Tres actos como siete colinas
Roma. 09/12/2016. Ópera de Roma. Wagner: Tristan und Isolde. Andreas Schager (Tristan), Rachel Nichols (Isolde), John Relyea (Marke), Michelle Breedt (Brangäne), Brett Polegato (Kurwenal), Andrew Rees (Melot) y otros. Dir. de escena: Pierre Audi. Dir. musical: Daniele Gatti.
Llegaba a la Ópera de Roma la coproducción de Tristán e Isolda estrenada hace unos meses en el Teatro de los Campos Elíseos de París y a cargo de Pierre Audi y Daniele Gatti, un trabajo que está previsto llevar también a la Dutch Opera de Amsterdam próximamente (Gatti es allí director artístico y Gatti está ahora al frente de la Royal Concertgebouw Orchestra).
Desde el foso de la Ópera de Roma, Daniele Gatti firma un Tristan bellísimo y de extraordinaria fuerza dramática. Transparente y nítido, con una capacidad extraordinaria para definir planos y subrayar texturas, su Tristan consigue exponer una voluptuosidad y una tragedia que no abruman sino que subyugan. De suma calidez, su Tristan es más un trasunto de miradas que de carnalidad evidente. La concupiscencia es aquí trascendente y se mueve entre vapores, sedas y desgarros. Con un impulso dinámico sobresaliente, Gatti imprime una inercia propia a la representación, con una tensión sumamente narrativa, habiendo de hecho mucha más dramaturgia en su batuta que la propia propuesta escénica.
No es menos cierto que la orquesta de la Ópera de Roma, poco acostumbrada a vérselas con el repertorio alemán, sigue las intenciones de Gatti con cierta fatiga y con evidentes limitaciones, sin ofrecer por descontado un color genuino y sin plegarse por entero a la voluntad de su batuta. A buen seguro tuvo más fortuna la versión que el mismo director ofreció en París, allí con la que ha sido su orquesta durante años, la Nacional de Francia, y sucederá lo mismo con la que pueda ofrecer en Amsterdam, en ese caso con la orquesta del Concertgebouw. En todo caso, Gatti se confirma como un wagneriano de primera, algo que ya había acreditado con su Parsifal en Bayreuth durante varios años.
La propuesta escénica de Pierre Audi parece dudar por momentos entre el ser y la nada y finalmente se queda, qué sorpresa, en nada. Terrible abulia y ausencia total de ideas, con una dramaturgia que tiende a cero y una realización escénica que suscita suma pereza. Unos paneles que no paran de moverse y generar “espacios” en el primer acto; una suerte de playa con unos supuestos huesos de ballenas en el segundo; y un “espacio” poético y casi vacío de afanes trascendentes para el tercero. Lo dicho: la nada. La dirección de actores parece confiar casi todo al propio afán de los intérpretes, que no son la quintaesencia de la teatralidad en este caso. Y en conjunto la función se sostiene, en fin, no por lo que sucede en escena sino porque lo que pasa en el foso.
Andreas Schager lo tiene todo para ser un Tristan de órdago, sobre todo unos medios excepcionales, aunque no así de momento la inteligencia para dosificarse y llegar entero al final de la representación. Cuántas veces hemos criticado a un tenor que se guarde en demasía durante los dos primeros actos de Tristan, con la única finalidad de llegar con fuerzas al infernal tercer acto. Pues bien, Schager peca de todo lo contrario, entregándose sin freno desde el primer minuto, con cierta tendencia a cantar en forte e insistiendo en un estilo al que faltan matices y una gama de intensidades sin duda más elaborada. Los medios, insisto, son soberbios: quizá una de las pocas voces de heldentenor de natura que se pueden escuchar hoy en día y desde hace bastantes años. Una voz grande, bien timbrada, de atractivo color y con la dosis justa de metal. De un tiempo a esta parte parece que Schager se consolida como una opción preferente para estos roles, alternando en su agenda Tannhäuser, Siegfried, Tristan o Parsifal, papel que tiene previsto interpretar en Bayreuth los dos próximos años y que ya ha cantado en Berlín con Daniel Barenboim. Schager tiene los medios para ser un tenor con mayúsculas; sólo le falta medir sus fuerzas para no morir en el intento. En este Tristan que nos ocupa terminó prácticamente afónico, agotadas las fuerzas de su instrumento en mitad del monólogo del tercer acto.
Rachel Nicholls no es una Isolda memorable aunque salva con creces el compromiso. Voz muy metálica, agria por momentos, no es una intérprete magnética y su instrumento no anda sobrado en los extremos. Como actriz se antoja algo insípida y recrea de hecho una Isolda un tanto frígida. Cantó ya el papel con Gatti en París y es cierto que, en su conjunto, resuelve la parte de Isolda con relativa comodidad. La voz corre y tiene la sonoridad requerida, pero no hay un personaje más allá de las notas, con un fraseo que no despunta y sin la menor química con su partenaire, Schager en este caso.
Poco ofrece ya Michelle Breedt, aquí una vez más como Brangäne, quizá el rol que más ha interpretado a lo largo de su ya dilatada trayectoria. Quedan el oficio y la entrega, pero el instrumento acusa sin clemencia el paso del tiempo. Su voz y la de Nichols, por cierto, no guardaban el requerido contraste, con un color casi idéntico. El rey Marke de John Relyea es más un comeniños furibundo que un personaje regio de carne y hueso, con las contradicciones propias del género humano. No invita a la compasión, desde luego, y tampoco suscita un odio incómodo. Simplemente está furioso, perpetuamente, como un ogro furibundo y no como un rey herido en su orgullo. El resto de voces, Brett Polegato como Kurwenal o Andrew Rees como Melot, entre otros, ofrecieron una prestación muy justa, casi grisácea.
La versión musical de Daniele Gatti salva con creces pues un Tristan que de no contar con él se habría precipitado irremediablemente en un abismo de tedio y mediocridad.