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Perderse entre idiomas

05/03/2025. Bilbao. Teatro Arriaga: Exodus, de Jon Sáenz. Coro Akelarre Abesbatza, Lander Otaola (actor) y Ensemble Sua. Dirección de escena: Marta Eguilior. Dirección musical: Ane Legarreta. 

En el panfleto general de la programación del Teatro Arriaga de la temporada 2024/2025 no apareceanunciada Exodus, una ópera experimental que, intuyo, se ha incorporado a la propuesta del teatro con posterioridad a la presentación general. En cuanto tuve conocimiento de la propuesta no pude sino alegrarme por lo que supone de refrescar el exiguo patrimonio lírico vasco además de aportar una propuesta que se denomina en su misma definición como experimental. Así pues, se nos presentaba en un Arriaga con la platea y el primer piso llenos a reventar un espectáculo novedoso que ni siquiera intentaba acercarse a la definición más clásica del concepto ópera. Jon Sáenz es el autor de la música y teniendo en cuenta que su experiencia se centra, especialmente, en el mundo coral, no puede extrañar que su propuesta sea tan original que no haya ningún solista vocal y que el peso absoluto del canto esté en manos, en las gargantas, de la masa coral bilbaína Akelarre Abesbatza (Coro Akelarre), que se presentó con unas 35 voces.

El argumento de la ópera, copiándolo del programa de mano, es el siguiente: Exodus presenta una humanidad devastada por los errores del pasado, un mundo arrasado por los excesos y los abusos. Lo llamados degradados son los humanos supervivientes que se nos presentan sin rostro, uniformados y es este el papel que encarna la masa coral. Súbitamente los degradados comenzarán a sentir nuevas sensaciones, que les llevará al descontrol pero también a tener personalidad propia a través de recuperar el rostro. Los degradados parecen encaminarse hacia la libertad.

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La música de Jon Saénz es muy interesante. Bebe de distintas fuentes: por momentos parece retrotraernos a la música repetitiva; en otros, utiliza al coro como conjunto de unidades dramáticas en los que se multiplican las voces sin perder la unidad. El coro ha de cantar dentro y fuera del escenario y además susurra, grita, jadea e incluso en la escena final asume la postura típica orfeonística para abordarla con partitura incluida. Las exigencias técnicas del compositor no son pocas; uno, desde su limitada experiencia coral solo puede asumir que han sido muchos los ensayos y las complicaciones a superar por las exigencias de la partitura y Akelarre Abesbatza supo estar a la altura. Quizás un punto mayor de empaste en la escena primera, hecha desde el pasillo central de platea, no hubiera estado  de más pero su intervención es digna de reconocimiento.

El otro elemento fundamental es Lander Otaola, actor, que es quien encauza y explica las situaciones que vivimos desde nuestra butaca. Otaola tiene, además de declamar, gritar, imprecar, suplicar y dirigirse al público y lo hace con mucha disciplina y convicción. Eso sí, el texto a recitar, obra de Hegoa Álvarez, es alambicado, críptico y demasiado abstracto. Tales características obligan al oyente a interpretar de forma bastante libre los apuntados errores del pasado, las razones y consecuencias de ellos. En mi modesta opinión se abusa de la oscuridad del texto.

El Ensemble Sua estuvo en la parte trasera del escenario y casi siempre en penumbra y pude contar diez músicos, sobre todo de cuerda que fueron protagonistas de la segunda parte de la obra. Tanto a este grupo de cámara como al coro los dirigió de forma ejemplar Ane Legarreta, que nos deja muy buena impresión por lo acertado, claro y musical del gesto. Quizás el elemento musicalmente más interesante de la noche.

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La puesta en escena de Marta Eguilior nos presenta un mundo metálico, oscuro y desapacible. Mueve al coro por el teatro y en el único punto de color –quizás de esperanza- es el que apareció en el escenario con un amarillo propio del sol al amanecer que lo inunda. En otros momentos, sobre todo al inicio,  desde el escenario se nos atacaba con focos apuntados al espectador, como si se buscara nuestra incomodidad. Eso sí, me queda la duda de la resolución de la ópera con su última escena. ¿Terminó la obra cuando los primeros aplausos y se añadió un postizo final o, sin embargo, ese postizo estaba diseñado? Porque de ser así la sensación de emoción interruptus fue excesiva.

En lo que discrepo de forma absoluta con el planteamiento de la ópera es en el tema lingüístico. El Teatro Arriaga anunciaba una ópera experimental en euskera y así acudimos varios cientos de espectadores y tras pasar los primeros veinte minutos en euskera, de repente pasamos a intercalar euskera y castellano, terminando en el colmo del posmodernismo imperante al decir las mismas frases en los dos idiomas. Ni que estuviéramos ante un documento oficial de la Consejería de Cultura del Gobierno Vasco. ¿No se puede hacer a estas alturas una obra exclusivamente en euskera? Por supuesto. ¿Podría haberse hecho Exodus en castellano? Por supuesto. Lo que no entiendo es que asumamos como natural este bilingüismo antinatural y forzado pero eso sí, muy “políticamente” correcto. No puedo negar que en este aspecto mi decepción fue enorme. La compañía bien podría haber hecho lo que tantas y tantas teatrales hacen en estas tierras: una versión para cada idioma. ¡En fin!

En cualquier caso, bienvenida sea la propuesta y deseo que tengan la oportunidad de que otros teatros puedan disfrutar de este espectáculo. Porque cuesta entender que tanto trabajo de todos los implicados comience y termine en este 5 de marzo. Más lógico sería que, de existir una mínima coordinación entre teatros vascos este espectáculo pudiera verse en el futuro en otras ciudades.

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Fotos: E. Moreno Esquibel / Teatro Arriaga