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Fragilidad y poesía

Barcelona. 08/12/24. Gran Teatre del Liceu. G. Puccini: Madama Butterfly. Ailyn Pérez (M. Butterfly). Celso Albelo (Pinkerton). Gerardo Bullón (Sharpless). Gemma Coma-Alabert (Suzuki). Pablo García-López (Goro). Carlos Cosías (Yamadori). David Lagares (Bonzo). Montserrat Seró (Kate Pinkerton) y otros. Moshe Leiser & Patrice Caurier, dirección de escena. Paolo Bortolameolli, dirección musical.

El Liceu de Barcelona finaliza el año del centenario de la muerte de Puccini con la cuarta reposición de su ópera más emotiva. El propio compositor la consideraba su mejor retrato femenino de todos, el más complejo, donde la fragilidad de una geisha de quince años se transforma en la fortaleza de una mujer de dieciocho, madre, desengañada y con un sentido de la dignidad y el honor propia de la milenaria tradición japonesa.

Para cualquier soprano lírica que se precie es un rol que al afrontarlo puede suponer un antes y un después. Un papel que marca carrera y una ópera donde no existe otro personaje más protagonista y paradigmático por el que toda la ópera bebe y se recrea en ella.  Ha sido la ópera con la que ha debutado en el Liceu la soprano estadounidense, de padres mexicanos, Ailyn Pérez, y no ha podido ser un debut más emocionante y completo.

Pérez supo contrastar la fragilidad vocal del personaje, su delicada adolescencia y fortaleza de convicción en un amor que en realidad es un espejismo y del que ella se nutre, se fortalece y finalmente se suicida. Ailyn se encuentra en un momento vocal óptimo, donde su voz de lírica, con un color adecuado, sedoso y de agudos estilizados, se alternan con un centro seguro y valientes ataques al canto más spinto en una evolución vocal que borda con una sabiduría interpretativa encantadora. 

Tímida y evanescente en su maravillosa entrada, coronada con el sobreagudo que muchas no hacen, en un fuera de escena teatral y emocionante. Delicada y controlando el in crescendo vocal en el trascendental duo con Pinkerton, convicente y arrolladora en Un bel dí, y finalmente vencida y culminante en Tu?, tu?, tu?, con agudos seguros, emisión limpia y un fraseo siempre a flor de labio.

En resumen, Ailyn Pérez no solo tiene el papel de Butterfly en voz, sentimiento y estilo, sino que además sus movimientos, la mesura de su expresión, tanto canora como gestual, y su físico, se adecuan por completo al personaje y consigue el más difícil todavía, ser Madama Butterfly desde el principio al fin. Una hermosura de interpretación de las que no se olvidan.

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Si el centro de la ópera estuvo cubierto de manera inmejorable, los personajes que orbitan a su alrededor cumplieron con efectividad y resolución. Seguridad en la emisión, un tanto dura y con pérdida de brillo, agudos sonoros y esa escuela krausiana tanreconocible, hicieron del Pinkerton del tenor canario Celso Albelo, un partenaire protagonista impecable y valiente. De timbre agradable, canto seguro y técnica resuelta el Sharpless del barítono madrileño Gerardo Bullón. Fraseo trabajado y buena presencia escénica para un cantante en constante proyección.

La Suzuki de la mezzo catalana Gemma Coma-Alabert fue toda expresividad, elegancia y con el punto de tersura y humanidad que necesita el personaje. Un rol que ya cantó en 2013 en el Liceu y con el que esta temporada cumple veinte años desde su debut en el teatro de las ramblas en 2004. Desde entonces Coma-Alabert ha sido una de nuestras cantantes más asiduas, con más de quince óperas interpretadas en su escenario, convirtiéndose en una de las solistas de casa más queridas por el público liceista.

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Cantante siempre en estilo, cuidadoso en el fraseo y la articualción, comedido y buen actor, el Goro de Pablo García-López optó por una caracterización menos paródica con un personaje odioso, que como Pinkerton, nunca tiene la empatía del público. Algo desdibujado y poco imponente el tío Bonzo del bajo David Lagares, quien no pareció encontrar el impacto vocal y escénico que requiere su personaje en su breve pero llamativa intervención. Impecable el Príncipe Yamadori del tenor Carlos Cosías con el punto justo de comicidad e ironía. Elegante y de buena presencia vocal y escénica la Kate Pinkerton de la soprano catalana Montserrat Seró en su debut liceista.

La batuta del director chileno Paolo Bortolameolli construyó una lectura orgánica, siguiendo el lirismo vocal, incidiendo en el detallismo orientalista de Puccini y su fantástica orquestación. Si bien la orquesta respondió con un sonido pleno y detalles entre la percusión o los metales, el problema fue que a la ópera le faltó dinamismo y continuidad dramática. Hubo caídas de tensión, no se lució en momentos clave como la salida de Butterfly, el dúo o el preludio del tercer acto, donde la lectura pareció centrarse más en detallismos y puntillismos poéticos, perdiendo el sentido trágico del drama y su evolución. Lor árboles no dejaron ver el bosque.

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La producción de Moshe Leiser y Patrice Courirer se ha transformado, en su cuarta reposición liceista en dieciocho años, en un clásico que ofrece una lectura tradicional de la ópera. Con una escenografía sencilla, con el toque exótico justo, cuadros de la costa de Nagasaki de fondo, la aparición de Yamadori, o ese encuandre final de Butterfly moribunda con las hojas de un árbol de fondo cayendo poéticamente con los atronadores acordes finales.

Igual que otras icónicas producciones propias del teatro: El Orfeo de Monteverdi o la Dama de Picas por Gilbert Deflo, la Carmen por Calixto Bieto, la Turandot por Núria Espert o la Aida por Mestres Cabanes, parece ser que el Liceu acierta más cuando apuesta por producciones más clásicas que modernas. Una gloriosa excepción es la Carmen bieitiana o la Lady Macbteh de Msensk con la que se inauguró este temporada 2024-25, con la firma de Álex Ollé y que ha supuesto el inicio de temporada más auspiciante de los últimos años.

Fotos: © David Ruano