Belcantismo de escuela
Madrid. 16/12/24. Teatro Real. G. Donizetti: Maria Stuarda. Yolanda Auyanet (Maria Stuarda). Silvia Tro Santafé (Elisabeth). Airam Hernández (Leicester). Krzysztof Bączyk (Giorgio Talbot). Simon Mechlinski (Lord Guglielmo Cecil). Mercedes Gancedo (Anna Kennedy). David McVicar, dirección de escena. José Miguel Pérez-Sierra, dirección musical.
Función de suculenta escuela belcantista con tres protagonistas españoles de gran clase y con una batuta especialista como cuarto atractivo. Estas funciones del reparto alternativo de Maria Stuarda han deparado un verdadero goce musical, fruto de una tradición que en España tiene nombres propios. Es el caso de Montserrat Caballé, una Maria Stuarda referencial, o Alfredo Kraus, un donizetiano de manual, dos referentes que iluman como faros modélicos a toda una generación de cantantes españoles que siguen su estela con una seriedad y una profesionalidad dignas de mención.
Y así ha sido con este título central de la Trilogía Tudor de Donizetti que ha contado con el protagonismo de dos canarios, Auyanet y Hernández, ¡juntos por primera vez en un escenario protagonizando una ópera! A ellos se ha sumado la mezzo valenciana Silvia Tro Santafé, toda una especialista y en un estado vocal magnífico.
Yolanda Auyanet, quien viene de triunfar en Toulouse como Abigaile del Nabucco verdiano, mostró una voz de gran personalidad, con un punto justo de vibrato, agudos plenos y bien asentados además de un porte escénico regio. Desde su icónica O nube, la voz, bien emitida y de gran proyección, se paseó regia, paladeando el legato y con control de los piani administrados con con gran inteligencia para el rol. Así lo demostró en una muy meritoria preghiera. El registro es generoso, controla la voce di petto de manera óptima, sentenció con gallardía el momento cumbre del enfrentamiento de reinas y tuvo una muerte hermosa por expresión, sensibilidad y morbidez tímbrica. Un triunfo personal que merece todos los elogios.
Como fiera oponente, la Elisabetta de Silvia Tro Santafé inundó la sala del Real con su timbre camaleónico y granítico con una majestuosidad belcantista digna de alabanza. Brillante y técnicamente segurísima, su Elisabetta mostró desde su aria di sortita un registro homogéneo, un tercio agudo punzante y un centro penetrante, de mórbido color. Notable actriz, empastó a las mil maravillas con el Leicester de Hernández y con la Stuarda de Auyanet en sus numeroso dúos, y mostró esa calidad belcantista de fraseo pulido, estilo refinado y control del legato, propios de la mejor escuela. Tro Santafé se encuentra en un momento dulce de su carrera, trufada de profesionalidad, triunfos, una plenitud artística envidiable.
El Leicester del canario Airam Hernández, quien ha debutado el rol, mostró la elegancia de un fraseo medido, de cuidada articulación y timbre cálido. El color es idóneo para este tipo de papeles. Su tendencia a cierto languidecimiento expresivo le va de maravilla a este rol tan complejo y poco vistoso. Actuó con solvencia y demostró que la escuela de canto canario sigue en plena forma.
Entre los secundarios llamó la atención el color, potencia y atractivo tímbrico del joven bajo polaco Krzysztof Bączyk (Poznan, 1990), como Giorgio Talbot. Polonia hace años que tiene toda una cantera de cantantes que están presentes en los mejores teatros de Europa, y Bączyk es un buen ejemplo de ello. Compatriota de Bączyk, el también polaco Simon Mechlinski (Poznan, 1992), fue un Lord Cecil de vocalidad robusta, algo rudo en la emisión pero de sonido siempre compacto y sonoro. Completó el reparto una segura e irreprochable Mercedes Gancedo como Anna Kennedy, dama de compañía de Maria Stuarda.
La batuta de José Miguel Pérez Sierra incidió en el estilo belcantista de la partitura, sobre todo a favor del seguimiento de los cantantes en sus arias, aunque menos en los finales de escena y actos o en el sexteto y su llamativa stretta. Dibujó el gesto con unos tempi heredados de Rossini, como dejó patente en la obertura, pero le faltó la nobleza que Donizetti otorga a su ópera. Su tendencia al sonido en forte de la orquesta, demasiado ruidosa al final de ópera, empañó un trabajo por lo demás honesto, con atención al fraseo orquestal pero con tendencia a revivir el Verdi futuro, más cerca a veces de un venidero Don Carlos. Entre la chispa de Rossini y la potencia verdiana, se echo en falta la sutilidad orquestal de Donizetti, un autor a menudo menospreciado entre el genio de Pésaro y el aura vocal del sutil Bellini.
La producción de David McVicar es vistosa dentro de su sobriedad. El vestuario cobra el protagonismo justo, pese a la práctica ausencia de escenografía, centrado el juego de luces y sombras en un tenebrismo muy teatral que sin embargo quedó algo escueto a nivel dramático. Las metáforas al poder, en paredes de fondo o símbolos reales fueron bastante triviales y quedó como mejor muestra de la escuela teatral británica el trabajo actoral de los protagonistas y su devenir escénico.
Fotos: © Javier del Real