© Sergi Panizo | Gran Teatre del Liceu
Estrepitoso
Barcelona. 06/04/2025. Gran Teatre del Liceu. Nadine Sierra, soprano. Orquestra del Gran Teatre del Liceu. Pablo Mielgo, dirección musical.
Tras casi tres horas de recital, Nadine Sierra cogía el micrófono para agradecer las tumultuosas aclamaciones de un público del Liceu delirante y absolutamente entregado a la soprano norteamericana. No era para menos, pues la exhibición canora fue de las que hacen época, de esas que confirman la escalada al Olimpo de una cantante superdotada, poseedora de un instrumento privilegiado, una capacidad técnica estratosférica y el carisma de los elegidos. Si sus actuaciones en Manon y Lucia di Lammermoor constituyeron el inicio de la historia de amor, su impresionante Violetta Valery de esta temporada certificó el idilio de la soprano con el público barcelonés. Un idilio que se ha convertido en ardiente pasión con este memorable recital que pasa, instantáneamente, a formar parte de los grandes momentos de la historia del teatro. Quien sabe lo que puede suceder las próximas semanas con su actuación en La sonnambula que, según dijo textualmente la soprano en su reciente entrevista de portada para Platea Magazine, “¡puede ser la bomba!”. Visto lo visto, no estaría de más tener en alerta al cuerpo de bomberos.
Si la actuación de Nadine Sierra, que a continuación se repasará al detalle, fue absolutamente deslumbrante, es de justicia poner en valor la excelente contribución de una Orquestra del Gran Teatre del Liceu en gran forma y la eficaz labor del director Pablo Mielgo que no se conformaron con una prestación rutinaria, por desgracia habitual en este tipo de eventos, sino que aportaron un notable nivel musical en cada una de sus intervenciones -por encima de todas una brillante versión del Preludio de El tambor de granaderos, de Ruperto Chapí-, compenetrándose en todo momento con el expresivo fraseo de la soprano y poniendo el sustrato instrumental adecuado para el despliegue de talento protagonizado por la cantante.
Nadine Sierra abrió el programa -un tanto improvisado, pues inicialmente estaba previsto que compartiese escenario con Pretty Yende- con el aria de Susanna de Le nozze di Figaro “Deh vieni, non tardar”. Planteada con un tempo lento, la cantante ya puso de manifiesto el elegante fraseo y la claridad e intención en la exposición textual que la caracteriza. Si bien en esa primera intervención se observó, aún en frío, alguna opacidad en el registro grave, con la cavatina de Norina en Don Pasquale el instrumento ya pareció llegar al punto ideal de ebullición. La confirmación llegó con un pletórico ”Regnava nel silenzio” de Lucia, con su cabaletta correspondiente, en la que la cantante exhibió un amplísimo catálogo de recursos técnicos, siempre al servicio de una sincera expresividad. Mención aparte merece la escena del primer acto de La traviata que cerró la primera parte. Desde las primeras palabras, “È strano”, la voz de la soprano adquirió un color particular, plagado de los claroscuros que constituyen la esencia de esa escena. A partir de ahí, fue un auténtico goce disfrutar del vuelo de la voz de una cantante en el cénit de su carrera con pleno dominio de todas sus facultades. Unos minutos mágicos que contaron con la colaboración de violonchelista Òscar Alabau que fraseó con la sensibilidad y elegancia del mejor Alfredo.
Puccini es una de las confesas debilidades de Sierra, que en breve debutará por fin su ansiada Mimí. En esta ocasión sorprendió con la inclusión, para abrir la segunda parte, del “Vissi d’arte”, de Tosca, una ópera y un papel que aún no tiene previsto debutar. Es evidente que la voz no posee actualmente las cualidades dramáticas necesarias para abordar toda la obra, pero cantó la romanza sentando cátedra, con un timbre bellísimo, una emisión de expansión deslumbrante y clavando al milímetro cada uno de los reguladores exigidos por la partitura en su parte final. Un auténtico festín al que siguieron una buena recreación de “Depuis le jour”, de Louise de Charpentier, a la que le faltó esa magia indispensable que lo es todo en esta romanza y un “Je veux vivre” de manual, poniendo de manifiesto una vez más que Nadine Sierra es una de las mejores Juliette de todos los tiempos.
A partir de ahí el recital tomó vericuetos más ligeros y festivos, primero con una correcta interpretación de “Me llaman la primorosa”, luego con un “Bésame mucho” que, paradójicamente, fue la pieza que más dificultades vocales planteó a la soprano en todo el recital, obligándola a octavear una tesitura incomprensiblemente grave y, finalmente, un simpático “I feel pretty” de West Side Story que cerró el programa oficial. Los vítores y aclamaciones de un público, a esas alturas, más que entregado, provocó una primera propina. En ese momento, tras cantar un largo y agotador programa, atreverse con el delicado y complicado “Caro nome”, de Rigoletto, por más que Gilda sea uno de sus papeles fetiche, demuestra una seguridad de la soprano en sus propias posibilidades que roza la desfachatez. Los picados de una precisión quirúrgica, la voz pulposa en todos los registros y los agudos acerados fueron solo algunas de las muchas maravillas de una lectura simplemente cautivadora. Tal y como empezábamos, tras todo lo dicho, Nadine Sierra cogió el micro para terminar con un medley de canción americana en plan Broadway Superstar y, ante la insistencia del público, aunque ya agotada, repitió el “Sempre libera” clavando todas y cada una de las notas, incluido un mi bemol glorioso que clausuró un recital memorable con un éxito absolutamente estrepitoso.
Fotos: © Sergi Panizo