Miedo al miedo
Santander. 29/03/2025. Palacio de Festivales. Francis Poulenc: Dialogues des carmélites. Maite Alberola (soprano, Blanche de la Force), Eglé Wyss (mezzosoprano, madre Marie de L’Incarnation), Alejandro del Cerro (tenor, caballero de la Force), Mar Morán (soprano, sor Constance), Pablo Ruiz (bajo, marqués de la Force), Ana Ibarra (mezzosoprano, madame de Croissy), Jessica Stavros (soprano, madame Lidoine) y otros. Orquesta Oviedo Filarmonía. Coro Joven de Santander y Coro Lírico de Cantabria. Dirección escénica: Francisco López. Dirección musical: Pedro Halffter.
Creo sinceramente que es de justicia comenzar esta reseña correspondiente a la segunda función de este título, programada en el santanderino Palacio de Festivales apuntando que tiene un mérito enorme que, siendo como es el único título operístico escenificado que se oirá en este recinto durante este curso cultural haya sido precisamente Dialogues des carmélites, de Poulenc y no la enésima versión de –entiéndase que se hace con todo el respeto imaginable- L’elisir d’amore o Aida. Amigos cántabros me señalaban su primera estupefacción al saber que su ciudad apostaba por una de las óperas más hermosas y significativas del siglo XX, huyendo siquiera testimonialmente del tantas veces mencionado fenómeno del sota, caballo y rey. Eso sí, tal osadía se paga y ello se concreta en un palacio que apenas estaba ocupado en un 50 %. Una pena, acrecentada porque al final de la representación todos teníamos la constancia de que habíamos vivido una noche notable y muchos, sin embargo, por eso de la vagancia intelectual que abruma a tanto aficionado de pacotilla, se la habían perdido. Y supongo que quienes, en buena lógica, tienen que mirar hasta el último euro de cualquier proyecto cultural puede que se hayan arrepentido y piensen en volver el año que viene al fenómeno antes aludido. Así nos va.
He dicho notable que no sobresaliente porque hubo algunas pequeñas fallas en una velada que, nunca me cansaré de insistir, solo me obliga a ser agradecido. Y aquí tengo que hacer una mención a la propuesta de escena y dramática de Francisco López, al que se le podría decir eso de que quien mucho quiere abarcar acaba apretando más bien poco. Dialogues des carmélites es una ópera sobrada de emoción, sí; pero además su libreto, magnífico, hay que ir leyéndolo por lo que tiene de carga teológica, política y social. No hace falta que venga nadie a vendernos las ideas fuerza, en esa especie de paternalismo postmoderno en el que conviene subrayar –como si la música y el libreto no fueran suficientes para ello- de qué va la historia. Y por si no queda claro, confundimos al personal con imágenes de Hitler y Stalin para que quede claro que nos quedamos en ese ¿inexistente? punto intermedio, aparentemente perfecto, y que solo esconde equidistancia acomodaticia.
Si se afirma –como se hace en el programa de mano- que esta ópera aparentemente religiosa podría interesar a un no creyente –cosa radicalmente cierta- y si se quiere profundizar en el contexto histórico y político de lo sucedido en Francia en 1789 y años siguientes, hagámoslo. Si queremos llegar hasta la invasión nazi de la misma Francia luego dividida entre la de Petain y la de Charles de Gaulle, hagámoslo pero otras consideraciones son muy difíciles de entender. No termino de entender porque no hay ni una sola mención a los siglos de Antiguo Régimen con el papel dominante de la iglesia y si queremos apelar a las dictaduras no nos hace falta para ello viajar hasta Moscú y podemos mencionar al general que nos gobernó durante casi cuarenta años. Pero es más fácil si lo hacemos con lo de fuera más que con lo de casa.
Eso sí, reconozcamos que la propuesta escénica, en su pulcra austeridad, está a la altura de esta maravillosa ópera. Para emocionarse no hace falta nada más que un mínimo atrezzo y un grupo de cantantes implicados. Y en Santander los tuvimos, por suerte. Hay gente, incluso algunos que se autodefinen como grandes aficionados que desprecian los repartos de casa y buscan en apellidos rimbombantes lo que solo se consigue si hay arte, técnica y disposición, tenga uno apellido eslavo o castellano viejo.
Maite Alberola ha sido una Blanche de la Force de una pieza; quizás algo densa para transmitir la inocencia y juventud de la noble que llega precipitada al convento pero vocalmente poco se le puede reprochar. Su mejor amiga, sor Constance, estuvo muy bien interpretada por una Mar Morán que nos regaló frases de auténtica delicia en su primer diálogo con Blanche. Entre las monjas con responsabilidad es de justicia subrayar el papel de la lituana Eglé Wyss, con diferencia la mejor voz de la noche: oscura, densa, muy bien proyectada y construyendo una madre María de la Encarnación a un nivel superior. Un punto por debajo la greco-estadounidense Jessica Stavros como Madame Lidoine, débil, sin terminar de trazar su papel, la de recién llegada y que tiene que hacer frente a la detención y ejecución de su rebaño. Siempre he admirado a Ana Ibarra que acepto no sea mediáticamente una estrella fulgurante pero a la que no le recuerdo una mala noche. Quizás algo justa en los graves pero su madame Croissy fue torturada, doliente y emotiva, como tiene que ser. Todo el resto de coralistas estuvieron sobresalientes tanto vocal como actoralmente narrándonos la vida cotidiana del convento y en las que aportaron sus frases Beatriz Lanza y Sara Castrillo.
Alejandro del Cerro rompió con el tenor habitual en el papel del caballero de la Force; ¿puede acusarse a alguien de enseñar demasiada voz? La tradición nos habla de tenores ligeros y del Cerro enseñó una voz poderosa aunque trató de matizar a través de medias voces y falsetones. Notable, así como su padre, Pablo Ruiz, noble y cariñoso, vocalmente sólido. Todo el resto de cantantes, a saber, Juan Antonio Sanabria –un lujo como capellán- José Manuel Montero- idóneamente ladino- Juan Laborería –contundente en la lectura de la sentencia- Pablo López y Cesar Marañón–correctos- no desentonó en absoluto y ayudó a llevar a buen puerto una nave tan poderosa.
Otra de las columnas de la velada fue la labor de Pedro Halffter. Esta ópera es un crescendo emotivo que Halffter construyó con atención y disciplina y creo que fueron de justicia los aplausos que recibió al final. Su éxito fue posible porque la Orquesta Oviedo Filarmonía supo responder a sus exigencias a pesar de puntuales desajustes, así como las dos agrupaciones corales, el Coro Joven de Santander y el Coro Lírico de Cantabria.
Hay quien, en su reduccionismo, -se lo llegué a escuchar a un aficionado en las puertas del teatro, poco antes de iniciarse la función- simplifica esta obra a su célebre escena final. No, Dialogues des carmelites es mucho más que diez minutos llorando a moco tendido; es uno de los ejemplos más hermosos de la evolución de este arte que llamamos ópera tras los desastres de la Segunda Guerra Mundial, en plena Guerra Fría. Eso sí, me sorprendió que se decidiera eliminar la escena justo anterior a la mencionada, esa en la que el motor del drama, María de la Encarnación, recibe la noticia de que sobrevivirá a la ejecución para reorganizar la orden del Carmelo tras el martirio de sus compañeras. Incomprensible, más aun teniendo en cuenta que apenas son unos pocos minutos. Tampoco parece una decisión acertada el ofrecer los dos primeros actos sin solución de continuidad aunque entiendo la división última ofrecida entre la vida monacal ordinaria y la vivida en plena revolución.
Agradecido queda quien estas líneas firma al Palacio de Festivales y al diseñador de la temporada cultural por traernos un título harto infrecuente lejos de los grandes teatros Eso sí, este agradecimiento hay que prolongarlo para que llegue hasta Jerez de la Frontera y Málaga, los teatros que han coproducido este título. Y a los “aficionados” que no fueron al teatro, pierdan por favor el miedo, el miedo al miedo.
Fotos: © SRECD | Miguel de Arriba