© Marina Zolotova
Manuel Martínez Burgos: "El arte surge donde están los límites, en lo que desafía las normas"
La Orquesta Nacional de España acoge este fin de semana el estreno de una obra encargada al compositor Manuel Martínez Burgos, bajo el inspirador título de Gramática de la niebla. Conversamos aquí con el autor para conocer con más detalle la pieza y los pormenores de su composición, que podrá escucharse los días 21, 22 y 23 de febrero en el Auditorio Nacional.
Este fin de semana estrena una obra de encargo con la Orquesta Nacional de España. El título de la misma es realmente sugestivo: Gramática de la niebla. Se plantea ya de antemano una cierta contraposición entre un universo de normas y reglas, el de la gramática, y una realidad en cambio difusa y arbitrario, como es el caso de la niebla. ¿Cuál es la fuente de inspiración de esta partitura y qué aspira suscitar en el oyente?
En general yo creo que todas las obras, por lo menos en lo que a mí respecta, tienen que tener alguna contradicción; sin contradicciones, el mundo sería algo plano. Desde hace ocho años yo resido en Asturias, en una zona donde precisamente hay mucha niebla. La niebla tapa lo que conocemos y al dejarlo entrever, como borroso, se abre la vía a la imaginación. Porque cuando algo no lo podemos ver con claridad, tendemos a imaginarlo. Y ese es el punto de partida con el que planteo esta obra.
¿Cuál es la orquestación de la pieza, para qué orgánico está pensada?
Es una obra para una orquesta a tres, con tres flautas, tres oboes, tres clarinetes, tres fagotes, cuatro trompas, tres trompetas, tres trombones, percusión, arpa y cuerda. Desde la Orquesta Nacional de España nunca me han puesto trabas o limitaciones con respecto a la orquestación que yo planteé desde un principio.
¿Hay algún tipo de inspiración literaria detrás de la obra? ¿Por qué la niebla?
Este encargo lleva ya unos cuantos años en la recámara, pendiente de acometerse. Cuando Félix Palomero dio el visto bueno para ir hacia adelante retomé una intuición que me acompañaba desde hace ya un tiempo. Como decía Stravinski, la intuición es infalible; si tú tienes una intuición y esta funciona, es que esa intuición es verdadera, como dice en su Poética musical. Y en este caso yo tenía la intuición de que desdeñamos lo borroso y preferimos optar por la claridad; en cambio a mí me interesan las cosas que están los límites, lo que desafía las normas; es ahí donde surge el arte.
¿La pieza va a tener más vida o recorrido después de estos conciertos en Madrid?
Estamos en conversaciones para que la obra se lleve al disco pero habrá que esperar un tiempo a que esto se concrete, después del estreno en Madrid.
Respecto a su trayectoria se comenta siempre su paso por Oxford y se hace especial hincapié en el perfil intelectual y académico de su obra. Y sin embargo, su discurso ahora en torno a esta obra sobre la niebla transita más bien por el universo de lo sensorial y lo sensitivo, se adentra en lo emocional. En términos generales, ¿cómo diría que es su acercamiento a la página en blanco? Quizá ni siquiera distinga entre esas dos facetas que yo mencionaba ahora, lo intelectual y lo sensitivo.
Yo creo que no hay límites más allá de los que nosotros nos ponemos. Yo aprobé una cátedra en el Conservatorio Superior de Asturias y una de las primeras cosas que dije a mis alumnos es que lo académico solo sirve si te da una técnica, unas herramientas con las que expresarte; pero más allá de eso el método es algo que cada uno debe encontrar por sí mismo. Así, hay personas que encuentran su camino acudiendo a recursos más sensitivos y otros en cambio tienen más facilidad para acudir a recursos intelectuales. Al fin y al cabo, ¿qué es lo académico? Lo académico debería ser un formato que nos permita desarrollarnos con libertad. Esto es algo que aprendí de primera mano en Oxford.
Esta cuestión del academicismo en torno a la música contemporánea es relevante. En ocasiones nos centramos demasiado, supongo, en intentar reconocer o identificar la adscripción de un determinado autor a una escuela, a una generación, etc., como buscando etiquetar rápido una creación en el marco de una corriente determinada.
Sí, yo creo que esa es además una tarea más propia de los musicólogos. Yo en cierto sentido me considero también un musicólogo; mi primera tesis fue sobre Isaac Albéniz, estudié mucho su obra y me sigue interesando mucho hoy en día; es un autor que logró realmente la simbiosis entre lo académico y lo intuitivo. Los musicólogos sí que tienen la tarea de identificar esas corrientes o escuelas pero los compositores no deberíamos adscribirnos en primera persona a una determinada escuela, no tiene sentido plantearlo así bajo mi punto de vista.
En cualquier caso, todo creador, todo compositor en este caso, tiene sus referentes, autores que han influido de manera determinada en su hacer y en su manera de enfocar su actividad. No sé si en su caso reconocería la influencia más o menos determinante de alguien en particular.
Yo decidí muy temprano dedicarme a la composición, cuando todavía hacía estudios de piano y de guitarra. Yo me veía a menudo a mí mismo improvisando sobre la obra que tenía que tocar, haciendo variaciones y creando al final una nueva obra.
Pero fue cuando fui a Nueva York, para un encuentro con Milton Babbitt, allá por el año 1992. Milton Babbitt fue uno de los seguidores de Schönberg en Estados Unidos y fue la persona que me enseñó de algún modo a sistematizar las ideas y los materiales musicales. Y a partir de ahí empecé a encontrar mi vía.
Con el tiempo aprendí que cuando tienes unos materiales, ya sea una determinada melodía o unos sonidos que te interesan, hay que dejarles hablar y no intervenir tanto sobre ellos poniendo tu personalidad o tu ego. Cuando dos acordes hablan por sí mismos, si tú les escuchas, ellos te están diciendo cuál es el tercer acorde que tiene que venir.
Yo me guío un poco por ese sistema, que sea el material previo el que de forma a la obra. Yo me veo controlando el proceso más que otra cosa. Y es una sensación un poco rara, porque a veces me pregunto qué es exactamente lo que he hecho yo, una vez se da la obra por finalizada.
Está la cita famosa cita de Miguel Ángel, que decía que él veía la estatua dentro del mármol. Yo me identifico bastante con ese proceso. En el fondo hay que picar, pero la obra ya está ahí desde el principio.
Es interesante este punto de vista porque a menudo hay autores que elaboran mucho, a nivel discursivo y técnico, su proceso creativo, con muchas referencias intelectuales y académicas. Y aquí sin embargo usted lo plantea como algo casi material, casi físico y orgánico.
Con el paso del tiempo yo he llegado a un punto en el que escribo música para mí. Es decir, yo no escribo para una serie de colegas a los que quiero deslumbrar para que me aplaudan. Yo escribo para tener una satisfacción sonora al escuchar la obra que he escrito. Y por supuesto también escribo pensando en un público que espero que disfrute de la obra.
Esto ha cambiado en mí con el paso del tiempo. Estoy seguro de que hubo un momento en el que escribí música para impresionar a Stockhausen, con quien estudié brevemente durante un verano en Darmstadt. Pero una vez superada esa fase, cuando estás seguro de lo que quieres hacer, escribes en primer lugar para ti, por la satisfacción de escuchar algo bello que está dentro de ti y buscando que eso tenga una resonancia en quien lo pueda escuchar después, en un auditorio.
Al respecto del público, tengo la impresión de que por lo general, ya desde hace unos cuantos años, la acogida de la música de nueva creación es mucho más entusiasta y está mucho más normalizada de lo que pudiera pensarse, o al menos mucho más de lo que muchos programadores consideran. En este sentido creo que la curiosidad y el interés se imponen a la perplejidad y al rechazo, en términos generales.
Estoy totalmente de acuerdo. A veces en efecto el miedo viene más de los programadores y de los festivales. Hay un reparo mayor ahí que en el público, que por lo general está ávido de nuevas propuestas, en los debidos contextos.
La sensación, con esta cuestión de los programadores, es que se tiende a compartimentar cierto tipo de música en pequeños nichos. Vemos así festivales de música contemporánea, de música barroca, etc., pero lo interesante sería entremezclar todo ello, hermanar la nueva creación con el gran repertorio de manera natural y orgánica. En este sentido, es más que bienvenida la propuesta de la Orquesta Nacional durante este fin semana, poniendo su estreno al lado de una sinfonía de Brahms.
Sí, absolutamente, es lo que correspondería a la sociedad en la que vivimos, tan poliédrica, con orientaciones de todo tipo a nivel social, ideológico, etc. Y no trasladar eso a los programas de nuestros auditorios es un error, sería absurdo.
Y después de este estreno en Madrid, ¿en qué está trabajando actualmente?
Tengo después el estreno de una nueva versión de una obra previa; será a finales de marzo con la Orquesta de Castilla y León y Jaime Martín. Y estoy muy ilusionado porque esta obra se va a grabar, precisamente para ese proyecto de CD que le decía antes.
Por otro lado tengo un encargo de la fagot solista de la Filarmónica de Viena, Sophie Dervaux, que se estrenará a finales de mayo con la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias.
¿Ha tenido curiosidad por la música escénica? Revisando su catálogo llama la atención la ausencia de propuestas en este sentido.
Es una pregunta interesante porque es algo que siempre me ha interesado mucho pero que nunca se ha terminado de concretar. Hice una primera ópera en el laboratorio de electroacústica del Reina Sofía, hace muchísimo tiempo; hará como treinta años de esto y está guardada en un cajón. Es curioso porque yo compongo a partir de la voz, diría incluso que es mi principal fuente de inspiración. De hecho mi segunda tesis, la que hice en Oxford, versa precisamente sobre cómo utilizar la prosodia en la composición. Pero de algún modo, contradictoriamente, el mundo de la escritura vocal y de la música escénica es algo que me da mucho respeto. Es desde luego algo que tengo en mente acometer, tarde o temprano, pero tengo que encontrar el aliciente definitivo que me impulse a ello.