acto de antología. La erupción volcánica de sonido que extrajo Chailly tras el momento en el que Leonora rompe su juramento de silencio y aislamiento fue tan conmovedor como el larguísimo y expresivo pianissimo con el concluyó la ópera. En definitiva, la dirección musical fue de tal brillantez que consiguió transformar un fragmento tan aparentemente intrascendente como el “Rataplan” en un encaje de bolillos coral de primera magnitud. ¡Lo nunca oído! De ese milagro son responsables principales Roberto Malazzi y su magnífico Coro de La Scala.

Como suele suceder, todas las miradas estaban centradas en Anna Netrebko y en su enésima presencia en la función inaugural milanesa. La soprano rusa se impuso en un papel de máxima dificultad, que requiere fuego y pureza expresiva a artes iguales. Netrebko demostró, una vez más, que es un purasangre y que, bien dirigida y preparada como pareció en esta ocasión, no tiene rival. Algunos sonidos artificialmente oscurecidos aquí y allá, especialmente al inicio. Cierto vibrato que, al menos en esta ocasión, estuvo bien controlado. Todo eso es cierto, sí, pero a cambio qué carisma derrochó encarnando a una Leonora fuerte, intrépida luchadora y tenaz; qué cantidad de recursos vocales: timbre mórbido, agudos lacerados, etéreos pianissimi. A todo eso hay que añadir ese intangible que aportan las auténticas divas, tan infrecuente hoy en día, que contribuyó al indiscutible éxito de Anna Netrebko en una Scala que la adora y la odia a partes iguales, pero que en esta ocasión tuvo que rendirse a sus pies.

Luciano Ganci fue Don Alvaro en substitución de Brian Jagde, a quien vimos recientemente en ese mismo papel en el Gran Teatre del Liceu. En comparación con la opulencia vocal, aunque un tanto inexpresiva del americano, Ganci lució un instrumento más lírico, de calidad meridional y bien proyectado, pero sobre todo una más amplia gama de colores y recursos vocales. En su único y bellísimo monólogo se podría resumir su actuación: interesantes juegos con la media voz y un esculpido fraseo en la parte inicial contrastaron con una sección final dificultosa en el ascenso al registro agudo. Un momento de crisis que, afortunadamente, no tuvo continuidad y que permitió a Ganci obtener un éxito notable. 

Poco se puede decir sobre el Don Carlos de Vargas de Ludovic Tézier. Simplemente que regaló una lección de canto desde la primera a la última nota. Técnica catedralicia, fraseo imperial y clase a borbotones fue lo que derrochó el barítono francés en todo momento. Notable también la Preciosilla de Vasilisa Berzhanskaya, otorgando carácter y dinamismo a un personaje a menudo ambiguo que, en lo vocal, no le planteó grandes problemas. Alexander Vinogradov volvió a demostrar que es uno de los bajos que canta mejor de la actualidad y a su Padre Guardiano solo le faltó, como siempre, esa contundencia y amplitud vocal que lo situarían como heredero de los grandes bajos de la historia. Excelente Marco Filippo Romano como Fra Melitone, la Curra de Marcela Rahal y el Trabucco de Carlo Bosi.

Fotos: Brescia - Amisano © Teatro alla Scala