Triunfó la batuta 

Madrid. 22/01/2025. Teatro Real. Chaikovski: Eugenio Onegin. Kristina Mkhitaryan (Tatiana). Iurii Samoilov (Onegin). Bogdan Volkov (Lenski). Victoria Karkacheva (Olga). Maxim Kuzmin-Karavaev (Zaretski / Príncipe Gremin). Katarina Dalayman (Larina). Elena Zilio (Filípievna). Federic Jost (Capitán). Juan Sancho (Triquet). David Romero / Alexander González (Capataz). Orquesta y coro titulares del Teatro Real. Christof Loy, dirección de escena. Gustavo Gimeno, dirección musical.

Cuesta creer que el Eugenio Onegin que se estrenó anoche en el Teatro Real de Madrid sea el mismo que vimos en el Liceu en septiembre de 2023. Las comparaciones son odiosas e injustas para todos pero lo cierto es que la sensación de trabajo detallado que se ha percibido sobre las tablas del coliseo madrileño no se percibió en su día en el teatro de la Rambla barcelonesa. Y todo tiene su explicación, no se crean; y es que el responsable escénico de la propuesta, Christof Loy, ha estado encima de los ensayos desde el primer día de los mismos, a comienzos de diciembre. Y lo mismo cabe decir de la batuta del valenciano Gustavo Gimeno, igualmente presente desde el día uno en este proyecto. No en vano la imbricación entre escenario y foso ha sido evidente en Madrid e incluso -como expondré luego- me he llevado una mejor impresión del trabajo de Loy, que a decir verdad no me dijo gran cosa en Barcelona. En términos musicales, tras lo escuchado ayer en el foso del Real, solo cabe decir que la llegada de Gustavo Gimeno como próximo director musical del coliseo madrileño es una realidad sumamente prometedora.

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Sea como fuere, si algo hay que celebrar respecto a lo vivido anoche es la extraordinaria dirección musical desplegada por Gustavo Gimeno, quien este mes protagoniza la portada de nuestra edición impresa. De horma abbadiana, el gesto preclaro y elocuente de Gimeno abunda en dos principios: tensión y belleza. El valenciano despliega así una versión vibrante y hermosa, de aliento lírico y pulso teatral. Hay momentos bellísimos en su mirada sobre esta partitura; hay inteligencia y hay empatía con los cantantes, con los que busca respirar y compartir aliento, como se pudo percibir en el dúo final, desgranado de forma exquisita.

Con una técnica impecable, de claridad meridiana en sus indicaciones, Gimeno aporta narratividad y dinamismo y logra que la acción surja del foso de una manera natural y emotiva, alternando debidamente instantes de recogimiento y páginas de mayor despliegue orquestal. En líneas generales tuve la impresión de que el próximo titular del teatro lleva a la Sinfónica de Madrid a dar el cien por cien de lo que tiene. Ahora es cuestión de lograr que la orquesta tenga algo más que dar. El camino está marcado y es ascendente. Este Onegin, como ya sucediera con el precedente Ángel de fuego de Prokófiev, en marzo de 2022, confirma que la elección de Gimeno como próxima batuta titular del Real es una excelente noticia. 

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Con escenografía de Raimund Orfeo Voigt, vestuario de Herbert Murauer, iluminación de Olaf Winter y coreografía de Andreas Heise, Christof Loy presenta un trabajo con su marca genuina, sumamente reconocible en su plástica y en sus aires casi cinematográficos. Como bien me decía en el descanso Fernando Encinar, cofundador de Idealista y relevante patrono del Teatro Real: "Cuando compras un Loy, tienes un Loy". Es decir, no cabe a estas alturas sorprenderse ni para bien ni para mal con lo visto sobre las tablas del Real.

Si algo aporta Loy, es indudable, es un trabajo sumamente minucioso y comprometido; quizá repita algunas claves aquí o allá, en sus ya muchas producciones, pero en la práctica la dirección de escena de Loy no deja nada al azar; no hay lugar para la improvisación. Hasta tal punto es así que por instantes el movimiento de los cantantes pareciera estar coreografiado. De hecho, este diría que es el mejor aporte de Loy en su propuesta, con una dirección de actores detalladísima y emocionalmente intensa, de hondura dramática. El mensaje de fondo de la propuesta es quizá más controvertido y algo blando.

El público es soberano, faltaría más, pero hay que tener la piel muy fina para abuchear una propuesta como la de Loy, que cosechó anoche algunos contadas aunque sonoras protestas -alguna de ellas, dicho sea de paso, por parte de algún colega de la prensa con muy poca educación y mucha fanfarronería-.

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Por color y por caudal el instrumento de Kristina Mkhitaryan es ideal para componer, como hizo ayer, una Tatiana de manual. Impecable en su escena de la carta, no hubo nota que se le resistiera y su manera de manejar el texto y el fraseo no pudo ser más convincente. Cálido e igual en toda la tesitura, su timbre es grato y la emisión es fácil y desenvuelta, sin tensiones. Mkhitaryan compone un personaje creíble, centro emotivo de la representación y con el que cabe empatizar en todo momento.
 
Un punto por debajo quedó el efusivo Onegin de Iurii Samoilov, entregado en cuerpo y alma a la representación, comprometido hasta las trancas con la propuesta de Loy, como una suerte de animal herido, pero con un timbre algo tosco y opaco que no terminó de desplegarse con brillo en el tercio agudo. En todo caso, su Onegin es válido y plausible, ya digo, sostenido por una entrega total en lo escénico y asimismo en lo vocal -llegó de hecho algo cansado al dúo final con Tatiana-.
 
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El tenor Bogdan Volkov -memorable este verano en El idiota de Salzburgo- volvió a exhibir unos medios bellísimos y una capacidad casi innata para recrear un canto emotivo e intenso. Qué belleza la segunda sección del 'Kuda, kuda' entonada en una media voz emocionante y genuina. Fue igualmente fantástico su primer arioso, cuando declara su amor por Olga, acompañado allí por un Gimeno en estado de gracia. Convenció, esta vez sí -a diferencia de su Vodník en la Rusalka de 2020, también con Loy-, el bajo Maxim Kuzmin-Karavaev con un Gremin elegante y templado, de medios no epatantes pero más que correctos y de color y acentos muy atinados. 

Buen desempeño general del resto del elenco, con una esmerada Victoria Karkacheva como Olga, un entonado Juan Sancho como Triquet, una admirable Elena Zilio como Filípievna y una solvente Katarina Dalayman como Larina. En líneas generales el elenco dio la impresión de haber conformado un grupo de trabajo de gran entendimiento y complicidad, un poco al estilo de la idea original de Chaikovski, quien "concibió Eugenio Oneguin como una ópera de cámara que se debía estrenar en el conservatorio con cantantes no profesionales", como bien recuerda Joan Matabosch en su texto del programa de mano.

Excelente desempeño una vez más del Coro Intermezzo, el coro titular del Teatro Real, debidamente preparado por José Luis Basso. En esta ocasión no solo hay que poner en valor el trabajo vocal del conjunto sino también su esmero escénico, habida cuenta del minucioso y detalladísimo trabajo que les requiere Loy en cada una de sus intervenciones, en una escenografía algo angosta que dificulta sus movimientos y su visión sobre el foso. Bravo por todos ellos.

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Fotos: © Javier del Real | Teatro Real