Portada Musica dispersa

Elogio de lo colectivo

Música dispersa. Apropiación, influencias, robos y remix en la era de la escucha digital. Rubén López-Cano. Musikeon. Barcelona, 2018.

Resulta difícil resumir las líneas investigadoras de este académico tan inquieto como hiperproductivo. López-Cano es un musicólogo de amplias miras, devorador absoluto de sonidos, creyente practicante de la cultura de libre acceso, con intereses y preocupaciones tan dispares como abrumadoras (basta echar un vistazo a su blog). Aunque transite las vías del rigor académico, un ejemplar típico de nuestra época, sujeto y objeto de un análisis dotado de una lente microscópica armada de neologismos que apunta a capturar una realidad en constante transformación.

El libro se divide en 6 apartados en los que incluyo el denominado “introito” por lo decisivo que resulta. En él López-Cano juega limpio y pone las cartas sobre la mesa. Anuncia que la obra mostrará las debilidades de los discursos en torno a la noción “epifánica” de la creación musical que ocultan las realidades más complejas del fenómeno musical; es decir, de aquel imaginario que nace de la figura romántica del genio, para conducirnos por los vericuetos de una realidad mucho más terrestre y precaria, la del trabajo colaborativo que se materializa en intercambios, apropiaciones y numerosas formas de apropiación musical. El segundo capítulo –los cimientos teóricos desde el que desarrollará sus reflexiones– resulta un interesante trabajo de introducción a la ontología de la obra de arte musical muy arraigado en la tradición occidental, desde Martin Heidegger a Sandrine Darsel o James Young. López-Cano es contundente en su apuesta: “necesitamos demostrar al mundo y a nosotros mismos que la música que amamos existe en el mundo ontológicamente (...) este libro intentará mostrar que no es así” (p.73).

Pero es a partir del tercer capítulo cuando el libro comienza a abordar las categorías sustanciales. Primero, la intertextualidad musical en toda su complejidad y profundidad a lo largo de 19 apartados (“la historia de la música de arte occidental se puede concebir como la historia de diversas estrategias de reciclaje musical”, p.84). Después, la música en la época de su reproductibilidad técnica y un buen surtido de implicaciones teóricas que nos conducen de nuevo a reforzar la tesis principal del libro: “valores estéticos y criterios de autenticidad que consideramos fundamentales en la práctica de la música de arte occidental, fueron en realidad producto del impacto de su ingreso en las dinámicas tecnológicas, estéticas, de producción, distribución y comercialización de la industria fonográfica” (p.189). “Covers y versiones en la música popular” ofrece un análisis detallado y definitivo del fenómeno y “Reciclaje digital” ofrece sugestivos caminos de reflexión en torno al sampleo, el remix y el mashup, conceptualmente delimitados y enriquecidos por el neologismo “replayducción”, entendido como un refinamiento de nuestra relación con la música grabada en la reproducción, un “gesto físico y cultural de reproducir una pista musical para audiovisionarla y que involucra todas las acciones o performances que hacemos con ella” (p.233).

Cualquier obra académica de enjundia abre caminos –y esta lo es, a pesar de concebirse estrictamente al margen de la actividad académica de su autor– pero en este caso es un texto que en su carácter sistemático cierra más que abre, o mejor dicho, establece un suelo teórico desde el que pensar cuestiones difíciles de atrapar con conceptos. Si bien el planteamiento y su tratamiento es pertinente, suena algo hiperbólico el diagnóstico: ese imaginario sobre la creación que combate sobrevivirá quizás en cierto sector del público o la prensa musical de folletín que sigue prodigándose, pero parece difícil pensar que es así en el mundo académico desde hace décadas.

Resulta muy meritorio el trasvase constante entre épocas y ámbitos tradicionalmente delimitados que López-Cano practica con agilidad, deshaciendo las fronteras ficticias entre cultura popular, urbana, el jazz o la que denomina “música de arte occidental”. Pero una de las grandes virtudes de este volumen es fruto de la tarea docente del autor. Y es que consigue regar el texto de numerosos y aclaradores ejemplos, muchas veces con sentido del humor y complicidad con el lector, y navegar por los entresijos de la escritura ensayística sin abandonar el carácter narrativo. Un elogio de lo colaborativo y fragmentario que alcanza, sin embargo, la condición de lo sistemático para erigirse en un texto provocador y valiente que sirve para comenzar o seguir pensando la condición huidiza de la música en la era digital. “No existe ninguna otra posibilidad: la música padece una fragilidad física insuperable” (p.267).