© Monika Rittershaus
El Prix de Mozart
Madrid 25/03/25. Teatro Real. W. A. Mozart: Mitridate, Re di Ponto. Siyabonga Maqungo (Mitridate). Ruth Iniesta (Aspasia). Vanessa Goikoetxea (Sifare). Tim Mead (Farnace). Sabina Puértolas (Ismene). Jorge Franco (Marzio). Franko Klisović (Arbate). José Luis Mosquera (Mayordomo, papel mudo). Claus Guth, dirección de escena. Ivor Bolton, dirección musical
El Prix de Roma es un premio que se concedía en Francia, desde su instauración en el s.XVII bajo el reinado de Luis XIV, y con el que se premiaba a jóvenes artistas con una estancia de cuatro años en la Academia francesa en la susodicha ciudad italiana. En su categoría musical fue un premio que ganaron compositores como Halévy, Berlioz, Thomas, Delibes, Charpentier, Dukas, Nadia Boulanger, Ibert o Dutilleux.
Pues bien, Mozart, como salzburgués y como es lógico, nunca pudo optar a este premio, pero su padre Leopold, era muy consciente de la importancia de ir a Italia para empapar a su talentoso hijo de cómo se componía la ópera, el género que triunfaba en Europa y el que catapultaba a los compositores al estrellato. Italia siempre ha sido un imán para los artistas. Irradiaba el origen de la ópera como género y su pasado glorioso en las artes clásicas, con el referente de Grecia y su modelo posterior como origen del Renacimiento, solo hicieron que confirmar que a Italia había que ir, empaparse y aprender de los referentes para convertirse en un artista completo.
En su primera visita a Italia cabe situar el estreno de Mitridate, Re di Ponto, de Mozart. No solo fue su primera ópera estrenada en Italia, sino que además su primer gran éxito foráneo y en un estilo, el de la opera seria, que era un modelo característico y usado por todos los grandes compositores del momento para triunfar y hacerse un nombre. Que Mozart solo contara con catorce años cuando estreno esta ópera en el Teatro Ducal de Milán en 1770, solo es otro ejemplo paradigmático de un talento único en la historia de la música que sigue sorprendiendo siglos después.
Se perciben en su partitura, chispeante, imaginativa y de una dificultad extrema en los roles solistas, las ganas con las que el joven Mozart quiso impresionar a los italianos, en su género y en su casa. El éxito arrollador, la calidad de una partitura magnifica y un dibujo musical de los personajes que ya anticipa mucho de lo que vendrá, la convierten en una ópera fascinante de descubrir, recordar y revisitar para cualquier amante del género, de Mozart y de la música en general.
De logro y ambición se puede afirmar el hecho de que el Teatro Real haya estrenado esta nueva producción, para presentar por primera vez en la historia del teatro, esta ópera de juventud que tiene una madurez y calidad solo al alcance de alguien como el compositor de Don Giovanni. El tándem conformado por Claus Guth e Ivor Bolton ya había triunfado anteriormente en títulos como Orlando (2023), Las bodas de Fígaro (2022), Don Giovanni (2020), Lucio Silla (2017) y Rodelinda (2017). Este nuevo Mitridate ha supuesto el cenit de una pareja que se recordará en Madrid bajo la dirección artística de Joan Matabosch.
Es la última ópera con Bolton como titular de la orquesta del Real y su trabajo, como siempre, ha destacado por una labor concienzuda en el estilo, vistosa en el acompañamiento, colorista desde una lectura idiomática y siguiendo el estilo tardo-barroco de la partitura pero con la luz enfocada en el clasicismo al final del túnel. La Orquesta de la Comunidad de Madrid sonó homogénea, con unas cuerdas vívidas, unos vientos expresivos y un metal vistoso para una lectura general de hermosos ribetes. Ritmo teatral y guiños maravillosos al historicismo interpretativo como inolvidable solo de trompa natural de un Jorge Monte, admirable en el aria más emblemática de la ópera: Lungi da te mio bene, cantada por el personaje de Sifare.
La producción de Claus Guth, divide la historia para salirse del esquema repetitivo del canon de la ópera seria. En una trama que trata del supuesto vacío de poder que deja un Rey muerto, las luchas por su reemplazo e historias de amor no correspondidas, Guth propone una lectura casi psicoanalítica que atraviesa a sus personajes con sus miedos, deseos, traumas y catarsis. Para ello desdobla el escenario, uno cotidiano y otro metafórico habitado por unos bailarines enfundados en trajes negros a modo de las pulsiones danzantes de los personajes.
Si el escenario giratorio y la dirección de actores, siempre fluida y adecuada al carácter de cada cantante, son señas de identidad de Guth ya vistas, el resultado final funciona y convence por su eficiencia dramática. La lectura se torna entendible para un libreto sin gran chicha pese a estar basado en la historia original de Racine. La producción se engrandece gracias a un vestuario de estética característica, vistoso y adecuado, una escenografía práctica e iluminada con efectividad.
Entre los protagonistas hay que reivindicar el trabajo del Mitridate del tenor sudafricano Siyabonga Maqungo. De instrumento sonoro, emisión notable y brillante calidad tímbrica, supo dar enjundia a su personaje con pericia técnica, salvando con habilidad esos saltos de octava que Mozart le marca para evidenciar la distancia entre el poder y el abismo al que está destinado su personaje. El estilo, sin ser un fraseador puntilloso, es resolutivo y atractiva la frescura de su canto. Se hubiera agradecido un decir más expresivo y colorido, sobretodo en su escena final, pero su trabajo global lo asumió con autoridad vocal y solvencia técnica.
La Aspasia de la soprano zaragozana Ruth Iniesta fue muy notable. Si bien por lirismo vocal la particella en algunos puntos le pesó, como en el aria di sortita Al destin che la minaccia, fue innegable su versatilidad, presencia teatral y calidad vocal para un rol de dificultad extrema que resolvió de manera impecable.
Sobresalió desde el inicio el Sifare de Vanessa Goikoetxea. La soprano vasca (aunque nacida en Florida), mostró un estado de forma envidiable, con un canto siempre cuidado, irisado en sus coloraciones y de esponjosa expresividad. Sin problemas en toda la tesitura, resolvió de manera seductora su gran aria con el solo obbligato de trompa natural, destacó en el dúo con Aspasia y desgrano un estilo mozartiano bello y luminoso gracias a un fraseo, articulación y emisión de verdadera especialista. Un triunfo personal que se refrendó en los aplausos finales.
La tercera española en el reparto, la Ismene de Sabina Puértolas, fue un dechado de personalidad y canto nacarado. Lució técnica y expresión en sus dos arias y fue también muy aplaudida al final de la representación. El Farnace de Tim Mead mostró las cualidades que lo hacen un referente especialista en este tipo de repertorio. Fraseo saludable, emisión controlada y una adecuación teatral y expresiva siempre convincente.
Cumplió con esmero el Marzio del tenor español Jorge Franco, de proyección mejorable y quedó demasiado desdibujado el Arbace del contratenor Franko Klisović, al cortarse su aria, quien mostró un registro agudo sonoro y una poderosa presencia escénica.
Un Mozart maravilloso, quien se ganó la admiración de los italianos con tan solo catorce años y que de alguna manera se gano su Prix personal itálico. Una ópera gestada desde la protección de un padre. Leopold Mozart, al que tanto su hijo como todos nosotros, le debemos tanto.
Fotos: © Monika Rittershaus