Estrellas bajo la tradición
Viena 22/01/25. Wiener Staatsoper. Mascagni. Cavallería rusticana. Elina Garanca (Santuzza). Jonathan Tetelman (Turiddu). Elena Zaremba (Lucia). Adam Plachetka (Alfio). Anita Monserrat (Lola). Leoncavallo: Pagliacci. Jonas Kaufmann (Canio/Pagliccio), Maria Agresta (Nedda/Colombina), Adam Plachetka (Tonio/Taddeo), Jörg Schneider (Beppo/Arlecchino), Stefan Astakhov (Silvio), Michael Wilder (primer camepesino), Wolfram Igor Derntl (segundo campesino). Coro y Orquesta de la Wiener Staatsoper. Prod.: J. P. Ponnelle. N. Luisotti. Dirección musical.
La suntuosidad de la que es a día de hoy la mejor mezzosoprano del mundo, Elina Garanca, aquí como arrolladora Santuzza, más la personalidad y carisma de Jonas Kaufmann como Canio, fueron el principal atractivo de este double-bill infalible, en la ya clásica producción de Jean-Pierre Ponnelle.
Estrenada en 1985, hay que quitarse el sombrero ante la inteligencia teatral, elegancia narrativa y eficacia dramática de la dirección escénica de Ponnelle. Por cierto, en unas funciones protagonizadas entonces por Elena Obratzova como Santuzza, Luis Lima como Turiddu y Giorgio Zancanaro como Alfio, Plácido Domingo fue Canio, Ileana Cotrubas cantó Nedda y Matteo Manuguerra fue Tonio. Dirigió entonces un joven Adam Fischer de treinta y cinco años.
En Cavalleria rusticana, Ponnelle consigue que el personaje de Santuzza, al que obliga a estar durante toda la ópera en escena, cante o no, tenga la empatía de un público que vive su desgarradora historia en primera persona. El recordado director teatral francés enmarca a la desgraciada campesina y la transforma en una antiheroína de talante desgarrador y final trágico. En la línea de la regie posterior de Patrice Chereau y su afamada Elektra de Richard Strauss, personaje con el que comparte un destino inexorable. Asistimos al drama de una mujer marginada por una sociedad, aquí el coro dirigido con suma inteligencia, transformado en una especie de corifeo, a la vez espectador, cómplice y opresor.
Esta exigencia y peso del personaje obliga a la protagonista a una inmersión total con la regie, cosa que se suma a la exigencia musical de su particella. En la linea de las grandes mezzosopranos con tesitura aguda brillante y arrolladora, como era el caso en su época de la mítica Obratzsova, quien estrenó esta producción vienesa, aquí una Elina Garanca imperial, demostró por qué sigue siendo la mejor.
La letona domina la tesitura, con unos graves mórbidos, un centro terso y elegantísimo y unos agudos impresionantes como el que se marcó al final del Inneggiamo!, donde su voz refulgente tronó en medio del tutti coral con una potencia solo al alcance de las grandes.
Garanca además, a la que se le suele acusar de frialdad escénica, demostró que en una producción detallista, inmersiva y demandante de una personalidad acorde, no solo estuvo a la altura, sino que fue una Santuzza, apasionada, doliente y entregada de principio a fin.
Un logro personal, más si cabe, con una de las partituras más inspiradas de toda la literatura operística italiana, donde precisamente la italianitta brota por doquier. Brava!
A su lado el Turiddu de Jonathan Tetelman despuntó con su reconocida facilidad en el tercio agudo, desenvuelto y sonoro. Además supo aportar un fraseo apasionado y brillante en contraste con el carácter trágico de Santuzza. Empastó de manera melosa con Garanca y lució un atractivo squillo tanto en su aria del vino como en su despedida de Mamma Lucia.
El tercer protagonista en discordia fue el Alfio del barítono checo Adám Plachetka. De prestaciones correctas y con una voz de suficiencia sonora y proyección notable, aportó a su personaje la rusticidad demandada, un fraseo y una expresión sin exageraciones ni oscurecimientos como pasa muchas veces. No tiene un timbre especialmente característico, ni un instrumento mórbido, más bien avaro de colores, pero cumplió con una intachable actuación general.
Elena Zaremba fue una Mamma Lucia de oscuros armónicos y notable presencia vocal así como cumplió con suma profesionalidad pero algo falta de la sensualidad demandada en Lola, la joven mezzosoprano y miembro del Opernstudio de la Staatsoper, Anita Monserrat.
Nicola Luisotti, supo aprovechar la densidad orquestal de una formación magnífica y generosa, con unos tempi ajustados, de nervio teatral bien administrado y un regusto por un sonido oscuro y sinuoso que casó muy bien con la trama. Atento y envolvente con los solistas, incisivo en los momentos más dramáticos y con un ascético lirismo en el icónico intermezzo, Luisotti demostró estar en su repertorio con un manejo de dinámicas proverbial y en su justa medida.
Con Pagliacci la orquesta mantuvo el nivel musical con un Luisotti muy atento al colorido de la partitura del Leoncavallo. Aquí con una orquestación muy detallista y de un lirismo más sofisticado, que el maestro italiano delineó con aplomo y señorío pero algo falto de imaginación en su dramatismo.
Que el prólogo de Pagliacci, pieza de toque de cualquier buen barítono que se precie, lo cante el tenor que interpreta a Canio, solo se da en contadísimas ocasiones. Esta fue una de ellas.
Jonas Kaufamnn, todavía con un nivel vocal adecuado para interpretar el rol protagonista de esta ópera en un escenario tan importante como la Staatsoper, no solo dio la talla, sino que demostró que sigue siendo un gran artista.
Con su instrumento abaritonado, esa emisión tan particular que combina veladuras en los pianissimi, cambios de color según la emisión, con un registro agudo todavía controlado, bien emitido y sonoro. Kaufmann construyó un Canio humano, expresivo, atormentado en su icónica aria, y con el magnetismo de los grandes.
El Canio de Jonas Kaufmann fue el centro y epicentro de la producción de Ponnelle. De nuevo una magnifica lectura clasicista y teatral de una ópera que sitúa en el mismo pueblo donde por la mañana se vivió la tragedia de Santuzza y por la tarde/noche la visita de estos payasos tan humanos.
Ponnelle dibuja los movimientos de todos los personajes con asombrosa habilidad. La aparición central de la roulotte de los payasos, transporte y escenario de los mismos. De nuevo el movimiento coral, aquí como en Cavalleria con una magnifica prestación de las huestes de la Staatsoper bajo la dirección de Thomas Lang, y la fluidez y lógica en la deriva de los protagonistas. Sin tonterias, sin dobles lecturas y con un respeto máximo por explicar la historia con rigor y naturalismo.
El barítono Adám Plachetka, único que dobló personajes en las dos óperas, fue un Tonio/Taddeo más completo y agradecido que como su árido Alfio de Cavalleria. Tampoco es que luciera unos colores muy imaginativos en el fraseo, siempre correcto y de articulación suficiente, pero al menos el desarrollo del personaje dio la oportunidad de ver un cantante seguro, profesional y aptitudes adecuadas al que solo le faltó tener una implicación dramática más variada en matices y acentos.
La Nedda de Maria Agresta mostró una frescura vocal notoria pese a cambios de color según la posición, esfuerzo vocal en las partes más dramáticas y algún agudo en forte de sonido seco. Lo compensó con un fraseo dulcificado, una actuación de notable espontaneidad y buen estilo aplicado con emisión suficiente y trabajada expresión.
Cumplió con profesionalidad y estilo el barítono alemán de origen ruso Stefan Astakhov, miembro del ensemble de solistas de la Staatsoper, así como la impecable actuación del Beppo/Arlecchino de Jörg Schneider, quien llamó la atención por su timbre y color.
Una función que puso de acuerdo al respetable sobre el triunfo de dos divos actuales, Elina Garanca y Jonas Kaufmann, reclamos sin paliativos de las dos óperas y un tercer nombre en la memoria de todos, el del recordado Jean-Pierre Ponnelle.
Fotos: © Wiener Staatsoper / Michael Pöhn