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Las Vanguardias del siglo XX

Aix-en-Provence, 7/07/2021. Théâtre Du Jeu De Paume. Eight songs for a mad king. Maxwell Davies. Johannes Martin Kränzle (un hombre). Ensemble Intercontemporain. Dirección escénica:Barrie Kosky. Dirección musical: Pierre Bleuse.

Aix-en-Provence, 7/07/2021. Théâtre Du Jeu De Paume. Kafka-Fragmente. Kurtág. Anna Prohaska, voz. Patricia Kopatchinskaja, violín.

Este año el Festival de Aix-en-Provence ha incluido en su programación dos obras de pequeño formato, unidas en una misma sesión sin intermedio, y que ha etiquetado como “Teatro musical”. Seguramente esta definición nos viene a aclarar de forma rápida cuál es la esencia del espectáculo presentado. Después de dirigir un exitoso y fabuloso Falstaff, el director del festival, Pierre Audi sugirió al director de escena Barrie Kosky que trabajara en una propuesta para futuras ediciones. La agenda de Kosky retrasaba bastante esta nueva colaboración y entonces surgió la idea de hacer un espectáculo de pequeño formato con, en principio una obra que había impactado al director australiano hacía años: las Ocho canciones para un rey loco de Peter Maxwell Davies. Después, por lo que se cuenta en el programa de mano, se pensó casi inmediatamente en otra breve pieza para voz femenina y violín basada en los diarios de Franz Kafka llamada Kafka-Fragmente compuesta por el compositor húngaro György Kurtág.  

El resultado que hemos podido disfrutar en el pequeño y coqueto Teatro del Jeu de Paume, no ha podido ser más sorprendente y brillante, recordándonos, si eso fuera necesario, la inmensa riqueza musical que atesora el siglo XX, en el que a partir de las llamadas “vanguardias” surgieron obras musicales completamente dispares, que exploran las posibilidades de los instrumentos o de la voz humana, como es el caso que nos ocupa, lo que permite llegar a límites insospechados y admirables que nos deja completamente anonadados en muchas ocasiones. Barrie Kosky, para mí uno de los directores más versátiles y extraordinarios del panorama actual, consigue una vez más, y con unos medios intencionadamente mínimos, una producción bicéfala pero con muchos puntos en común (la iluminación, prodigiosa, sobre todo) que centra la atención en la esencia de cada una de las obras, a las que les da una personalidad propia, coherentemente humana y muy cercana al público con el que conecta desde el primer momento.

Ocho canciones para un rey loco fue estrenada en 1969 en Londres. Antes de seguir quería aclarar que no voy hablar de las biografías artísticas de los dos autores que nos ocupan porque harían esta crónica demasiado larga y al final un poco cansina. Solo significar que se trata de dos trayectorias impresionantes dentro de la literatura musical del siglo XX y de lo que llevamos del XXI (Davies murió en 2016 y Kurtág tiene 98 años). Por tanto, invito a los más curiosos o interesados a que busquen y exploren sobre la vida y obra de estos dos autores, seguro que no quedan decepcionados. Volviendo a la obra de Davies, esta se centra en la figura de Jorge III, rey de la casa Hannover (fue el primer rey de esta dinastía que habló completamente inglés relegando el alemán de la familia) que consiguió grandes logros para Inglaterra pero también perdió las colonias norteamericanas, y que al final de su vida sufrió una grave demencia que deterioró los últimos años de su reinado. El compositor británico nos presenta a un rey enajenado, empeñado en hacer cantar a sus pájaros domésticos, fantaseando con reinas inexistentes y sensuales, soñando con esos mundos que solo los locos entienden. Y lo hace exprimiendo literalmente la voz del barítono, cuerda elegida para la obra, y también experimentando con el reducido conjunto musical (se nos recuerda en el programa que son los mismos instrumentos que usó Arnold Schoenberg en su celebérrimo Pierrot Lunaire más la percusión) que en esta ocasión era el Ensemble Intercontemporain, estupendo, dirigido por Pierre Bleuse. Todos se sumergieron con ahínco y fuerza en la complicada partitura.

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El trabajo del barítono alemán Johannes Martin Kränzle solo se puede calificar de excepcional. Vestido simplemente con unos calzoncillos y el apoyo de la una caracterización mínima (uñas postizas en la mano derecha, ojo izquierdo pintado) Kränzle se enfrenta a toda la fuerza de la terrible escritura vocal de Davies que pasa del grito al susurro, del desgarro a sonidos guturales incomprensibles, de la voz baritonal más grave al falsete más agudo. Todo con una entrega absoluta y con un planteamiento actoral de Kosky que recalca todos los gestos propios de un loco. El libreto de Randolph Stow incide en temas conocidos de la vida del monarca: sus fantasías sexuales, su obsesión por la música y el canto, sus recuerdos de Hannover… Todo ello enmarcado en una música ecléctica, desconcertante a veces, sorprendente siempre y que juega con la tradición barroca inglesa, con Händel incluso, pero también con fragmentos que recuerdan al compositor contemporáneo de Davies Harrison Birtwistle sin olvidar el foxtrot y otras muchas influencias que configuran un todo que a primera vista puede parecer caótico (impactante el comienzo de la obra, por ejemplo), pero que cuadra perfectamente con todo lo narrado, con la historia de George III y con su locura. Extraordinaria obra, excepcional intérprete, magnífico director de escena. 

El título completo de Kafka-Fragmente, del compositor húngaro György Kurtág esCuarenta microvariaciones físicas y metafísicas sobre la marcha. Son fragmentos de los diarios de Franz Kafka, del que este año se celebra el centenario de su muerte,  y tienen una duración muy variable, de los veinte segundos a los siete minutos (la pieza más larga es la dedicada a otro grande de la composición, Pierre Boulez), pero predominan los aforismos, narraciones cortas, con pensamientos o reflexiones del escritor en su deambular por Praga. Compuestos para soprano y violín, exigen una máxima concentración y entrega por parte de ambos instrumentos. La cantante, en este caso una monumental Anna Prohaska, tiene que recurrir a todos sus recursos canoros y actorales para dar entidad a este conjunto de pequeñas piezas: tiene que pasar del lirismo al canto susurrado y de este al grito o a la risa, siempre en contínuo movimiento, gimiendo, jugando con la respiración… En fin, dándolo todo. Y Prohaska estuvo pletórica, sublime. La dirección de Kosky se basaba esencialmente en focos, en luces que caían directamente sobre la cantante que tan pronto rodaba por el suelo como saltaba o se acercaba a la violista para cantar cómplice con ella.

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¡Qué bien controla este repertorio Patricia Kopatchinskaja! Una virtuosa que ya nos deleitó en este mismo espacio hace unos años con una versión muy particular de Pierrot Lunaire. Aquí volvió a demostrar lo gran profesional que es. Las exigencias de Kurtág con el violín son también variadas y muchas veces extremas. Hay suaves melodías cantables pero también pizzicati, y la instrumentista tiene que sacar de su violín estridencias, chirridos o golpear las cuerdas con el arco. Un tour de force del que Kopatchinskaja sale triunfadora, interactuando desde su atril en un lado del escenario, tanto con la mirada como con el gesto con su compañera cantante. Un extraordinario trabajo que levantó al público al final de la representación. Todos se merecían este homenaje.

Fotos: © Monika Rittershaus