Del podio al cielo
Barcelona. 23/02/25. L’Auditori. Obras de Manuel de Falla, Britten, Taverner y Poulenc. Orquestra Simfònica de Barcelona. Cor Jove de l’Orfeó Català, Pablo Larraz, Oriol Castanyer, codirector. Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana, Xavier Puig, director. Alexandra Lowe, soprano. Stephanie Childress, dirección.
Stephanie Childress, directora invitada principal de la OBC, repitió este sábado y domingo al frente de la formación catalana, esta vez, en el que debió ser su programa más exigente hasta la fecha, asentándose concierto a concierto como una digna y fiable sustituta de Morlot. Si el pasado fin de semana su interpretación se enmarcó en el festival Emergents coincidiendo con dos emergentes estrellas del piano y del violín, el último reto de la franco-británica, que supone el tercero en lo que va de temporada, ha sido su debut al frente del Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana y del Cor Jove de l’Orfeó Català, columna y espina dorsales de la fundación que una vez más, visitaron l’Auditori en lo que fue también, un reencuentro con la orquesta desde el estreno nacional del peculiar Dream Requiem de Rufus Wainwright, hace exactamente un mes.
El otro debut oficial, lo protagonizó la eminente soprano Alexandra Lowe, la principal invitada de la velada, que acudió a la sala grande de L’Auditori para interpretar las Siete canciones populares españolas de de Falla –versión orquestada por Ernesto Halfter– y el exuberante Sabat Mater de Poulenc. La mallorquina formada y labrada en tierras británicas, apartó su voz de los teatros de ópera ingleses, tan habituales en su agenda, para encarnar el folklore español en sus distintas manifestaciones regionales, a través de la música del maestro gaditano. En la función del domingo la soprano se manejó dignamente en un registro al que está menos habituada. Armada con su vibrato ligero y su tono oscurecido, recorrió las diferentes regiones peninsulares con carácter y cierto desparpajo, especialmente en Polo, y Jota, manteniendo bien ese umbral de los graves, tan fácilmente arrollable por la orquesta al tratarse de sopranos. Del tour hispánico también destacaron la Asturiana, en la que Lowe pudo recrearse en el amor y la brisa norteños, y la Nana, bien acunada por las flautas de la OBC.
Childress levó anclas hacia la costa oriental inglesa y la OBC interpretó la suite Cuatro interludios Marinos, de la ópera Peter Grimes con gran convicción y poco margen de mejora, aunque quizá demasiado contenida en los pasajes monumentales. Destacó la cuerda, bien unida durante la estela sobreaguda inicial y los arpegios de las maderas, siempre en equilibrio con las intervenciones del viento metal. La esbelta directora abordó un segundo movimiento lleno de color y adornos, bien atenta a los contratiempos, y erigió el tercero desde un moderado y paulatino crescendo en la cuerda, manteniendo bajo control los destellos de flauta y arpa. Sobrellevó la tormenta final con timón firme y sin desatarse, pero con el ímpetu suficiente para extraer de la orquesta una formidable furia marítima.
Ya con los cantantes en escena, Childress reguló con precisión las dinámicas de los conjuntos corales del Orfeó durante la interpretación a capela de la delicada The Lamb, evocando muy inspiradamente el texto de Wiliam Blake, musicalizado por el británico John Taverner, calentando motores para el Sabat Mater de Francis Poulenc, obra dedicada a su amigo artista Christian Bérard.
La directora ofreció una lectura que hizo resaltar lo mejor de cada uno de los variados doce movimientos de la partitura de Paulenc, y una vez más, Pablo Larraz y Oriol Castanyer hicieron los deberes con una excelente preparación del corpus joven del Orfeó. Childress mantuvo a raya los excesos (y déficits) dinámicos en las primeras intervenciones corales, y subrayó las líneas orquestales de refuerzo siempre a favor del coro, el gran protagonista de la obra. La orquesta hizo lo propio y respondió en las debidas ocasiones, destacando la sección de chelos en IV. Quae moerebat y, en general, el decisivo papel del timbalista David Montoya.
Algunos de los mejores pasajes fueron el V. Quis est homo y el VII. Eja Mater, destacando el VIII. Fact ut ardeat nuevamente en el ámbito coral sin acompañamiento. Lowe, que pasó del rojizo primaveral al negro elegante, deleitó al auditorio con interpretaciones muy solventes, con el correspondiente cambio de registro, apuntado hacia un vibrato más elegante y a una coloratura virtuosa, como la que firmó en un espléndido IX. Sancta Mater. Probablemente, XI. Imflammatus et accensus, tuvo todos los números para convertirse en lo mejor de la velada, transitando de lo cromático e íntimo a la plegaria colosal, en la que tampoco faltó la soprano, bordeando lo celestial con su registro agudo, que puso punto y seguido a la temporada de una directora que, concierto tras concierto, gana reputación y adeptos desde el podio por méritos propios.
Fotos: © May Zircus