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Un debut afinado 

Barcelona. 26/03/25. Palau de la Música Catalana. Obras de Bach y Mozart. Franz Schubert Filharmonia. Alexandra Soumm, violín. Ton Koopman, director. 

¿Qué sería del movimiento historicista musical sin Países Bajos, y muy concretamente, sin el Conservatorio de la Haya? A estas alturas, no hace falta añadir mucho más a esa pregunta retórica, pero lo que está claro es que siempre es una ocasión especial cuando una de esas eminencias está de visita.  La de Ton Koopman al Palau de la Música Catalana se consumó con una cálida y concurrida acogida por parte de un público que, ante la generosa oferta musical adscrita al Festival Ciutat de Clàssica, escogió con entusiasmo una de las propuestas más especiales de la temporada. 

El programa se centró en Bach, con la Suite orquestal nº3, el Concierto para violín en mi mayor, y el Concierto para violín en sol menor, con la violinista rusa (crecida en Francia) Alexandra Soumm, rematando con La Júpiter de Mozart. En una reciente entrevista con el director de Platea Magazine, el neerlandés remarcó las buenas impresiones que le transmite trabajar con una orquesta como la Franz Schubert Filharmonia, destacado “el talento de proximidad” del que se nutre la formación de iniciativa privada, con base en El Vendrell, así como en general, el alto compromiso musical de las formaciones de nuestro país. En su regreso a España, Koopman, a sus ochenta años, ha dado una buena muestra de vitalidad, con su habitual estilo cercano y una carismática humildad, que fue bien recibida por los asistentes que abarrotaron el templo modernista el pasado lunes.

Aunque obviamente desde un enfoque contemporáneo –es decir, sin instrumentos antiguos, y sin temperamento “historicista”, (en este caso, al parecer a petición de Koopman, afinando a 440 Hz en lugar de 442)–, el conjunto se desenvolvió bien en este íntimo formato de orquesta de cámara, ideal para la interpretación de Bach, y aunque el clavecín no suela ser uno de los habituales en la plantilla, el conjunto demostró estar habituado al repertorio dieciochesco, manteniendo a raya el vibrato excesivo y otros anacronismos, con una percusión, eso sí, bastante generosa en los redobles. 

Con Koopman, en su estilo, digamos, no “académico”, no por ellos menos efectivo ni transparente, la suite de Bach se desarrolló con naturalidad, bien equilibrada, y con el protagonismo polifónico bien administrado. Su mujer, Tini Mahot articuló desde el teclado un continuo bien integrado en el conjunto, resultando especialmente evocadora la célebre Aria “de Bach” que pareció sorprender a muchos oyentes, lenta y calmada, como debe ser, pero no empalagosa. Las últimas danzas, destacando la Gigue, cerraron con ligereza el primer entrante, aliviando a los aplaudidores más incontinentes. 

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De blanco brillante hizo escena la elegante figura de Alexandra Soumm, con su Gioffredo Cappa de 1700; una elegancia que, por supuesto, vino acompañada de técnica y sensibilidad musical, recorriendo dos de las más interesantes obras para violín y orquesta del genio de Leipzig. En su regreso al Palau, se reencontró con la FSF y evidenció la buena sintonía a tres partes, especialmente, con Koopman, quien no perdió de vista a la joven durante las breves pausas temáticas.  

La joven, firmó un Allegro sin fisuras, y superó las acrobacias –nada desdeñables– sin perder la sonrisa, bien concentrada para cumplir con su cadenza, decorando la recapitulación con adornos idiomáticos. En el cambio de carácter del segundo tiempo, la rusa expuso su mejor sensibilidad al servicio de una música que canta por sí sola, aunque alguien deba hacerla cantar, con trinos y otros adornos nuevamente bien ejecutados. Tras el Allegro assai que cierra el concierto, Suomm subió la apuesta con el siguiente, afrontando pasajes, si cabe, más complicados e intensos, saliendo prácticamente airosa de todos, y ofreciendo un espectacular final en el primer movimiento, y no menos lo fue el Presto final que cerró el concierto, con Koopman enfatizando la elegancia de los finales de frase. Tras un simpático discurso, ofreció un frenético bis contemporáneo, una pieza llamada Désaccords dedicada a ella y compuesta por su pareja, el compositor belga Emile Daems, la cual que suposo un rico contraste (y despliegue) de técnicas, basado en dos “gestos musicales”, –uno horizontal y el otro vertical– rematando con un bariolage de varias posiciones.

La lectura de la última sinfonía de Mozart de Koopman fue ciertamente interesante, enfatizando, a caballo entre la cámara y el sonido orquestal, los matices dinámicos de la partitura, con la rimbombancia justa, y sin exagerar contrastes. En el segundo movimiento, el maestro mantuvo al latón controlado, que tan fácilmente pude desequilibrar el sutil equilibrio de texturas. Tras un tercer movimiento ligero de tempo, violines y violas sacaron su mejor antebrazo para las últimas escalas del Molto allegro, del que destacó la fuga, que cerró una velada realmente memorable.