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El director que reinventó la modernidad

Sobre Pierre Boulez como director, en el centenario de su nacimiento

Pierre Boulez (1925-2016) fue una de las figuras más influyentes en la música del siglo XX. Su formación en la vanguardia musical lo convirtió en un defensor apasionado de la modernidad, y su trabajo como director estuvo marcado por una búsqueda incesante de precisión, claridad estructural y fidelidad a la partitura. En su juventud, Boulez rechazó abiertamente el legado romántico y defendió una ruptura con el pasado, sin embargo, con el paso de los años, su perspectiva evolucionó y se convirtió en un intérprete esencial de un amplio repertorio que incluyó no solo la Segunda Escuela de Viena, sino también Mahler, Debussy, Bartók, Stravinsky, Scriabin y otros compositores del siglo XX.

Como director, su enfoque analítico y su control absoluto de la orquesta marcaron una nueva manera de interpretar la música sinfónica. Su precisión extrema permitía revelar capas de la partitura que, en manos de otros directores, podían quedar ocultas en la espesura sonora. Su batuta evitaba el sentimentalismo excesivo, favoreciendo la claridad arquitectónica y la transparencia instrumental.

Mahler: precisión, claridad y arquitectura sonora

Boulez abordó la música de Mahler desde una perspectiva que contrastaba con la de otros directores legendarios como Bernstein o Barbirolli. Mientras que Bernstein apostaba por una interpretación intensa y profundamente emocional, Boulez se enfocaba en la claridad estructural, la articulación precisa y la limpieza de texturas.

La Sinfonía n.º 1 "Titán" (1999, DG, Sinfónica de Chicago) destaca por su transparencia orquestal principalmente. Aquí Boulez evita la exuberancia excesiva y construye la sinfonía con una atención meticulosa a los equilibrios sonoros, si bien es cierto que en algún momento se sacrifica de alguna manera la intensidad emocional en favor de la precisión, hay un claro sentido de la construcción general, así como fuerza expresiva colmada de detalles. ¿Se echa de menos la humanidad de Giulini o el arrebato de Solti? Posiblemente, aunque la versión del director francés es del todo irreprochable. 

En la Sinfonía n.º 2 "Resurrección" (2006, DG, Filarmónica de Viena) opta por un enfoque controlado y arquitectónico, resaltando la evolución armónica de la obra sin exagerar los contrastes dramáticos. La sección coral final es de una claridad impresionante, aunque para algunos puede carecer del dramatismo apoteósico de otras versiones como la de Bernstein, hemos de decir que Boulez lleva a la orquesta a cotas extraordinarias en cuanto a sonoridad y virtuosismo se refiere. 

Nos hallamos aquí ante una de las probables cimas discográficas de la Sinfonía n.º 3 (2002, DG, Filarmónica de Viena) tanto por su rigor estructural como por la belleza instrumental. La transición entre los movimientos es fluida y controlada, lo que permite apreciar la compleja orquestación de Mahler con una transparencia absoluta. Boulez dirige con un control absoluto de las transiciones y equilibrios sonoros, evitando cualquier exceso emocional. El primer movimiento, de gran dificultad técnica, se desarrolla con una claridad en la articulación de las fanfarrias y una atención meticulosa a la estructura interna de la obra. En los movimientos intermedios, logra una delicadeza instrumental que resalta la escritura orquestal de Mahler sin caer en sentimentalismos. El final, que otros directores suelen abordar con un lirismo expansivo, - estratosférico Horenstein - en manos de Boulez se convierte en una experiencia de contemplación, donde la orquesta parece construir la música como un gran edificio sonoro, sin forzar las emociones, pero permitiendo que el oyente descubra cada detalle del tejido instrumental.

Es curioso que no se asocie a Boulez con la grandilocuencia Mahleriana, por lo que no deja de sorprender la claridad con la que organiza las masas corales y orquestales de la Sinfonía n.º 8 "De los mil" (2007, Staatskapelle Berlin.) La monumentalidad de la obra se mantiene, pero con una nitidez en la instrumentación poco habitual. Esta sinfonía es una de las obras más monumentales del repertorio, con una combinación de fuerzas corales y orquestales de gran magnitud. En su interpretación mientras que otros directores abordan esta sinfonía desde un punto de vista más dramático, Boulez opta por un control absoluto de las secciones corales y orquestales, evitando cualquier exceso expresivo. La organización del sonido es meticulosa, resaltando la estructura armónica y contrapuntística de la obra. Su dirección permite descubrir matices que suelen quedar oscurecidos en interpretaciones más exuberantes, proporcionando una versión única dentro de la discografía mahleriana.

En colaboración con la mezzosoprano Anne Sofie von Otter, Boulez grabó los Kindertotenlieder y Lieder eines fahrenden Gesellen (DG, 2004, Filarmónica de Viena) Su dirección ofrece un acompañamiento refinado y detallado, permitiendo que la voz y la orquesta dialoguen con una sutilidad exquisita. La voz de von Otter se entrelaza perfectamente con la instrumentación controlada de Boulez, destacando la belleza de las texturas orquestales sin opacar la expresividad vocal. Su enfoque analítico no resta emotividad, sino que proporciona una versión equilibrada en la que cada frase melódica se articula con claridad, permitiendo que el dramatismo del texto y la música emerjan con naturalidad. Tampoco olviden acercarse a Des Knaben Wunderhorn (DG, 2010) con la Kocena y Gerhaher junto a la Orquesta de Cleveland porque son a su vez maravillosos. 

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Una curiosidad Brukneriana

Aunque Pierre Boulez no se asociaba habitualmente con Bruckner, su grabación de la Octava Sinfonía,  (DG, 2000, Filarmónica de Viena) es un testimonio de su capacidad para abordar la grandiosidad sinfónica desde una perspectiva innovadora. Boulez enfatiza la claridad arquitectónica de la obra, alejándose de la monumentalidad excesiva de algunas interpretaciones tradicionales. Alejado del módelico y referencial Karajan, su lectura mantiene un flujo orgánico y estructurado, con tempi precisos que permiten apreciar la evolución de los temas con una lógica impecable. El segundo movimiento Scherzo destaca por su pulso firme y articulación incisiva, mientras que el Adagio  se desarrolla con un equilibrio meditativo que resalta la espiritualidad inherente a la música de Bruckner.

Bartók: rigor y modernidad

Boulez logró con Bartók lo que pocos directores consiguen: transformar la aparente agresividad rítmica de su música en un despliegue de refinamiento y control técnico. Su legado en la interpretación del compositor húngaro se distingue por la transparencia y la atención al detalle, revelando la modernidad inherente en su escritura. El Concierto para orquesta (DG, 1993, Sinfónica de Chicago) es un testimonio de su capacidad para diseccionar las capas sonoras de Bartók con una claridad impresionante. La obra, con su estructura en cinco movimientos, adquiere un carácter casi arquitectónico en manos del director francés. En particular, el cuarto movimiento (Intermezzo interrotto) se destaca por su atención meticulosa a los contrastes de textura, mientras que el final es una exhibición de precisión rítmica y brillantez orquestal.

En El Mandarín maravilloso (1999, DG, Berliner Philharmoniker) Boulez evita el exceso de dramatismo y resalta la modernidad rítmica de la obra. La brutalidad de la historia queda reflejada en una interpretación calculada y precisa, donde cada acento percusivo tiene un peso específico y cada color instrumental adquiere una función expresiva sin caer en efectismos. Su capacidad aclarar las estructuras complejas de la obra refuerza su visión de Bartók como un compositor de una modernidad absoluta.

No se puede olvidar acercamiento a los Conciertos para piano nº 1 y 3 junto a Daniel Baremboim, (1970, EMI, New Philharmonia). En el primero la interpretación es casi de una negritud obsesiva, sin aliento alguno al que agarrarse, con una claridad pasmosa por parte de la orquesta de Kemplerer. En el tercero surge una aparente humanidad en Boulez, no hay distanciamiento, y sí cierta propuesta emotiva sin perder eso sí la estructura, ritmo y sonoridad bartokiana. ¿El solista? Pues como podrán imaginar, con 21 años ya mostraba un sonido del todo adecuado, potente, expresivo, ácido y tremendamente lírico cuando es preciso como el Adagio religioso. Ambos artistas se complementan a la perfección, mostrando una complicidad inaudita. 

Stravinsky: claridad rítmica y arquitectura sonora

Para Boulez la música del compositor ruso no solo era una explosión de color y ritmo, sino también una construcción arquitectónica de enorme complejidad. Su dirección lograba exponer la claridad de la escritura orquestal de Stravinsky sin perder la energía esencial de estas obras icónicas.

En 1969, Boulez registraba con la Orquesta de Cleveland (1969, Sony) La consagración de la primavera, una versión que se ha convertido en una referencia por su extraordinaria claridad estructural. Frente a interpretaciones más impulsivas o viscerales, como las de Leonard Bernstein o Chailly, Boulez opta por un enfoque en el que la precisión rítmica y la articulación instrumental se convierten en elementos centrales.

Desde los primeros compases, el famoso solo de fagot emerge con una nitidez cristalina, y a medida que avanza la obra, la dirección de Boulez revela con absoluta transparencia la superposición de capas rítmicas y la complejidad de la orquestación stravinskiana. El uso meticuloso del tempo evita cualquier tendencia a la aceleración abrupta, permitiendo que la tensión se acumule con una lógica interna impecable. En la Danza de los adolescentes, impacta sobremanera donde cada acento rítmico suena con una precisión milimétrica. A diferencia de interpretaciones más crudas que enfatizan el salvajismo primitivo de la obra, Boulez resalta su construcción formal con un balance perfecto entre secciones instrumentales. El clímax final, lejos de ser un estallido caótico, se percibe como una culminación inevitable de la evolución musical previa. Esta aproximación estructural nos permite apreciar la obra desde una perspectiva distinta: no como una explosión de barbarie rítmica, sino como un organismo sonoro cuidadosamente diseñado.

La grabación de El pájaro de fuego con la Sinfónica de Chicago (DG, 1992) es otro ejemplo donde se enfatiza la transparencia orquestal y la riqueza de timbres, permitiendo que cada sección instrumental se escuche con una claridad poco común. Sin duda referencia casi absoluta. Desde el comienzo de la obra, la atmósfera misteriosa de la introducción adquiere una cualidad casi etérea, con los contrabajos y fagotes creando un paisaje sonoro de una nitidez espectral. La entrada de los primeros motivos de El pájaro de fuego se presenta con una elegancia que subraya la refinada instrumentación de Stravinsky. Por otro lado, es casi inaudita la atención al color orquestal. Boulez, lejos de resaltar sólo la fuerza rítmica o la teatralidad de la obra, construye una narración musical en la que cada episodio fluye con una cohesión absoluta. En la Danza infernal de Kastchei, la percusión y los metales se presentan con una precisión quirúrgica, sin perder el impacto dramático. En contraste, el final de la obra, con su expansivo crescendo en los metales y cuerdas, se despliega con una majestuosidad controlada que evita cualquier exceso sentimental. 

Explorando otras interpretaciones esenciales de Boulez en el siglo XX.

Boulez realizó una de las interpretaciones más precisas y transparentes de Pierrot Lunaire de Schoenberg con su Ensemble InterContemporain (DG,1997) capturando la expresividad afilada y la articulación rítmica de la obra. Su dirección enfatiza la estructura interna del ciclo de melodramas atonales, asegurando un balance perfecto entre la expresividad vocal y la claridad instrumental, dando espacio para la mirada expresionista y también para esa aparente frialdad que si bien se encuentra depurada con un virtuosismo pasmoso por parte del Ensemble. En su grabación de las Variaciones para orquesta, con la Orquesta de Chicago (Erato, 1992) Boulez destaca la lógica serialista de la obra, enfatizando la transparencia de la orquestación y la cohesión formal de forma apabullante. 

Siguiendo con la segunda escuela de Viena, su visión de la Lulu de Alban Berg (DG, 1979)  es del todo legendaria, donde su enfoque cristalino permitió desentrañar la complejidad armónica y estructural de la partitura, y aunque se le podría pedir algo más de sensualidad y lirismo, la interpretación general logra una combinación perfecta entre dramatismo y análisis técnico. Dichas cualidades podríamos asociarlas también al maravilloso Concierto para violín con Pinchas Zukerman de solista (Sony, 1986). Se trata de una de las versiones más pulidas y analíticas de esta obra. Boulez se aparta de una lectura excesivamente expresiva y, en su lugar, enfatiza el equilibrio entre la forma serial y el lirismo del concierto. La claridad con la que se desenvuelve la orquestación permite que el violinista pueda proyectar con nitidez los temas de la obra, sin que la densidad armónica los opaque. Boulez hace hincapié en la relación entre los movimientos, resaltando el carácter elegíaco del primero y la resonancia transformadora del coral en la sección final, basada en un coral de Bach.

Webern, con su escritura extremadamente concisa, requiere una dirección meticulosa para desentrañar la riqueza de su lenguaje armónico. En la Passacaglia, Op. 1, (DG, 1995, Filarmónica de Berlín) su interpretación resalta la estructura subyacente del bajo ostinato, manteniendo una tensa claridad en la progresión armónica y en las Variaciones para orquesta Op. 30, (DG, 1996, Filarmónica de Berlín) Boulez sobresale la transparencia y la lógica serialista con una lectura nítida, donde cada motivo se percibe con precisión quirúrgica, revelando la extraordinaria economía de medios del compositor.

Como alumno de Messiaen, Boulez comprendió a la perfección su lenguaje armónico y rítmico. En su grabación de Et exspecto resurrectionem mortuorum (DG, 1995, Orquesta de Cleveland) logra una atmósfera de profunda espiritualidad, resaltando la riqueza de colores instrumentales. En Réveil des oiseaux y Chronochromie Boulez mantiene un balance preciso del discurso melódico y plasma con maestría la compleja combinación de ritmo, armonía y color característicos del compositor francés, permitiendo unas interpretaciones de enorme claridad sonora. 

Su acercamiento a Ligeti es en muchas ocasione insuperable. En el Concierto de cámara, Boulez, al frente del Ensemble InterContemporain, (DG, 1988) ofrece una interpretación que enfatiza la transparencia y el equilibrio entre las distintas secciones instrumentales, capturando la esencia polifónica y la riqueza tímbrica que Ligeti imprimió en la composición manteniendo un equilibrio perfecto entre densidad sonora y claridad estructural, logrando una de las versiones más detalladas de la obra.

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¿Solo de modernidad vive el hombre? 

Evidentemente no porque dentro de la música del incipiente siglo XX, su interpretación del Poema del Éxtasis y Prometeo (DG, 1999, Orquesta de Chicago) revelan una atención meticulosa a la orquestación de Scriabin, evitando el exceso de rubato y permitiendo que las obras fluyan con una claridad inusual. El concierto para piano con Ugorski no es que sea modélico, es que es referencial por el fraseo justo, la acumulación de tensión armónica y el uso del color orquestal que dan lugar a una versión elegante y rutilante.

 ”Los franceses”, Ravel y Debussy los aborda desde una perspectiva “Bouleziana” de diafanidad instrumental. Daphnis et Chloé destaca por su exquisita claridad instrumental y una lectura que resalta la refinada instrumentación de Ravel sin mirar de frente al impresionismo. El concierto para la mano izquierda junto a Zimmerman, (DG, 1998, Sinfónica de Londres) es posiblemente el mejor que se pueda escuchar hoy en día. La Mer de Debussy, (DG, 1995, Orquesta de Cleveland) es analítica a más no poder, permitiendo que cada detalle orquestal emerja con claridad. Es una mirada alejada de cualquier hedonismo, pero eso no quiere decir que esté exenta de discurso interno, de implacable lógica sonora y musical, es decir, inapelable. La toma sonora excepcional, por cierto. 

Evidentemente quedan grabaciones por mencionar: los conciertos de Liszt con Barenboim, de referencia absoluta, Strauss, Varese, Szymanowski, Falla, Birtwistle, entre otros. Sin duda el legado de Pierre Boulez como director de orquesta es innegable. Su precisión, su rechazo al sentimentalismo gratuito y su búsqueda de claridad revolucionaron la manera de abordar la música del siglo XX. Su discografía sigue siendo una referencia fundamental para comprender el repertorio moderno desde una perspectiva analítica y estructural. Pese a que su estilo puede resultar frío para algunos, su contribución a la interpretación orquestal es un hito ineludible en la historia de la dirección musical.

Fotos: © Philippe Gontier