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La importancia del equilibrio

31/01/2025. Pamplona-Iruña. Baluarte. Giuseppe Verdi: La traviata. Nina Minasyan (soprano, Violeta), Nerea Berraondo (mezzosoprano, Flora), Santiago Ballerini (tenor, Alfredo Germont), Juan Jesús Rodriguez (barítono, Giorgio Germont), Mikel Zabala (bajo, doctor Grenvil) y otros. Coro Lírico de la AGAO. Orquesta Sinfónica de Navarra. Dirección escénica: Henning Brockhaus. Dirección musical. Perry So. 

La única cita operística escenificada de este año en la capital navarra es este breve ciclo de dos funciones de La traviata, por lo que a pesar de lo manido del título era una oportunidad a no perderse. Más aún cuando se anunciaba el Giorgio Germont de una de las voces verdianas más solidas del universo lírico, cual es la de Juan Jesús Rodríguez. Por ello creo no costará al lector entender el disgusto que me/nos supuso escuchar a través de la megafonía el aviso por parte de la organización de que el barítono onubense se encontraba aquejado de gripe.

Hace unos días tuve la oportunidad de conversar con un amigo catalán, aficionado a la ópera y abonado al Gran Teatre del Liceu y me comentó su extrañeza por la presencia del barítono en esta plaza y no en la de Barcelona. Quizás no sea tan complicado de entenderlo, conocidos siquiera someramente los precedentes, pero si se me permite el egoísmo de forofo, eso que salimos ganado los navarros. Ahora bien, los virus y la gripe no conocen de expectativas artísticas y decidieron atacar en esta plaza y, específicamente, a Rodríguez. Y, sin embargo, todo salió bien.

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Porque lo primero que podemos decir es que, en términos generales, la función que nos ocupa cumplió con lo previsto. En los días anteriores se hizo mucha publicidad en los medios generalistas navarros y en los especializados en música clásica acerca de la puesta en escena, avisándonos de que estábamos ante la llamada “traviata de los espejos”. Y es que la propuesta de Henning Brockhaus es harto conocida pues fue estrenada en 1992 -¡anda que no ha llovido desde entonces!- en el Sferisterio de Macerata y ahora ha sido acoplada a las características físicas del Baluarte con un resultado desigual. Porque una cosa es lo que se nos presenta en trabajadas fotografías y otra, el resultado de lo que desde una butaca privilegiada se puede contemplar.

En cualquier caso resumamos que Brockhaus nos propone un plano vertical en ángulo de 90 grados con respecto al suelo repleto de espejos y que sobredimensiona el mismo escenario. Esta pared de espejos reflejan las distintas imágenes colocadas en el suelo, que se van adaptando según avanza la acción. Así, por poner un ejemplo, mientras Germont padre sermonea sobre la validez del honor de la familia en los espejos se nos aparecen numerosas fotografías de estilo vintage que reflejan distintas unidades y escenas familiares anónimas. El momento culminante de la propuesta escénica es la apertura de la pared vertical para terminar reflejando al público mismo, que asiste a la muerte de Violeta mientras se observa en los espejos colocados frente así. La imagen, efectista, desde luego, lo es. 

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A nivel orquestal la Orquesta Sinfónica de Navarra nos ofrecía el título dirigida por su titular, el hongkonés Perry So. Las referencias que nos llegan de esta batuta son muy positivas y ya tenemos ganas de disfrutarle en su labor de director sinfónico pero su dirección en esta función ha sido, cuando menos, sorprendente y discutible. A través de su gusto por el detalle hemos podido descubrir células musicales –por ejemplo, el pizzicato que acompaña a la soprano en el acto I- que muchas veces pasan desapercibidas; tampoco nadie le podrá negar energía y voluntad de diferenciar los planos pero en cuanto al volumen creo que So ha generado un profundo desequilibrio entre las voces de los solistas con respecto al volumen de coro y orquesta. Por poner otro ejemplo, toda la escena final en la que los cinco cantantes presentes en el momento de la muerte de Violeta fueron inaudibles mientras la orquesta se lanzaba a un forte inmisericorde con ellos. Y ya que he mencionado el Coro Lírico de la AGAO, también aquí el desequilibrio me pareció obvio. Tengo claro que más de medio centenar de voces para esta ópera es excesivo, de ahí que en el acto I o en la segunda escena del acto II se pecara de exceso, se pasaran de frenada y en el hermoso concertante con el que concluye el acto II quedara hipotecado.

Comenzábamos esta reseña subrayando la lástima por el anuncio de la mala salud de Juan Jesús Rodríguez; pues bien, cuando terminó la función solo se me ocurrió pensar que bendita la gripe del onubense tras escucharle, una vez más, un padre vocalmente redondo y actoralmente muy creíble. Le supongo midiendo sus fuerzas para poder abordar sus dos grandes escenas del acto II y le certifico que los oyentes también apretábamos los puños ante la llegada de cualquier nota compleja pero una vez terminado Di Provenza solo pude pensar que, a pesar de todo, éramos muy afortunados de que Rodríguez estuviera esa noche en el Baluarte. La decisión del público fue unánime: el onubense fue el triunfador de la noche. 

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La armenia Nina Minasyan estuvo más cómoda según avanzaba la velada; en la coloratura del final del acto I no se le vio airosa, con frases borrosas y apuradas. Mejor en el segundo, donde incluso actoralmente se le vio más desenvuelta mientras que en la escena de su muerte nos ofreció una lectura de carta insípida para luego volver a emocionar en su intento de recobrar a la vida. Santiago Ballerini tiene una voz bonita pero le falta volumen para poder ser un tenor verdiano. Su De miei bollenti spiriti pasó sin pena ni gloria y el agudo final de la posterior caballeta fue corto e inane. En todo momento tuvo que hacer frente a la sonoridad orquestal ostentosa y en los concertantes su presencia era reducida. Una pena porque, insisto, la voz es hermosa en su color.

La larga lista de papeles menores estuvo muy bien servida y creo que conviene aplaudir al conjunto. Andrea Jiménez dio a Annina mucho empaque, quizás en ocasiones con demasiado ímpetu pero muy sonora; muy bien Nerea Berraondo en su Flora aunque apenas pudiera andar con semejante calzado. En  cuanto a ellos, Imanol Resano dio presencia al Gastón en primera intervención mientras que Jan Antem, Juan Laborería y Mikel Zabala agradaron con su barón, marqués y doctor, respectivamente. Y muy bien y dignos de aplauso los tres coralistas de la AGAO que asumieron el Giuseppe, el sirviente de Flora y el mensajero, es decir, Felipe Martínez, Javier Jordán y Pedro del Burgo.

El Baluarte estaba completo en un 80-90% del mismo –incluso en la última escena se podían contar a través de los espejos las butacas vacías en platea- y el resultado fue de aprobación aunque sin entusiasmo. Queda una función y posteriormente este título viajará el martes, 4 de febrero al Kursaal donostiarra en un ejercicio de colaboración que no solo es elogiable sino que debería ser imitado por otras instituciones en aras de sacar el máximo provecho a este tipo de proyectos líricos. Eso sí, la función donostiarra será en “versión de concierto dramatizada”, es decir, una forma elegante de decir que el Kursaal es incapaz de recoger en sí el montaje de Brockhaus por sus enormes carencias técnicas, lo que muy poco bueno dice de la casa donostiarra. El error estratégico cometido en su momento con el diseño técnico del Kursaal fue colosal. Y ahora, a esperar hasta el año que viene.

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