Con dos, basta
Barcelona. 12/04/25. L’Auditori. Festival Ciutat de Clàssica. Mahler: Sinfonía nº6 en la menor. Orquesta Nacional de España. David Afkham, dirección musical.
Enmarcado en el Festival Ciutat de Clàssica, el ya habitual intercambio de orquestas –y sedes– entre la ONE y la OBC ha situado de nuevo al director alemán David Afkham en el podio de L’Auditori en una triple cita de días consecutivos, el pasado fin de semana. Si Morlot ha llevado a la capital una de sus especialidades, Ravel, el director alemán ha hecho la contraparte con Mahler, interpretando la monumental Sinfonía nº6 en la menor. Tan solo pocas semanas después de que Currentzis resucitara al compositor con su Segunda, los de la ONE y su director titular abordaron la monumental partitura ante un público abundante, ávido de pasiones sinfónicas que dudó en acudir generosamente a las tres sesiones cuyo menú a simple es a simple vista monotemático, aunque dentro del universo mahleriano, como bien sabemos, una sinfonía es mucha sinfonía. A nivel de producción, no muchas cosas más pueden compaginarse con una sinfonía de Mahler.
Aunque disociadas de contenido programático oficial, es fácil apreciar, tanto para melómanos como para visitantes ocasionales los numerosos elementos simbólicos musicales diseminados por los cuatro movimientos. Mucho se ha escrito sobre la sinfonía, y prácticamente todas las batutas eminentes de este y del pasado siglo han tenido su personal opinión sobre ciertos aspectos “inconcluyentes” que todavía dejan mucho espacio para las interpretaciones –a pesar de que la obra se compuso y se estrenó en vida–. Nos referimos a desde el número de “martillazos” del cuarto acto, al orden de los movimientos interiores –Andante moderato y Scherzo– por citar algunos, aspectos fundamentados en las modificaciones que el propio Mahler introdujo en 1906, unos dos años después de haber concluido la composición.
Lo que está claro es que la concepción de esta colosal sinfonía, que ronda la hora y media, supuso un punto de inflexión en la vida de Mahler tanto a nivel emocional como en lo relativo a su salud, tal como cuentan las crónicas de los ensayos previos al estreno, y aunque su superstición le instara a eliminar el último de los tres Hammerschlag, el destino finalmente acabó cebándose con si vida personal con tres contundentes mazazos: la muerte de su hija de cuatro años, su despido y renuncia de la Ópera de Viena, y el fatal diagnóstico cardíaco. A pesar de ello, Mahler volcó en esta sinfonía lo que parece ser una eterna batalla dramática entre la esperanza y el abatimiento, a pesar de la aparente arquitectura clásica de cuatro movimientos, con un uno de los desenlaces sinfónicos más trágicos de todo el (pos-) romanticismo.
Nadie dudaría de que Afkham es un director de experiencia sobrada en aguas de Mahler. Si bien, con el éxito de las recientes interpretaciones de esta Sexta (la Trágica) la semana anterior jugando en casa, la ofrecida el pasado sábado en el auditorio catalán no defraudó, y la orquesta madrileña supo recrear la monumentalidad de los grandes momentos con adecuada graduación de intensidades, sin olvidar los pasajes de calma y paz. Su lectura estuvo marcada en primer lugar por la intención de exprimir los elementos dramáticos por la versión revisada de 1906, sin coartar las percusiones ni los metales y sin buscar algo innecesariamente personal, es decir, dejando que la música hablara por sí misma. Destacó de manera particular el departamento de percusión, que tuvo que usar tapones en varios pasajes, y que debe resultar infalible a lo largo de los noventa minutos de la sinfonía, con un acertado uso de los “cencerros próximos y lejanos” y un excelente manejo del bombo de concierto.
El Allegro energico, ma non troppo se desarrolló bien bajo la batuta del alemán, rígida y firme en el pasaje marcial del inicio y poética en el segundo y romántico tema –que probablemente represente a su mujer, Alma– definiendo bien los parámetros del tema de transición de uno a otro (Stets das gleiche Tempo, que amansa los timbales y la caja de concierto mientras emerge el genuino oboe –tema que recuerda ligeramente al Allegreto de la Séptima de Beethoven–, con los finales de frase bien apuntillados a lo largo de la exposición, y con un desarrollo sin prisas, respetuoso con cada pausa dramática basada en los materiales iniciales. La elegante concertino Valerie Steenken firmó un bellísimo dúo con el primer trompista antes de que Afkham agitara la coctelera y pusiera rumbo a la primera pequeña apoteosis, gracias a unos percusionistas atentos y cumplidores. En el segundo tiempo, el alemán supo extraer con su izquierda lo mejor del registro medio en las cuerdas y una gran poesía de sus violines, todo ello bien conseguido para evocar esa atmósfera nostálgica que precede a la catástrofe. Los del latón en conjunto –incluyendo la “extra” novena trompa– desempeñaron un papel crucial y fueron seguidos bien de cerca por Afkham.
El Scherzo volvió a la mordacidad inicial, sin apresurar el metrónomo, aunque ello no impidió que el alemán se mostrara diestro y virtuoso transitando entre los continuos y difíciles cambios de tempo con un entendimiento total con su enorme tropa. Notablemente fueron esos que transcurren en un claro pulso rítmico, especialmente en pizzicati, sin trampa ni cartón, y poco después lucieron los oboes, el xilófono y las fanfarrias de trompas. Afkham agitó las mareas de internas de la sinfonía y las calmó con maestría antes de afrontar el descomunal cuarto movimiento. Sorprendió ligeramente la sesión de afinación (irreprochable) entre tercero y cuarto, que aseguró un desenlace muy conseguido. Del diálogo de inframundo, protagonizado por el tuba, y los cuatro fagotistas, a la gran batalla orquestal, la batuta de Afkham cumplió con el reto, y su batuta se agigantó en los momentos esperables. Puso rumbo a la ascensión final, recorriendo los distintos episodios, sin dejar que las cadencias mayores se ilusionaran demasiado, y se mantuvo fiel a los deseos de Mahler concediendo solo dos martillazos, con Steenken bordando los últimos resquicios de luz, de la mano de cuatro trombones (y sus compañeros trompeteros) realmente imbatibles. La ONE firmó así otra memorable actuación que deja bien alto el listón en materia de Mahler.
Fotos: © Xavi Caparrós