A flor de piel

Barcelona. 16/02/2025. Gran Teatre del Liceu. Ermonela Jaho, soprano. Rubén Fernández Aguirre, piano.

Con el de Ermonela Jaho arrancó, en el Gran Teatre del Liceu, una tanda de recitales que, entre febrero y julio, traerá al escenario barcelonés algunas de las voces más destacadas del panorama operístico actual. Gerard Finley ofrecerá un Liederabend en marzo, Nadine Sierra y Pretty Yende protagonizarán una velada a dúo el mes de abril, Marina Rebeka se presentará junto a Gustavo Dudamel y la London Symphony en mayo y volverá en junio para compartir una gala con Ekaterina Semenchuk, Martin Muehle y Ludovic Tézier. Cerrarán esta serie Mathias Goerne y Asmik Grigorian, que sustituirá a la inicialmente prevista Lise Davidsen debido a su embarazo. Un auténtico festín que tendrá muchas luces y probablemente algunas sombras.

Lo mismo se puede decir del recital ofrecido por la soprano albanesa, acompañada al piano en esta ocasión por un seguro de vida como es Rubén Fernández Aguirre, siempre en el punto justo de calidad y protagonismo. Ermonela Jaho es una soprano muy querida en el Liceu y es justo que así sea pues ha protagonizado grandes funciones en ese escenario. Se trata de un rara avis ya que, pese a no poseer un material vocal de máxima calidad, de centro un tanto hueco y corto en armónicos, atesora un don especial que es la capacidad de conmover, emocionar con una frase, un acento, un color o un sonido hasta exaltar al público. Esa es una cualidad que no se aprende, que es innata, se tiene o no se tiene y no muchos cantantes, incluidos los más grandes, pueden presumir de ello. Eso es lo que convierte a Ermonela Jaho en una figura tan especial y amada por el público. Sus interpretaciones siempre desprenden una emoción a flor de piel.

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El hábitat natural de la soprano es la representación operística. Es ahí donde esa bestia escénica se funde con el personaje y da lo mejor de sí. En el formato de recital ese efecto se diluye un tanto por una puesta en escena un tanto amanerada y por la búsqueda permanente de una intensidad dramática que, graduada con mayor sutileza, podría acabar siendo aún más efectiva. El programa, amplio y exigente, se estructuró en bloques de diversos autores de los que, en líneas generales, interpretó primero algunas canciones y se cerraron con una escena operística.

Fue el caso de Donizetti, compositor que abrió el programa y del que se pudieron escuchar primero dos extensas y ambiciosas canciones, Lamento per la morte di Bellini y La mère et l’enfant, para concluir con el recitativo y aria de Anna Bolena “Al dolce guidami”. La misma estructura siguió con obras de Francesco Cilèa como Non ti voglio amar, Lontananza, Serenata y, finalmente, “Io son l’umile ancella”, de Adriana Lecouvreur. Pese a la buena interpretación de las canciones, fue perceptible una menor afinidad con estas por parte de una cantante muy anclada en el atril. En cambio, si la escena de Anna Bolena ya dejó destellos de gran calidad, expuesta con gran variedad de recursos y efectivos acentos, con la escena de Adriana Lecouvreur, uno de los caballos de batalla de Jaho, puso de manifiesto que en el repertorio verista es imbatible.

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La misma cantante comentó, antes de interpretar cuatro canciones italianas de Isaac Albéniz, que habían supuesto un reciente descubrimiento para ella, cabe sospechar que de la mano de Rubén Fernández Aguirre. De nuevo lecturas intensas, apasionadas, aunque un tanto monótonas en cuanto expresividad para cerrar la primera parte. La segunda se abrió con la célebre Élegie de Jules Massenet y el aria de su ópera Sapho, una rareza a la que la soprano insufló vida con expresividad y elegancia. Antes de abordar la traca final dedicada a Puccini, Rubén Fernández Aguirre, siempre atento a la más mínima inflexión de la soprano, se lució a solas con Marche funèbre d’un marionette, melodía especialmente recordada por haberse convertido en sintonía de la inolvidable serie de televisión Hitchcock presenta.

Todo estaba a punto para un final apoteósico y las expectativas no fueron defraudadas. Primero un “In quelle trine morbide”, de Manon Lescaut elegante y sensual y, para concluir el programa oficial un “Vissi d’arte” de antología, magníficamente delineado, fraseado y culminado con un juego de dinámicas final solo alcance de las más grandes. Lo mismo se puede decir de la primera de las tres propinas, su referencial “Un bel dì vedremo” que puso patas arriba el teatro confirmando, una vez más, que Ermonela Jaho es única y el público la adora.

Fotos: © Toni Bofill