Clasicismo bien servido
Sevilla.11/02/2025. Teatro de la Maestranza. Gluck. Iphigénie en Tauride. Raffaella Lupinacci (Iphigénie), Edward Nelson (Oreste), Alasdair Kent (Pylade), Damián del Castillo (Thoas). Coro del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena:Rafael R. Villalobos. Dirección musical: Zoe Zeniodi.
En las dos últimas temporadas hemos podido disfrutar en el Teatro de la Maestranza de dos producciones de gran nivel de óperas del siglo XVIII, un periodo musical que no se prodiga representado en los teatros de programaciones no demasiado largas, más allá del siempre actual Mozart. Si en la del año pasado pudimos disfrutar de una excelente, sobre todo musicalmente, Alcina de Händel, ahora ha sido el turno de Iphigénie en Tauride de Christoph W. Gluck, que también ha dejado muy buen sabor de boca. No es fácil ver en España obras del genio alemán que revolucionó el concepto operístico barroco introduciendo cambios que acercarían al género, especialmente a la ópera italiana que dominaba el panorama de las teatros de las cortes europeas, a los nuevos modos que triunfarían con el bel canto. Con el patrocinio de la austriaca María Antonieta, Gluck desarrolló una carrera en la Francia prerrevolucionaria que dio como frutos obras de gran belleza como esta Ifigenia en Tauride (diez años antes había estrenado, sobre el mismo tema basado en las tragedias griegas de la familia atrida, Ifigenia en Áulide) que ha supuesto un éxito en su primera representación en el Maestranza.
Y es que las tragedias griegas pueden dar, bien trabajadas, unos libretos (firmado aquí por Nicolas-François Guillard) de una gran intensidad. En este caso se centra en Ifigenia, hija del rey Agamenón y su mujer y hermana de Orestes, Clitemnestra, Electra y Crisótemis (estos cuatro últimos bien conocidos por los conocedores de la ópera Elektra de Richard Strauss.) Destinada a ser sacrificada a los dioses para que los griegos octuvieran vientos favorables para partir a la Guerra de Troya, Ifigenia fue salvada por su diosa protectora, Artemisa (Diana para los romanos) en Áulide. Veinte años después, se desarrolla la trama de Ifigenia en Tauride. La princesa ejerce como sacerdotisa en un templo de Diana en la lejana tierra de los tauros, un pueblo bárbaro para los helenos, situado en la actual península de Crimea.
Después de una terrible tormenta, para calmar los vientos, el oráculo exige que los dos primeros extranjeros que aparezcan sean sacrificados. Dos náufragos griegos aparecen. Son Orestes, que ha matado a su madre, Clitemnestra, para vengar el asesinato de Agamenón a manos de esta, y su amigo de infancia Pílades. Pese al mandato, Ifigenia, que no ha reconocido a su hermano, decide que solo uno será ejecutado. Después de varios enfrentamientos entre los dos amigos porque ambos quieren que el otro se salve, es Orestes el que va a morir. En el último momento, y una vez que los hermanos se reconozcan y que el rey de los tauros, Toante, exija la muerte de los dos, Pílades vuelve con un pequeño ejército y detiene la ejecución. Finalmente otra vez interviene Diana, perdona a Orestes por el matricidio y permite que los griegos vuelvan a su tierra.
La gran triunfadora de la noche fue sin duda Raffaella Lupinacci en el papel principal. La mezzo comentaba en una reciente entrevista en Platea las características vocales y artísticas que exigían este papel. Lupinacci hizo una interpretación magnífica, que mezcló la perfección musical con el compromiso actoral. Entregada en todo momento, lució su poderosa voz, amplia, de bello timbre y excelentemente modulada, tanto en los momentos más dramáticos como en los más líricos. Siempre atenta al foso, consiguió encandilar al público en momentos estremecedores como Ô malheureuse Iphigénie! Un éxito absoluto de la cantante italiana. Estuvieron también a gran nivel los dos protagonistas masculinos.
El papel de Orestes recayó en Edward Nelson. El barítono norteamericano (como el resto del elenco) se integró en la producción aportando fuerza y garra a un papel de tintes tan atormentados. Su voz, también de buen volumen y excelente proyección transmitió el dramatismo del que hablábamos en cada una de sus intervenciones, especialmente en Le calme rentre dans mon cœur, con una sentida y bellísima interpretación.
Pílades, el amigo de Orestes, estuvo defendido por el tenor Alasdair Kent, también recientemente entrevistado en nuestra revista sobre este papel. Nada que reprochar a su trabajo, que fue también muy estimable, y en el que demostró un dominio muy amplio de la tesitura del papel, con unos agudos nada fáciles y que no siempre se cantan.
Personalmente, junto a Lupinacci, lo mejor de esta función fue el coro femenino del Coro del Teatro de la Maestranza que estuvo superlativo. Iphigénie está trufada de maravillosos coros (como buen drama griego), en su mayor parte en manos de las sacerdotisas del templo de Artemisa. El coro, que dirige con gran profesionalidad Íñigo Sampil, estuvo espectacular en todas sus intervenciones. Dirigido cor mimo desde el foso (la directora cantaba mientras las guiaba), nos brindó momentos de música sobrecogedores, como el coro que cierra el segundo acto. Enhorabuena.
Bien también el coro masculino, que aunque tiene menor relevancia en la obra, trabajó con ganas y ahínco. Del resto destacar el Thoas de Damián del Castillo, que cumplió sin dificultad su cometido. Me gustó mucho Sabrina Gárdez en el doble papel de primera sacerdotisa y Diana y también el barítono granadino Andrés Merino que demostró gran soltura en sus pequeñas intervenciones.
La maestra griega Zoe Zeniodi, directora desde hace unos meses de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, planteó una lectura contrastada de la partitura, con pasajes reconcentrados, quizá algo lentos y otros de tremendo ímpetu. El resultado, desigual en el primer tramo de la función, se fue asentando progresivamente, consiguiendo un nivel estimable en su concepción de la obra en conjunto. Hay que apreciar lo atentisima que estuvo al escenario, controlando en todo momento las voces, especialmente al coro. Buen desempeño de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, especialmente de las cuerdas, que estuvieron muy acertadas.
Rafael R. Villalobos firma esta producción que comparte el Maestranza con la Ópera de Flandes y la de Montpellier. Forjada en 2022, en plena invasión rusa de Ucrania (lugar donde se sitúa Tauride), Villalobos se basa en la tragedia del Teatro de Mariupol para desarrollar la acción de la obra donde a la tragedia de cada uno de los personajes se unen las luchas fratricidas y la opresión de los tauros sobre los exiliados griegos.
Esta transposición, que simula el bombardeo durante la representación de una de las tragedias de Eurípides y la situación posterior del teatro y su público) no chirría en ningún momento y el trabajo de dirección de actores del sevillano, junto a un plantel entregado, hace creíble toda la acción traída a nuestros tiempos.
Buen trabajo también de Manuel Sinisi con la escenografía, creando un decorado que simula un teatro (en los dos primeros actos planteado como si se viera desde el escenario, en el tercero visto desde el lado de los espectadores, que contemplan la tragedia de Agamenón y su familia –con la estimable intervención de los actores Beatriz Arjona y Nacho Gómez como Clitemnestra y Agamenón–).
Villalobos transmite plenamente el dolor y el drama de Ifigenia, la rabia y dolor de Orestes y la fidelidad de Pílades, junto a un coro que no permanece estático y participa activamente en muchas de las escenas. Gran trabajo.
Fotos: © Guillermo Mendo