Las cosas bien hechas
>Oviedo. 25/01/2025. Teatro Campoamor. W. A. Mozart: Le nozze di Figaro. José Antonio López (Conde Almaviva), María José Moreno (Condesa Almaviva), Pablo Ruiz (Fígaro), Mercedes Gancedo (Susanna), Anna Pennisi (Cherubino), Alexandra Urquiola (Marcellina), Valeriano Lanchas (Don Bartolo), Pablo García-López (Don Basilio), David Barrera (Don Curzio), Luis López Navarro (Antonio) y Ruth González (Barbarina). Coro Titular de la Ópera de Oviedo. Orquesta Oviedo Filarmonía. Dirección de escena: Emilio Sagi. Dirección musical: Lucas Macías.
No hay que engañarse: la temporada operística de Oviedo tiene unas características muy concretas que la convierte en un acontecimiento singular. Por ejemplo, ahora que se levantan voces críticas sobre la presencia de cantantes extranjeros hasta en los papeles más nimios, Oviedo nos propone Le nozze di Figaro con un reparto que es, en unos dos tercios de la plantilla, producto propio. Al mismo tiempo, la sencillez escénica –supongo que, en cierto modo, por la insuficiente maquinaria del vetusto Campoamor- es otra de las características; y si uno acepta estos condicionantes puede terminar disfrutando de una función que, sin ser perfecta, nos dio un nivel más que aceptable. Así salió, al menos, un servidor del teatro tras las tres horas y media de función.
En este misma temporada, abriendo precisamente la misma, pudimos vivir y reflejar en este medio la función rossiniana de Il barbiere di Siviglia (1826), es decir, el primer encuentro con Fígaro, Bartolo, el conde, Rosina y don Basilio. No sé si veinte años después pero sí tras algunos años en el que se sufre el ¿inevitable? deterioro de la relación personal, nos reencontramos con los citados. Y no deja de ser bonito encontrar en la obra mozartiana (1786) menciones a hechos que narra Rossini cuarenta años después, muy evidentes en el aria de la venganza de don Bartolo. Un acierto el haber podido escuchar ambas en la misma temporada.
Pero volviendo a las sensaciones, la responsabilidad de que estas fueran positivas se debe al equilibrio del conjunto; es decir, que sin movernos en dimensiones artísticas siderales, todos los participantes supieron dar lo mejor para que una obra tan coral no sufriera por ninguno de sus lados. Vayamos por partes.
La obertura de Lucas Macías y la Orquesta Oviedo Filarmonía que se encontraba a sus órdenes fue notable; se nos adelantó que nos esperaba una función llena de dinamismo, de alegría y de luz. Y como así resultó, quiero comenzar subrayando la labor de la batuta, capaz de transmitir el aire de vodevil que recorre la obra sin perder tensión, lo que no resulta fácil. Solo cabe felicitar al responsable y a su grupo por la labor realizada.
La ya clásica propuesta en escena de Emilio Sagi era muy Sagi style, es decir, fácilmente reconocible por su apuesta por los tonos pastel para enseñarnos la Sevilla de sol, flamenco y alegría poco contenida. Para ello se recurría también a la acción en segunda fila, con participación de figurantes y personajes operísticos que coadyuvaban a dar dinamismo a la acción en planos distintos. Quizás el cuarto acto se le queda algo constreñido porque los cantantes apenas tenían espacio para moverse y había que jugar con las licencias teatrales para creerse el movimiento de personajes. En cualquier caso, Sagi nos trasmitió exactamente lo que esperábamos, lo que no está nada mal.
Vocalmente las cosas también se movieron dentro de lo notable. El matrimonio de sirvientes estuvo bien servido. Pablo Ruiz tiene volumen e intención y no sé por qué, se le atragantaron algunos agudos del primer acto, en cada una de sus dos arias, los mismos agudos que en el acto IV se movieron con solvencia. Un Fígaro de credibilidad.
Su prometida fue una pizpireta Mercedes Gancedo, dotada con la misma credibilidad y con un timbre fácilmente contrastable con la de su señora. Esta, María José Moreno, construyó, probablemente, el mejor personaje de la noche, marcando en el Dove sono el momento más emocionante de la velada. Una voz densa que solo se apaga algo y ahora en la franja aguda superior pero tanto actoral como vocalmente su condesa fue digna del reconocimiento del público.
Su marido, el conde crápula, lo protagonizó José Antonio López, que enfocó el personaje desde una cierta tosquedad y tamizada violencia. Vocalmente, dotó de señorío al personaje y su voz también pudo diferenciarse de la de su criado.
El papel de Cherubino es un bombón en todos los sentidos. Anna Pennisi, muy bien caracterizada, aprovechó sus dos arias con brillantez, más la segunda, el Voi che sapete. Impecable la neoyorkina Alexandra Urquiola, una Marzellina que recuperó el aria del acto IV, Il capro e la capretta y que dio al personaje una dimensión colosal. Recibió un sonoro aplauso al final de la noche.
Valeriano Lanchas fue un Bartolo muy a la antigua, con una voz que acusa cierto desgaste en el grave aunque sigue siendo sonora. Descolló en todos los sentidos el don Basilio de Pablo García-López, enorme como actor y dueño de una voz que recorría toda la sala con una claridad diáfana.
Lo mismo parecía ocurrirle a David Barrera en su ridiculizado don Curzio aunque el problema en este caso era el de la falta de empaste en las escenas de conjunto en las que participó. Luis López Navarro también tiró de tradición para proponer un Antonio mal encarado y tosco y vocalmente suficiente mientras que Ruth González nos ofreció una Barbarina notable por sonora y agradable aunque le hicieran cantar la mitad de su única aria tras el telón.
El Coro Titular de la Ópera de Oviedo en sus breves intervenciones mostró alguna pequeña indecisión y no fueron detallados en el programa de mano los nombres de las dos sopranos que cantaron la breve parte solista del acto III. El cuerpo de baile dirigido por Cristina Arias hizo sonar a las castañuelas de forma acompasada a la orquesta, lo que es muy de agradecer.
En definitiva, una conclusión de temporada interesante y demostrativa de que sin nombres de altos vuelos se pueden hacer las cosas muy bien. La señora sentada a mi izquierda me preguntó por los pateos al asturiano ya que a ella se le hacía difícil entenderlos estando en Asturias. Pues ya somos dos. Y aunque sea triste hemos de reseñar que no se oyó ningún móvil en toda la velada, aunque si pantallas encendidas. Ahora, a esperar a Engelbert Humperdinck y su Hänsel und Gretel, que abrirá la próxima temporada allá por septiembre, en una nueva demostración de que con poco dinero y medios escasos, se puede apostar por la lírica en su conjunto, saliéndose del repertorio más trillado. Al menos un servido lo agradece profundamente.
Fotos: © Iván Martínez