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Elisabetta, triufante

14/12/2024. Madrid, Teatro Real. Donizetti, Maria Stuarda. Lisette Oropesa (Maria Stuarda). Aigul Akhmetshina (Elisabetta). Ismael Jordi (Earl of Leicester). Roberto Tagliavini (Talbot). Andrzej Filończyk (Cecil). Elissa Pfaender (Anna). Sir David McVicar, dirección de escena. José Miguel Pérez-Sierra, dirección musical.

Hubo un tiempo en el que echábamos en falta, en el Teatro Real, la presencia frecuente de las grandes voces de la lírica. Estas llegaban con cuentagotas y con un carácter de excepcionalidad que, a menudo, resultaba decepcionante. El inicio de esta temporada, sin embargo, ha demostrado que es posible situar a nuestro coliseo en la primera línea de la lírica mundial. La constelación otoñal ha contado con figuras como Anna Netrebko, Ermonela Jaho, Elina Garança y Ludovic Tézier, auténticas primeras espadas en sus respectivas especialidades. Ahora, además, el escenario se enriquece con una de las reinas del bel canto contemporáneo: Lisette Oropesa, protagonista de la última edición impresa de Platea Magazine.

Si bien muchos acudieron al estreno atraídos por el debut de Oropesa en el papel, al finalizar la noche era imposible no abandonar la sala fascinados por el gran descubrimiento de la velada: la Elisabetta de Aigul Akhmetshina. Es una voz que comienza a resonar con fuerza en el panorama internacional y que, en esta ocasión, demostró estar destinada a convertirse en una de las grandes mezzos de su generación. Desde su primera intervención, con un contundente “Sì, vuol di Francia il Rege”, evidenció cualidades excepcionales: recitativos poderosos, veraces y cargados de dramatismo. Con la llegada del canto propiamente dicho, sus virtudes no hicieron más que multiplicarse.

La emisión es de una potencia deslumbrante, y su timbre, pleno de armónicos y riqueza, resulta de una carnosidad inusual. Todo ello se sustenta en una técnica sana y musculada que domina por completo el rango vocal, desde unos graves autoritarios hasta unos agudos impecablemente colocados, llenos de fiereza y precisión. Sin embargo, Akhmetshina no se limita a la fuerza vocal; aporta una notable sensibilidad, indispensable para el bel canto. Entre sus recursos destaca una tendencia a unos staccati extrañamente difuminados, así como la capacidad de matizar su intensidad con vulnerabilidad, mediante un exquisito canto sobre el aliento. Pocas veces se ha presenciado un retrato de la reina Tudor tan convincente, tanto desde lo dramático como desde lo vocal.

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Frente a este torrente vocal, Lisette Oropesa, que debutaba en el papel, terminó por convertirse en una secundaria de lujo. Las cualidades que la han llevado a la fama brillaron también en su Maria Stuarda: el exquisito control de las dinámicas, el legato impecable que lució en la “Preghiera”, sus sobreagudos cómodos y un alegato final cargado de sensibilidad y encanto. Su interpretación enamora, y su canto conmueve profundamente. Sin embargo, deja entrever ciertas dudas sobre su adecuación al complejo personaje de la reina de Escocia. Oropesa aborda con excelencia las facetas más vulnerables y piadosas del personaje, pero su interpretación resulta algo limitada a la hora de transmitir la imponente dignidad soberana que el papel exige, especialmente en el icónico enfrentamiento con su prima: el iracundo “Figlia impura di Bolena”. Oropesa enamoró con una lección de canto de altísimo nivel, aunque algo condicionada por esa ligereza y frescura juvenil que caracterizan su canto.

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Ismael Jordi maneja con soltura un papel que conoce a la perfección. Su entrada inicial, en el dúo con la reina inglesa, mostró ciertos titubeos, con una incomodidad que afectó brevemente su colocación vocal. Sin embargo, a partir de ese momento, Jordi se adueñó del personaje con una caracterización construida más desde el arrojo y la bravura que desde la introspección. Su canto evidencia un notable buen gusto y un fraseo elegante, aportando un apoyo impecable en sus intervenciones junto a las respectivas "reales" protagonistas. Del resto del reparto, muy solvente, sobresale la solidez y autoridad del italiano Roberto Tagliavini como Talbot.

En el foso, el maestro José Miguel Pérez-Sierra imprimió a la partitura una lectura vigorosa y rítmica, marcada por una energía contagiosa, aunque limitada en matices y faltante de la sutileza y transparencia que requiere este repertorio. Con un elenco menos sólido, este planteamiento heterodoxo habría supuesto un riesgo de hundimiento del bel canto, pero la calidad vocal desplegada sobre el escenario hizo que el conjunto resultará convincente.

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La propuesta escénica de Sir David McVicar despliega los elementos característicos de su lenguaje teatral: una inclinación hacia la oscuridad, un enfoque lúgubre pero majestuoso, y el realce preciosista de una cuidadísima iluminación. Su visión, clásica, confía el protagonismo escénico casi por completo a los exuberantes trajes de época. La elección de colores y texturas en los figurines refuerza el carácter historicista de la producción y refleja la tragedia interior de los personajes. Un orbe crucífero de gran tamaño preside el escenario, subrayando que, en la visión de McVicar, el conflicto central no gira en torno al romance sugerido por el libreto, sino a un enfrentamiento de poder absoluto a través de las guerras de religión, cuyo desenlace conduce a la ruina moral. 

El Real nos ofrece con esta Maria Stuarda otra noche para emocionarnos y recordar. Un bel canto heterodoxo, extrañamente musculado en algunas ocasiones, pero que conmueve y seduce a través de la sensibilidad y los matices que sus voces provocan. Y a un Donizetti dramático, es difícil pedirle más.

Fotos: © Javier del Real