Reflejo de una época cercana

Bilbao. 22/06/2024. Teatro Arriaga. Juan Carlos Pérez: Saturraran. Andrea Jiménez (soprano, Ane), Marifé Nogales (mezzosoprano, Luna), Botond Odor (tenor, Miguel), Elías Arranz (barítono, José), José Manuel Díaz (bajo, Tartaro) y otros. Sociedad Coral de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Dirección escénica: Lucía Astigarraga. Dirección musical: Jon Malaxetxebarria.

El significado de los nombres

En ocasiones, por aquello del localismo, conviene explicar previamente algunos nombres que, pudiendo ser populares en la cercanía son ignotos desde la lejanía. Saturraran es una playa situada en el municipio guipuzcoano de Mutriku, casi en la frontera con Bizkaia, y que en mi juventud era sinónimo de cierta rebeldía y libertad porque en aquel País Vasco de la transición era la única con zona nudista que podíamos siquiera otear por la zona. Saturraran es, además, un nombre relevante en la historia del País Vasco porque durante los primeros años del franquismo allá se estableció la cárcel del mismo nombre, centro penitenciario para mujeres y cuya fama trascendió por su extrema dureza. Tal centro se cerró en 1944. En su momento se hizo una película, Izarren argia (La luz de las estrellas) que narraba con cierta crudeza aquella época.

Otro nombre a valorar es el de Kirmen Uribe (1970), libretista de la ópera y uno de los escritores más relevantes en lengua vasca y, por si a alguien le sirve esta referencia, Premio Nacional de Literatura en narrativa en el año 2009. Residente en Nueva York, es una de las figuras más importantes tanto de la literatura como de la cultura vasca y participante en muchos proyectos colectivos tanto con músicos como con artistas de otras disciplinas.

Finalmente hay que mencionar a Juan Carlos Pérez (1958). Los que peinamos canas unimos, inexorablemente, su nombre al de Itoiz, grupo folk-pop de los 80 que, literalmente, arrasó en las fiestas, verbenas y conciertos de la época hasta convertirse en un icono de la música popular vasca. Su líder y vocalista es el compositor de la ópera que nos trae hoy estas líneas; y tengo el convencimiento de que gran parte del público se ha acercado, sobre todo, atraído por conocer la propuesta clásica de un referente de otras músicas en otras épocas. Eso sí, reconozcamos que Juan Carlos Pérez ya lleva unos años ofreciéndonos distintas obras que pueden insertarse en lo que comúnmente conocemos como música clásica.

La playa de Saturraran está entre los pueblos de Mutriku y Ondarroa; Uribe nació en Ondarroa y Pérez es de Mutriku así que nos movemos en apenas cuatro o cinco kilómetros. Itoiz fue un icono de los 80. Así, ya tenemos mínimamente ordenados todos los elementos de esta ópera, estrenada el jueves pasado en el Teatro Arriaga y que supone una aportación más que interesante al limitado patrimonio lírico vasco en euskera.

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La función

El Teatro Arriaga presentaba una entrada magnífica. Lo cierto es que el despliegue de y en los medios de comunicación locales había sido extraordinario y minutos antes de comenzar la representación se percibía en la plaza del teatro un tipo de público distinto al que, por ejemplo, acude a una función de abono de la ABAO. No tengo más que sensaciones pero creo firmemente que una parte significativa de la audiencia era neófita en eso de vivir la experiencia de una ópera. Se advertía en los atuendos, se escuchaba en las conversaciones previas y se palpó de forma clara al final de la representación.

El mero hecho de que la gestión del Arriaga haya apostado por este proyecto ya merece mi más absoluto reconocimiento. No hace falta ser un genio ni un profeta para deducir que si la propia melomanía vasca no cuida nuestro patrimonio lírico difícilmente lo hará alguien más. Saturraran es un nuevo título que añadir al mismo y su argumento tenía muchos elementos de interés, sobre todo para quienes ya vivimos en la sesentena. Y ello porque vivimos en primera persona la transición política, la época dura, muy dura, de la heroína en las calles y entre nuestra juventud y la enorme convulsión política que se vivió en aquellos años. Saturraran nos coloca en este contexto a través del amor entre dos mujeres que, rechazadas por el pueblo, buscarán refugio en la heroína hasta llegar a la muerte. Una historia que nos toca de cerca y que nos hace recordar muchos casos similares.

Kirmen Uribe nos plantea un libreto denso, creo que excesivamente denso. Es muy difícil tratar de abarcar tantas problemáticas en apenas noventa minutos de música y quizás el texto peca de pretencioso en su deseo de resumir lo sexual, lo político, lo social y lo familiar en una sola obra y la consecuencia es un texto prolijo y un libreto que resulta excesivo. Por poner un ejemplo, en la britteniana escena del acoso social a la pareja de lesbianas, ¿es necesario subrayar que el rechazo social existe porque ellas son diferentes? Es decir, ¿es necesario decirlo todo para que el público lo entienda?

Juan Carlos Pérez, en esta su primera ópera, nos muestra una música ecléctica que suena ora tenebrista ora efectista. La presencia de la percusión es notable así como los metales, con pasajes rotundos de solista para la tuba, en ese deseo de subrayar la tragedia que se avecina. La vocalidad es bastante central: ni Ane, la soprano protagonista, tiene una tesitura aguda ni existe un papel de bajo solvente. La propuesta de Pérez se mueve en una especie de recitativo continuo, con líneas melódicas que se repiten continuamente y con un lenguaje musical relativamente convencional para la voz, más radical para la orquesta, sin que ello sea obstáculo para la introducción de algunos fragmentos de cantos populares vascos muy conocidos.

Para el auditorio menos habituado al lenguaje y las convencionalidades operísticas es posible que haya sido sorprendente la propuesta de Pérez; quienes esperaban las melodías “fáciles” del compositor de folk de antaño se habrán quedado fuera de juego. Quienes pecamos de curiosos por y para entender la música clásica contemporánea quizás entendemos que su eclecticismo produce cierta desazón, por no vislumbrar una apuesta decidida. No tengo la menor duda de que nuevas escuchas nos ayudarían a entender mejor la posible última intención del compositor.

La propuesta escénica de Lucía Astigarraga me produjo cierta decepción. Dos escaleras metálicas movidas según las circunstancias eran las que creaban los espacios y, en este sentido, uno tiene la impresión de haber vivido tal solución demasiadas veces. Predominio de los tonos oscuros y, eso sí, algunas buenas soluciones. La escena del barco se solventó adecuadamente con la estructura colgada y en movimiento continuo, que a mí me produjo cierto mareo solo de imaginarme allá arriba.  Buena la idea de la pintada con el texto en euskera que decía Quienes te venden la heroína te quitan la libertad, creando el único momento “político” de la velada. Aún recuerdo pintadas similares en mi pueblo por aquellos años. También me pareció acertado, por lo contundente, el uso de la bola de destrucción de edificios para simbolizar la destrucción de la vida cotidiana de una familia y, por ende, de todo un pueblo a través de la masiva entrada de droga. En consecuencia, frente a momentos acertados, otros de carácter más rutinario.

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Terminamos con el aspecto vocal, que en términos generales podemos considerar acertada. El gran protagonismo recae en Andrea Jiménez, soprano navarra que tuvo que hacer frente al papel de Ane, joven huérfana de madre y con padre arrantzale (pescador), es decir, joven que está muchas veces sola o en compañía de Maritxu, una especie de tía adoptiva. Novia de un joven del pueblo, en realidad no está enamorada y Luna, una andaluza que aparecerá en el pueblo, le pondrá la vida patas arriba por su carácter abierto y su espontaneidad. Su tesitura es bastante central y sus accesos a la franja aguda hubieron de ser en forte. Sin embargo, dio consistencia y credibilidad al personaje, bien trabajado en lo actoral. La mencionada Luna fue representada por la guipuzcoana Marifé Nogales y creó un personaje muy solvente en lo vocal y actoral. Quizás el proceso de enamoramiento entre ellas fue demasiado casto pero nos lo terminamos creyendo.

Elías Arranz es el padre de Ane. Pescador, anclado en una visión tradicional de la vida, acabará echando de casa a su hija una vez compruebe lo cierto de su relación lésbica. Una voz grande, muy adecuada para dar empaque a un personaje duro en su trabajo y desgarrado por las circunstancias ante la muerte de su hija. El malo de la película es José Manuel Díaz en su papel de Tartaro, el dueño de los barcos, presentado con pinta de mafioso de puerto que se asemejaba más a la de los franquistas tras la guerra civil que a un empresario de la década de los 80 del siglo pasado. Una voz con la autoridad suficiente para hacernos creer que su maldad  y sus fobias no tienen límites.

En el resto de los papeles, bastante cortos la mayoría, destacó el húngaro Botond Ódor como Miguel, el marinero compañero y amigo de José, con voz más que suficiente y la veterana mezzo vizcaína Itxaro Mentxaka, la voz mejor proyectada y con la mejor pronunciación de la noche –junto a Aitor Garitano-, con diferencia, consiguiendo en las pocas frases de su personaje darle un realce sorprendente. Muy bien Aitor Garitano e Iñigo Fernández en sus breves papeles aunque ese cura con anillo a besar me parecía –otra vez- más propio de la década de los 40 que de una escena cuarenta años después.

La Sociedad Coral de Bilbao no es una entidad habituada a la escena y ello se notó demasiado. Movimientos mecánicos como el trasvase de cajas en el puerto y tendencia a la formación en modo orfeón a la mínima oportunidad. Ellas me gustaron mucho más que ellos, a los que advertí falta de empaste, sobre todo en la escena final. Jon Malaxetxebarria dirigió a la Orquesta Sinfónica de Bilbao con convicción. Nos ha transmitido el creer en la ópera y ha estrujado todas sus interioridades para hacérnosla digerible a pesar de su/s estética/s de tono vanguardista. Por cierto, parte de la plantilla de la orquesta reivindicaban sus derechos laborales en una concentración realizada frente al teatro minutos antes del inicio de la representación. 

La respuesta popular fue relevante aunque no clamorosa. Creo que parte del público esperaba otra cosa, quizás algo más “accesible”. Los saludos fueron relativamente efusivos aunque hubiera sido de agradecer que, por aquello de estar ante una ópera de estreno, no siguiéramos con costumbres tan rancias como que la soprano saque al director -¡ambos tan jóvenes!- a saludar, a modo de servidumbre. ¿No sabemos salir solos, como el resto?

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Y ahora, ¿qué?

Siempre que se produce un estreno operístico nos sacude la misma pregunta: ¿cuál será el futuro del título? Soy consciente de que no dispondremos de la perspectiva suficiente para saber del futuro de Saturraran pero considero imprescindible que este título, a pesar de sus debilidades, tenga un cierto recorrido, al menos en las inmediaciones. Es de agradecer que tengamos un nuevo título operístico en euskera y de la misma forma que aquí podemos escuchar títulos en cualquier idioma, ¿por qué no soñar con que títulos en euskera se puedan escenificar en teatros fuera de estas tierras? Por cierto, y hablando de idiomas, me parece sorprendente, negativamente sorprendente, que en las tres pantallas colocadas por el teatro para la traducción simultánea en euskara, castellano e inglés la pantalla central la ocupe la única lengua de las tres no oficial en esta comunidad.

Fotos: © E. Moreno Esquibel